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CAPÍTULO NUEVE.
la prueba individual.

*


–¡Es hoy! —El grito de Columbae resuena por la habitación y no tarda en golpear mi puerta repetidas veces, escucho que hace lo mismo con Theodore. —¡Los quiero desayunando en cinco minutos!

Cuando se va es cuando decido levantarme. Tampoco es como si tuviera muchas ganas, hoy es el día en donde van a contarle al resto de tributos si somos un objetivo fácil o no. Según nos dijo Damon, si nos califican muy alto, los profesionales nos verán como una amenaza y buscaran la forma más cruel para asesinarnos y si nos califican muy bajo, incluso los tributos más "débiles" irán contra nosotros.

Ya sé, nada muy esperanzador.

Abro mi puerta encontrándome de frente con Theodore, hacemos contacto visual y me hago una nota mental sobre su aspecto: pálido, ojeroso, preocupado, triste. Aún así él sonríe y comienza a hablarme mientras nos dirigimos al comedor.

—¿Cómo crees que les vaya a Jake y Kilyan hoy?

—Supongo que bien. —Le respondo, veo que su cabello rubio está un poco más oscuro ¿es eso posible? —Espero que nos vaya bien a todos.

—No lo esperes, les tiene que ir perfectamente. —La ruidosa voz de Charles nos interrumpe, está sentado con nuestros mentores a cada lado, al contrario de mi amigo, sus ojos no tienen ninguna marca, me pregunto si es por el maquillaje o si la gente del capitolio no tiene ni un peso en su conciencia.

Ni bien tomamos asiento Columbae comienza a planificar el día: primero tenemos un corto entrenamiento en donde nos recomienda pasarnos por todos los puestos de supervivencia que no conozcamos y aprovecharlos al máximo ya que es el último día. Luego iremos a las pruebas individuales y es cuando Damon toma el control del plan.

—Tienen que verse letales, usen todas las armas que puedan siempre y cuando se les den a la perfección. Si hay un error, fracasaron. —De nuevo, al igual que siempre, su tono es frío y despiadado, como todo lo que suelta. —El del cuatro va a usar un tridente y seguramente haga nudos, el del seis un látigo y lucha cuerpo a cuerpo. Así que si puedo hacerles una recomendación, el arco y las dagas son armas seguras, prueben con algo que los sorprenda, marquen una diferencia.

Theodore me mira y en medio de nuestro contacto visual entiendo su idea. Después de todo, en un juego donde el perder se paga con tu vida ¿que es más diferente que un equipo?


*


—Mi mentor es genial. —Jake no para de hablar sobre Finnick, durante la última hora en la que ambos decidimos pasar por el puesto de camuflaje, el nombre del vendedor se ha repetido mínimo cuarenta veces.

—Empiezo a creer que estas enamorado de él.

Jake se ríe conmigo y por un momento olvido que en un futuro intentaremos matarnos. Por ahora, somos compañeros. Somos amigos.

—¿Y tú no? —Me pregunta con una ceja elevada. —No hay ser humano que no esté a sus pies.

Quiero darle la razón, pero me niego. Se supone que estábamos discutiendo por quien tiene los mejores mentores. Al menos es mi deber defender a Columbae. Y bueno... a Damon. No tardamos en pasar al siguiente puesto; escala. Nos encontramos a Kilyan y Theodore discutiendo por quien ha escalado más rápido el muro frente nuestro, con Jake nos reímos al ver que Theodore le saca diez segundos de ventaja, pero el del seis jamás lo admitiría.

Entrenamos por aproximadamente una hora, subimos y bajamos a la mayor velocidad posible. Mi tiempo no está mal, aunque tampoco es el mejor. Me siento mejor al notar que estoy por encima de todos los profesionales, solo estando abajo de Theo, Kilyan y el chico del diez.

Cuando nos avisan que es tiempo de comenzar las pruebas, mis manos comienzan a sudar. Por orden de distritos comenzamos a salir por la puerta, rumbo a la sala donde se harían. Durante el camino todos nos mantenemos callados, algunos planeaban su estrategia, otros estaban muy nerviosos como para emitir palabra. Yo soy parte de ambos. Empezamos a tomar asiento una vez llegamos y enseguida llaman al chico del distrito uno. Él se levanta con una sonrisa confiada y choca manos con el del dos.

Dirijo mi vista hacía mis compañeros y me reconforta ver a todos en la misma situación. Nerviosos pero con esperanza. Después de todo, dicen que la fe es lo último que se pierde, supongo que incluso en momentos como este.

Los tributos pasan y cada vez están más cerca de nosotros, Theodore sostiene mi mano y siento que tiembla un poco, aunque no puedo asegurar que no sea yo quien lo haga. Quizá somos ambos. No nos molestamos en darnos palabras de apoyo, confiamos en el otro más que en nosotros mismos. Cuando llaman a Jake, este nos mira mientras se acerca a la puerta, con un asentimiento nos confirma que va a seguir el plan. Todos suspiramos.

Tarda un poco, más que los profesionales, pero sale con una leve sonrisa. Tiene que irse pero no sin antes guiñarnos un ojo, me tranquilizo. Todo le ha salido bien. Pasa su compañera y Theodore se prepara porque enseguida lo llaman a él. Su mano se aleja de la mía y nuestros ojos no se despegan hasta que cruza la puerta. Mi cuerpo tiembla y siento la mirada de Kilyan en mi espalda.

Pasan unos minutos, pero para mi se sienten como horas, cuando sale, no puedo leer su expresión. No está preocupado, tampoco está feliz. Sale por la puerta después de asentir mirándome. Me siento un poco más calmada; a Theodore le ha ido bien. Claro, se me pasa cuando se escucha mi llamado.

Paso por la puerta y evito expresar mi sorpresa. En la sala se encuentran cientos de armas, incluso más de las que usábamos en los entrenamientos. Hay maniquíes, sogas, redes y muchas cosas más. Arriba están los vigilantes, son seis personas observando. No reconozco a ninguno, pero todos me aterran. Me recuerdo el plan y me obligo a seguirlo. Me presento mirando a cada persona presente.

—Leyla Janson, distrito cinco.

Primero voy por lo seguro, me encamino a las dagas y agarro tres medianas, las clavo en el maniquí frente a mí; una va a su corazón, otra a su cuello y la última a su cabeza. Veo a los vigilantes y ninguno se ve sorprendido. Tal como dijo Damon, es esperable. Luego voy hacía un tridente, lo sujeto y lo lanzó al maniquí, le doy en el pecho. Hago lo mismo con el arco y el látigo, los uso tal y como lo harían mis compañeros. Por último, voy a la zona de camuflaje y me preparo para hacer lo esperado: con un poco de pintura dibujo una mezcla entre una caña de pesca, un rayo y un tren. Al lado del "logo" dibujo cuatro coronas arriba de un cadáver, con una flecha, lo marco como "Presidente Snow" y no tardan en hacerse presente los gritos ahogados y los insultos susurrados.

No tengo que verles la cara para saber que están sorprendidos. Más furiosos diría yo, pero a fin de cuentas, sorprendidos. Me despido antes de salir.

—Por un futuro libre, caballeros, y por una revolución justa.

GODDES OF THUNDER, finnick odairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora