3. Pesadilla

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Despertó entre sudores, tenía la respiración agitada y una sensación horrible atravesaba su piel: una quemazón que no tenía herida de origen. Cuando se hubo calmado se volvió a recostar, molesto con las sábanas por los sudores, y vio que la luz de los primeros rayos del sol ya entraban por la claraboya. Otra noche más que despertaba a la madrugada por culpa de la misma pesadilla.

No se molestó en mirar la hora en el reloj que tenía en la mesita de noche, hacía tiempo que el tic-tac de sus agujas sonaban y resonaban molestos, ni siquiera enterrado al fondo del cajón con su ropa dejó de oírlo, por lo que decidió acabar con él: abrió la tapa torpemente y sacó, sin cuidado alguno, cada pieza de dentro. A pesar del tiempo que había pasado desde esa noche en que se despertó traumado por el irritante sonido, no había recogido las entrañas del reloj de la mesa. Nunca le molestaba tanto ese ruido como cuando se despertaba tras una pesadilla.

Sabía que ya no se volvería a dormir, así que se levantó. Salió al salón y vio a su abuelo levantado, miraba a la pared y mantenía una conversación consigo mismo, o puede que con alguien que se estuviera imaginando. Desde hacía algunos años que su abuelo vivía con ellos, pues sufría de demencia y durante las últimas semanas había empeorado. Fue despacio hasta él y pasó su brazo por la espalda para cogerlo por los hombros y dirigirlo hacia su cuarto. Él aún podría dormir unas horas más.

—Espera, no me he despedido. —Ya habían llegado a la puerta, pero su abuelo intentó darse la vuelta, no había terminado la conversación.

—Seguro que él lo entiende.

—¿Él? ¿Él también está aquí? Tengo que avisarle. —Forcejeó para liberarse—. No, no dejes que se vaya, Clara. Tiene que saberlo.

Se giró de golpe hacia la pared, parecía tan real que daba escalofríos. Unos escalofríos demasiado existentes.

—Abuelo, ¿con quién hablas?

Entonces su abuelo se dio cuenta de su presencia y lo miró espantado, como si no debiera estar allí. Un segundo tardó en cambiar de semblante.

—Ben, hijo. ¿Por qué no duermes? —Suspiró agotado, explicárselo a su abuelo era tarea imposible. Él arrugó el entrecejo y acarició la mejilla de su nieto—. Fuego.

Benjamin se sorprendió. Era una coincidencia, pero resultaba extraño que al mirarlo a los ojos lo que dijera fuera «fuego», lo último que había visto en su pesadilla. Volvió a suspirar, demasiado tiempo pasaba con su abuelo que se contagiaba de su demencia.

—Vamos a la cama. —Intentó de nuevo guiarlo. Entonces empezó a tararear una melodía que Benjamin reconoció haber oído en algún lugar que no recordaba— ¿Qué es eso, abuelo?

—Sombras, sombras de un pasado y de un futuro que convergen en el presente.

—No entiendo.

Paró de andar, en el largo pasillo aún oscuro Ben se sentía como el protagonista de un cuento de terror. Que su abuelo lo mirara intensamente no ayudaba. Levantó el dedo índice y se lo puso a milímetros de su nariz.

—No dejes de soñar.

—¿Qué? —Se quedó estupefacto. Había escuchado muchas locuras de su abuelo, pero hasta ahora no se había dirigido directamente a él en una de sus alucinaciones.

Al fin pudo llevarlo hasta su cuarto y recostarlo en la cama. Después, aliviado, permaneció solo en su habitación, aunque entendía que no había que intentar comprender a su abuelo, se quedó con una extraña sensación que no había tenido antes.

Se relajó mirando la luz de la claraboya, en ese tiempo que había estado con su abuelo terminó de amanecer. No tenía ganas de levantarse de nuevo, solo de dormir, pero eso no iba a ser posible. De repente, asustándolo, alguien llamó a la puerta. No se movió pensando que solo había sido su imaginación, pues se seguía sintiendo como ese personaje de terror. Otra vez tocaron y levantó la cabeza en dirección a la puerta; sin embargo, hasta una tercera vez, no se decidió a abrirla.

La conjura del eclipseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora