28. Vestigio de amargura

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Después de tantas noches despertándose a la madrugada por culpa de las pesadillas, su cuerpo ya se había acostumbrado a levantarse a esas horas, de modo que cuando fue el momento se desveló. Aunque no le importó, por primera vez desde que llegó a Witfort había conseguido descansar. Sin embargo, una vez despierto, no encontró motivos para intentar dormirse otra vez; tenían el reloj, pero el problema seguía ahí. Así que hizo lo único que supo hacer: echarse a la calle y esperar que un ángel le diera las respuestas.

Caminó torpemente por las calles de Castletown hasta llegar, movido por el enérgico viento, hasta el rio, justo donde estaba la playa. Desde la balaustrada, vio una figura al borde de la arena, con una cabellera rubia inconfundible. Bajó las escaleras y se acostó a ella.

—Parece que la playa es nuestro rincón de encuentro —comentó burlón.

—Y eso que no me gusta.

Acurrucada sobre sí misma, Benjamin logró ver en su mirada un vestigio de amargura, tan profundo que remarcaba las ojeras. Estaba claro que algo le preocupaba, motivo por el que no habría dormido en toda la noche. Se sentó a su lado, indeciso por si prefería la soledad a su compañía, por si quería hablar o simplemente deseaba el silencio. Durante unos segundos disfrutaron del sosiego del agua y de la calma de una ciudad aún dormida. En ese momento, Sally rompió el silencio.

—Tengo dos hermanos, son más pequeños que yo, aunque uno ya me sobrepasa la cabeza. Él es muy trabajador, sé que le irá bien; y ella tiene una risa muy contagiosa, parece que será muy lista... Ya lo es. Estoy muy orgullosa de ellos. —Mientras hablaba, su rostro estaba iluminado por una amplia sonrisa; aunque, de repente, se ensombreció—. Lo único que le pido a este mundo es que no sea cruel con ellos, que les dé una oportunidad. No pido riquezas, ni títulos, eso es solo papel mojado, quiero que trabajen, que se ganen el pan, que tengan amigos, que se enamoren y que puedan comprarle a sus hijos un regalo por su cumpleaños. Sé que así podrán ser felices y es lo único que me importa.

—Suena bien.

—Claro que suena bien. —Se levantó de súbito, exasperada por todo lo que sentía, por las injusticias—. Es una vida, vivir y no sobrevivir. Y sé que es posible porque a muchos les sobra. —Terminó dirigiéndose hacia Rosse, tomando una postura desafiante.

Benjamin no supo qué responder, parecía una declaración de intenciones que no necesitaba respuesta, de modo que agachó la cabeza, mientras, irremediablemente, empezó a ver las oscuras pretensiones de Sally. ¿Sería capaz de dejar arder todo el mundo solo por sus hermanos? Quien creía que era su aliada, se volvió una desconocida. Sin embargo, no podía desconfiar todavía de ella, aún la necesitaba.

—Hoy no he soñado nada, extraño, ¿no? Tengo el reloj, pero no sé qué hacer con él y no creo que haya acabado todo. —Abrió los brazos, apoyados sobre las rodillas, exteriorizando la confusión que sentía—. No lo siento así.

Sally se dio la vuelta hacia su compañero y lo observó detenidamente, aunque ahora no veía nada porque su visión estaba nublada con la imagen de su hermana postrada en cama y con el recuerdo de la vela blanca. No le importaba cómo se sentía él, no le interesaba descubrir el funcionamiento del reloj y mucho menos el destino del mundo. Su mundo se estaba desmoronando y ya no le veía el sentido a nada. Así que hizo como él y cambió a su propio tema; necesitaba desahogarse.

—Anoche mi hermana estaba hablando con alguien que no estaba ahí y creo que era mi padre.

—Tu padre murió, ¿no? —preguntó por cerciorarse, aunque sabía la respuesta.

—Sí. —Arrugó el entrecejo e inquirió con la mirada a Benjamin, ciertamente no le había desvelado ese dato todavía porque era algo que se guardaba para ella, por lo que le sonó extraña la pregunta. Él sabía algo que ella ignoraba—. Mi madre pareció asustarse cuando se lo dije. ¿Por qué?

La conjura del eclipseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora