XI

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Pasaron varios días hasta que los nuevos estudiantes se asentaron en Hogwarts, ya estabamos a finales de octubre y digamos que la persona que más había frecuentado este último tiempo había sido ni más ni menos que Cedric Diggory.

Aparte de que al acercarme a él, también pude hablar más con la gente de Gryffindor. Debido a su cercano vínculo, últimamente había cruzado más palabra con Harry Potter sin tragos de por medio y era increíble lo diferente que era en cuanto a los chismes que inventaban de él.
Era un jodido niño que había tenido que pasar por mucho en poco tiempo, y nisiquiera alardeaba de ello.

Por este mismo cariño que había crecido en mí con estas dos personas, la noticia que recibí en la mañana del 31 de octubre me había agarrado de sorpresa.

— ¡¿PERO TÚ TE ESTÁS ESCUCHANDO?! No Cedric, no lo harás. — lancé al aire un grito alarmado y un libro de la biblioteca se deslizó de entre mis dedos.

— ¡No grites! Tranquila... Te aseguro que no saldré herido Lex. Ganaré esa copa para Hufflepuff, mi familia y si me dejas lo haré por ti... — acalló mis palabras hablandome en un tono bajito, mientras se acercaba mí con total naturalidad.

— ¿Es en serio? Pensé que lo sabías, no necesito una puta copa para saber que me quieres, Diggory. — me apoyé en la mesa y me crucé de brazos, en señal de negación ante tal disparate de idea.

— ¿Así que, te quiero?... Eso es algo nuevo. — susurró con una sonrisa burlona casi en mis labios, sus ojos habían brillado ante mis palabras y yo bajé la cabeza, sonrojándome. Este chico me provocaba cosas.

— O sea, no es... Yo supuse... — titubeé furiosa, tratando de encontrar las palabras correctas para no cagarla más de lo que ya lo había hecho.

Pero en cambio, me agarró de las caderas y me besó intensamente. Nos apretamos contra la mesa de la biblioteca y yo enredé mis manos en su cabello, pero como siempre, alguien nos tenía que interrumpir.

— ¿¡Williams!? ¡Diggory! ¡Apártense ya si no quieren que de un aviso al profesor Dumbledore de su conducta totalmente inapropiada! — resonó la voz de la bibliotecaria Pince en todo el pasillo, lo cual nos hizo separarnos difícilmente y pude percibir una mueca de molestia en la cara de Ced, acompañada de un "¿algun día dejarán de interrumpirnos?"

— Lo lamento Pince, te aseguramos que no volverá a suceder. — suspiré y puse mi mejor cara de inocencia, agarrando la mano de Cedric y llevándomelo hacia afuera de la biblioteca.

Al salir y empezar a deambular en silencio por los pasillos, una fría brisa pegó en nuestros rostros y me hizo recordar la conversación que había tenido lugar antes. Cedric quería poner su nombre en el cáliz de fuego.
Quería hacer una estupidéz arriesgando su propia vida, o saliendo muy lastimado.
Había pasado poco más de un mes desde que lo había conocido y ya se iría, no podría permitirlo, habíamos conectado tanto en este último tiempo que perderlo sería horriblemente doloroso. Nuestra relación todavía no se definía, eramos buenos amigos y me robaba uno que otro beso cuando nos veíamos, era lógico que gustaba demasiado de mí, pero nadie se atrevía a dar el otro paso, no sé si por miedo o por otra cosa.

— ¿Realmente sería tan malo? El hecho de decidir hacer un esfuerzo e intentar darle a Hufflepuff, aunque sea por un momento, el reconocimiento que se merece? Tú sabes muy bien los prejuicios que carga nuestra casa Lexie, se refieren a nosotros como los "débiles" e "ingenuos" de todo Hogwarts. — cortó el incómodo silencio con un tono imperativo.

En parte tenía razón, todos realmente cuestionaban las habilidades mágicas de los Hufflepuf en cierto punto, los trataban más de herbologistas o cuidadores de animales, cuyos títulos no eran nada humillantes, pero simplemente no le hacían justicia a la infinita capacidad de aquellos que estudiaban allí.
Quería entender a Cedric, pero estaba muerta de miedo.

Red Blood & Green Blood - Fred Weasley.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora