El camino cada día era más corto. Había hecho ese mismo viaje tantas veces que sus pies andaban solos, incluso de noche.
Había llegado a odiar ese tipo de ejercicio, pues era el único momento en que su mente, desprovista de una tarea en la que centrar su atención, empezaba a divagar entre el pasado y el futuro. Se ponía a pensar en los errores cometidos y se preocupaba por lo que estaba por llegar. No había tregua en ningún punto del camino, por lo que caminaba veloz deseando llegar cuanto antes a casa. Con todo, debía admitir que era un rincón hermoso, pese a lo que la gente opinaba sobre la transición del cielo al infierno, era capaz de sentir la calma de la naturaleza. A izquierda tenía una pared terrosa y a derecha un frondoso bosque que estaba igual de vivo en invierno como ahora en verano. A lo lejos oía el búho, que vigilaba la nocturnidad del bosque, y más cerca, a los roedores que aún no se habían retirado a su madriguera a descansar.
En ese camino, a ratos se sentía en una burbuja y, en otros momentos, se sentía desfallecer. Aun así, en cualquiera de las dos situaciones, sus pasos no cesaban, tampoco se sentía del todo segura durante la noche. Y aquella en especial.
Pocos pasos hacia delante, vislumbró la silueta de una persona recortada por la escasa luz de un farol. Extrañamente, estaba sentada, lo que llamó la curiosidad de Sally. Como debía pasar por delante irremediablemente, continuó andando, hasta que, estando cerca, reconoció de quién se trataba.
Desde que se adentró en ese mundo de magia, sabía que aquel encuentro sería ineludible y lo había estado esperando, al principio con temor, pero después con paciencia. No había motivos para sentir miedo.
La figura se movió hacia un lado dejando la mitad del banco de madera, en el que estaba sentado, vacía, y la señaló ofreciendo el asiento. Sally lo miró inquisitiva, más por el banco, que en el anterior paseo no había visto, que por la razón que le había llevado a interceptarla en el camino de vuelta a su casa.
—Soy un hombre mayor, ya no puedo esperar de pie —dijo divertido—. Pedí que me pusieran un asiento aquí y mira lo que me han construido. —Golpeó la superficie—. Es madera de la buena, tiene respaldo ergonómico y está barnizado para que resista a las lluvias y las termitas. ¡Pruébalo! No me gustaría que te cansaras mientras charlamos.
Sally bufó.
—¿Va para largo?
—No lo sé, veremos sobre la marcha. —se agachó de costado para alcanzar una bolsa que tenía en el suelo y la levantó—. He traído un aperitivo por si nos entra el hambre.
Amós sonrió de oreja a oreja. Después del último encuentro que tuvo en ese mismo punto, pensó que sería conveniente intentar ser agradable. Desde luego no era su mayor cualidad para un primer encuentro con alguien a quien iba a conocer de primeras, pero con el trato asiduo él se volvía más grato. Al menos, eso le había llegado a decir Eugene. Sobre todo, ese esfuerzo iba motivado por evitar transmitir temor, como suele pensar la gente de él. Aunque en la joven no parecía ser así, sino que, por el contrario de mucha gente, fue directa con la mirada y se sentó a su lado sin vacilar o sin buscar el máximo espacio posible entre los dos.
Con ella, experimentó la misma sensación que tenía con Eugene. El príncipe había crecido sabiendo que un nigromante lo vigilaba, por lo que, con el tiempo, fue perdiendo el miedo hasta que al fin lo conoció. Pero la joven ni siquiera estaba disimulando valentía o luchando para aparentarlo. Aunque posiblemente, pensó, no se debía a que podía ver su humanidad, como en cualquier otra persona, sino por todo el dolor que seguía padeciendo y que enterraba cualquier rastro de miedo que pudiera sentir.
—Me dijeron que intentarías convencerme —comenzó Sally—. No me apetece que me sermonees. Tú dirás que esto está mal y yo te expondré mis motivos para seguir adelante, y estaremos aquí toda la noche. De verdad que no me apetece.
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La conjura del eclipse
FantasyEl mundo era el que era. Diseñado para los ricos y a placer del rey, el proletariado vive oprimido entre grasa de máquinas y carbón de calderas. Están cansados de protestar, de manifestarse y rogar por sus derechos, lo único que les queda hacer es t...