Llegó a su casa más cansada de lo habitual, y eso que no había trabajado tan poco en mucho tiempo, ni cuando estaba empezando.
Al cruzar el umbral, vio a su madre salir del cuarto del fondo. Tenía los hombros caídos y una toalla húmeda entre sus manos. No pareció importarle quien entrara, se acercó a la silla para sentarse y dejó que su cabeza se apoyara sobre una mano.
—Tiene fiebre. Debería llamar a un médico —expresó con un dulce sonido que, en realidad, revelaba preocupación.
—Nada de médicos. Ya se le pasará, no hace falta llamar a un médico.
Su madre no la miró. La situación parecía peor de lo que esperaba y empezaba a temer saber quién estaba en esa habitación. Fue hasta allí y desde la puerta vio una pequeña silueta tapada con mantas. Se sentó al borde de la cama y colocó su mano sobre la frente de su hermana pequeña.
—Lily —susurró, deseando que respondiera y no fuera más grave que la exageración de una madre.
Había rechazado demasiado rápido la idea de llamar a un médico. Eran pocos los profesionales que accedían a tratar pacientes de los suburbios y, menos todavía, si tenían que ser ellos mismos los que se trasladaran hasta allí abajo, por eso el precio era alto. A veces inalcanzable. Por ese motivo, muchos en Maiden denegaban la ayuda de un médico y preferían curarse por sus propios medios aun cuando el dolor era insufrible. Aun cuando eso significaba la muerte. Para ellos, peor eran las deudas. Y ahora Sally estaba en la obligación de decir que no, sin trabajo no veía cómo pagar ese precio. Pero era su hermana, su querida hermanita, y una fiebre que empeoraba podía significar el final para una niña de apenas cinco años.
De nuevo, el día volvía a empeorar.
—¿Dónde están los chicos? —preguntó al oír a su madre acercarse.
—Trabajando, haciendo horas extra. Vamos a esperar, pero hay que estar preparados.
—Yo tengo guardado algo de dinero...
—No. Ese dinero es tuyo.
—Nunca fue para mí. —Y posiblemente no volviera a tener esa cantidad en mucho tiempo—. Mamá, tengo que decirte algo.
Olive se sentó a su lado en la cama. Conocía bastante bien a su hija como para saber que algo le preocupaba ese día.
—Dime, cariño.
—Los Thursday me han echado y en cuanto se entere el jefe me despedirá. —Intentó no alzar la voz pese a toda la rabia que sentía, pues le era más importante su hermana—. No he hecho nada, he aguantado de todo solo por unas pocas monedas, pero los de ahí arriba nos desprecian, juegan con nosotros. Ya estoy harta, mamá. ¿Qué he hecho yo para merecerme esto?
—No es culpa tuya.
—¿De verdad? Porque a veces pienso que podríamos haber hecho algo más, que les dejamos ganar. —Toda la gravedad del asunto fue menoscabada por la risa de su madre—. ¿De qué te ríes, mamá?
—No me rio. —Entendía el disgusto de su hija, pero, de cierta forma, eso la hacía sonreír—. Eres una soñadora y siempre pensé que te parecías a tu padre. Ahora veo que eres como yo, que quieres luchar.
—Si me dieran un arma no dudaría en disparar —sentenció segura de sus palabras.
—La tenemos, solo es cuestión de tiempo que nuestra suerte cambie. —Cogió la mano de su hija y la estrechó contra su pecho—. Confía en los tuyos.
Esperaba que las palabras de su madre fueran suficientes para tranquilizarla, pero no tenía sentido lo que oía.
—¿De qué hablas?
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La conjura del eclipse
FantasyEl mundo era el que era. Diseñado para los ricos y a placer del rey, el proletariado vive oprimido entre grasa de máquinas y carbón de calderas. Están cansados de protestar, de manifestarse y rogar por sus derechos, lo único que les queda hacer es t...