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CAPÍTULO 03.
mentores.
*

Los sillones del tren se sienten tan suaves que me hacen creer que todo esto no es más que un pésimo sueño. Me concentro en observar las lámparas que nos alumbran, de un color dorado brillante combinando con el resto de adornos de lujo que se esparcen por el resto del tren. Theodore se mantuvo los últimos quince minutos dando vueltas por el salón, las incontables expresiones en su rostro se reducen a una cuando su mirada se encuentra con la mía; impotencia. Ambos la sentimos, y estoy segura de que todas las personas que antes estuvieron sentadas en el mismo sillón que yo también lo hicieron. Como los tributos del año anterior, que no llegaron demasiado lejos antes de ser asesinados por profesionales en los primeros tres días. No quiero preguntarme cuanto viviré en los juegos, me niego a pasar mis —probablemente— últimos días llorando. Por otro lado, Theodore parece llegar a la misma conclusión puesto que se tumba en el sillón de enfrente para iniciar la conversación que jamás imaginé que deberíamos tener.

—No voy a matarte. —Suelta de repente, sus ojos no se separan de los míos y veo verdad en cada una de sus palabras. Suelto un suspiro contenido que me delata, de alguna manera el miedo se había apoderado de mi mente sin que lo tuviera en cuenta. —No voy a permitir que este show estúpido nos convierta en enemigos, sabes que prefiero morir antes que transformarme en alguien que no soy. —Reflexiona mientras me habla y yo ruego para que Charles no esté cerca escuchando como Theodore insulta el gran entrenamiento de su querido capitolio.

—Solo uno podrá volver a casa. —Lo que menos deseo en estos momentos es ser pesimista, pero no podemos evitar la realidad, y esa es que los juegos tienen un solo vencedor. Por un instante me siento estúpida y me obligo a recordar que estoy hablando con mi mejor amigo, el que me hacía sopa cuando estaba enferma y sostenía mi cabello al verme vomitar, es decir ¿como podía atreverme a desconfiar de él? —Tampoco voy a lastimarte, nunca podría. —Theodore asiente y ambos nos entendemos. No pasó ni una hora y ya tenemos una "alianza" pero a diferencia de las otras forjadas por los deseos básicos de supervivencia, la nuestra es una forma de protegernos mutuamente. Como siempre lo hemos hecho.

Cinco minutos después, y al ver que nuestros mentores no planean hacer acto de presencia, me levanto de mi lugar para recorrer las instalaciones del tren tomando un aperitivo en el camino a las habitaciones. Theodore me sigue por detrás poniendo atención a cada uno de mis movimientos, pero se separa de mi al encontrar una habitación vacía, suponiendo que son las nuestras lo veo tumbarse en la cama. Lo imito abriendo la puerta de enfrente y el panorama completo me deja la sangre helada. La habitación tiene un tamaño enorme y cada decoración podría costar mínimo un año de comida para diez familias, al pensarlo así, también toma un aura cruel. No es sorpresa para nadie que la gente de capitolio sólo se interesan por sí mismos y nos ven, a los habitantes de los distritos, como seres inferiores. Claro, sería genial ver cuánto durarían ellos sin las cosas que los distritos les proveen.

Cuando entro al baño no me sorprende que esté sea incluso más grande que mi casa entera. Me adentro en la ducha tocando uno de los miles de botones y, para mí suerte, le atino y el agua caliente comienza a mojar mi cuerpo. Tomo la increíble decisión de no pensar en los juegos por el momento, despejo mi mente de las alianzas, los profesionales y las muertes. En su lugar, me concentro en tallar mi piel hasta el cansancio. No tengo idea de cuanto tiempo llevo bajo el agua pero el olor a rosas inunda el lugar hasta que comienza a ser nauseabundo y me imagino como seria tener una ducha así en casa. Al salir veo la cantidad de ropa en el armario que es más de la que jamás haya creído tener. Termino optando por una remera blanca y un pantalón gris de pijama.

Escucho dos toques firmes en la puerta seguidos por la voz de Charles. —¡Hora de comer! —Exclama feliz. "Hasta que se digna a aparecer" pienso. Me regalo a mi misma unos minutos viéndome en el espejo frente a la cama. A diferencia del resto de habitantes del cinco, quienes se caracterizan por su piel bronceada y cabello oscuro, no cuento con ciertos atributos. En su lugar mi cabello es pelirrojo y mis ojos son azules, Theodore siempre me dijo que le recuerdan al color de las olas mañaneras. Por desgracia, tampoco cuento con el cuerpo musculoso promedio en mi distrito. Me lamento por eso en estos momentos.

Salgo de la habitación rumbo a la sala donde me encuentro con Theodore, Charles y otras dos personas sentadas en la mesa. El último nombrado esboza una sonrisa en cuanto me ve y me invita a tomar asiento junto a mi amigo. Una mujer presente es quien toma la palabra de inmediato. —Muy bien, ya que estamos todos reunidos podemos comenzar con las presentaciones. —Su voz suena segura aunque su mirada parece distante. Como si a pesar de estar presente en el momento, no estuviera aquí de todos modos. —Mí nombre es Columbae Clackmannan, y seré una de sus mentoras en esta edición.

Mi atención se dirige al hombre junto a ella, el último vencedor del distrito cinco y quizá el más "problemático" de todos. Su rostro es indescifrable y su aura grita misterio por todas partes. No voy a negarlo, me intimida a niveles inimaginables. —Damon Faiger. —Se presenta, nos escanea sin vergüenza y puedo ver a Theodore moverse incómodo en su lugar. —¿Cuáles son sus habilidades? —Va al grano y, por suerte, es mi amigo quien toma la palabra primero.

—Tenemos buena resistencia física. —Habla por ambos y no miente, no digo que seamos campeones en atletismo pero desde pequeños solíamos correr durante horas obligados por Kyos algunos días a la semana, cuando él dejó de hablarnos, seguimos manteniendo esa rutina. Me es lamentable decirlo, pero lo agradezco en esta situación. —Y soy bastante bueno con el arco.

Las miradas de ambos mentores se posan en mí y nunca me había sentido tan pequeña, pero creo que lo disimulo bastante bien manteniendo mi rostro sin expresión aparente. —Entrenaba combate cuerpo a cuerpo hace algunos años. —Cuando papá aún estaba en casa, él me enseñaba algunas tácticas de defensa y ataque, eran tardes realmente duras pero, cuando lograba vencerlo, se sentían tan satisfactorias. —También tengo experiencia lanzando dagas.

Columbae asiente y puedo ver una pequeña sonrisa salir de ella, una que comparte con Charles. Intentan disimularlo pero fallan terriblemente.

—Tenemos buenos tributos este año al parecer. —Damon mantiene su semblante serio, sus ojos oscuros no se separan de los míos, aún así nadie parece notarlo.

—También lo creo. —Le asegura Columbae, sirviéndose un vaso de agua. —Ah, presten atención, ya estamos llegando.

Miro hacía la ventana y puedo verlo. El capitolio es aún más grande de lo que parece por televisión. Me levanto a pasos lentos hacia ella y me aturden los gritos enloquecidos de gente gritando por nosotros. A pesar de que el lugar es simplemente maravilloso, el asco rodea mi cuerpo ¿Cuál es la emoción de ver personas que van a morir por su ridícula diversión? Sin embargo, cuando Theodore se posa a mi lado tomando mi mano, me susurra acercándose a mi oído: —Simple conveniencia. —Entonces ambos sonreímos hacia ellos y los saludamos como si fuera un honor estar aquí.

Pero por dentro solo deseo poder meter a todas estas personas dentro de los juegos y que ellos sean quienes lo vivan en carne propia.

GODDES OF THUNDER, finnick odairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora