01

698 38 13
                                    


CAPÍTULO 01.
la vida en el cinco.
*

El calor en el distrito cinco puede llegar a considerarse, para la mayoría de habitantes, terriblemente sofocante. A pesar de que cuento con la suerte de vivir en la zona más afortunada, cerca de la central eléctrica con benditos aires acondicionados y demás comodidades, aún así las temperaturas llegan a ser un agobio. Mi madre logró conseguir un trabajo como servidora de mantenimiento hace unos años, lo que nos llevó a una posición económica bastante favorable. Siempre me he considerado afortunada, sobre todo cuando visito las zonas bajas del distrito, con niños y ancianos muriendo por la exposición al sol o la deshidratación; pero sin duda la mayor causante de muertes en el distrito son las explosiones de las represas hidroeléctricas que inundan por completo el área. Por fortuna, no son casos recurrentes, y la pobreza cada año disminuye, aunque no sea de forma considerable.

Esta noche, una antes del día de la cosecha anual, me reúno a solas con el mar, mi parte favorita del distrito. Un lugar relajado, sin mucha gente al rededor por las altas horas, se podría decir que se asemeja a mi concepto más cercano de paraíso. Me abstengo de pegar un salto cuando siento unas manos agarrar mis hombros, y hundir mi cuerpo en lo profundo del agua. Sacó el peso de mi parte superior y me impulso hacia arriba para respirar, encontrándome con Theodore sonriendo en frente de mí. Le doy un golpe amistoso en el hombro, a la vez que una sonrisa decora mi rostro, contagiándome su entusiasmo.

Desde la niñez, Theodore es mi vecino, compañero y único amigo. También es el chico más codiciado en el distrito, quizá sea por su físico encantador o por su personalidad graciosa y alegre; un verdadero rayo de sol. Si soy sincera, ocupa el lugar de un hermano al que aprecio con todo mi ser. Un confidente en la juventud y la persona en la que más confío, conforma la otra mitad de mi familia junto con mi madre.

—¿Estás lista para mañana? —Cuestiona pasando una mano por su cabello desordenado, un pequeño gesto que puede volver locas a un centenar de chicas aquí. No las culpo, siempre supe que Theodore es irrealmente atractivo, al igual que no juzgo a sus pretendientes cuando le envían numerosas cartas con largas confesiones de amor que mi amigo se toma el tiempo de leer, más nunca llega a corresponder.

—Claro, como todos los años, no sabes como muero de ansias. —Mí mejor tono de sarcasmo lo hizo rodar los ojos, se acercó más hasta rozar nuestras manos, con sus dedos contorneó la forma de mis mejillas, hasta bajar por mi mandíbula. Puedo ver las emociones plasmadas en su rostro y un pequeño malestar se abre lugar en mi pecho. —Desearía que nuestros nombres no estuvieran en esa urna. En realidad, que no hubiera papeles, ni personas inocentes enviadas al matadero.

Theodore se aleja dándome una sonrisa triste. —Yo también lo deseo, con todas mis fuerzas, entonces no tendría este miedo constante de que tú seas la elegida. Yo no... —Hace una pausa, medita sus palabras, logro percibir su dolor, así que ahora soy yo la que se arma de valor para tomar su mano. —Ly, no podría soportar que algo malo te suceda. No me lo perdonaría.

En otra ocasión, y en especial en otras fechas, ese sería un lindo comentario que podría pasar desapercibido, pero no ahora y no en esta situación, sé que detrás de sus palabras hay una confesión oculta y cuando la comprendo no puedo evitar tomar distancia de su cuerpo. —No vas a ofrecerte voluntario en caso de que sea elegida, no vas a sacrificar tu vida por mí, no te dejaré. —Mi voz sale firme, decidida, pero por dentro es un susurro inestable, no lo demando, lo suplico.
Este año es el último en que su nombre estaría para ser cosechado y la pregunta atascada en mi cabeza sobre las infinitas probabilidades parecen no querer dejarme tranquila.

—Es mi decisión, no puedes impedirlo. —Libera un suspiro contenido, su nerviosismo contrasta a la perfección con mi falsa seguridad. —Solo no quiero averiguar lo que significaría perderte, no lo soportaría.  

Sé que no puedo evitarlo, cualquier cosa que Theodore tenga planeado, jamás podría interferir. Nos conocemos lo suficiente para saber que eso es lo que hacemos; cuidamos el uno de el otro. Incluso antes de conocernos, cuando su familia pasaba por momentos difíciles y lo veía en la escuela sin almorzar, entonces le dejaba la mitad de mi sándwich cuando él se distraía; yo fingía no haberlo visto antes y él fingía no darse cuenta de la comida que mágicamente aparecía en su mochila todos los días, o cuando teníamos catorce y el chico que me gustaba se burló de mi cuerpo frente a todos sus amigos, Theodore me sostuvo la noche entera entre mis incesables llantos, yo fingí no sospechar nada cuando al otro día ese chico apareció en clases con un ojo morado.

No lo pienso demasiado, porque sé que yo no dudaría en hacerlo por él, de todas formas suena aterradora la sola idea de no pasar el resto de nuestras vidas juntos como lo hemos hablado un millón de veces. Con una pequeña casa que de vista al mar y el suficiente dinero como para comer mariscos más de una vez a la semana.

—Yo tampoco lo resistiría.  —Confieso. 

Eso es lo que somos y no toleraría una vida sin él, antes perdería la cabeza por completo. Noto en su respiración agitada que siente lo mismo, es un cariño que no puedo expresarle en palabras, así que me limitó a atraerlo en un abrazo. Theodore besa mi hombro antes de sujetar mi cintura con más fuerza y detesto que un momento lindo de nuevo se sienta como una despedida, al igual que todos los años desde que cumplimos doce. La diferencia radica en que todos estos años pudimos volver de la cosecha para cerrar el día horneando pan casero y valorando otro año juntos, por alguna razón extraña, ahora tengo este presentimiento que me obliga a mantenerme aferrada al chico como si mi vida dependiera de ello.

—No me dejes solo. —Murmura en mi oído, la decadencia en su voz me llena de impotencia. Otra vez la desgracia inunda la belleza de las olas que golpean nuestros cuerpos y mi corazón se estruja tanto que siento que podría morir allí mismo.

—Nunca.

Con toda mi alma deseo que esta no sea la primera promesa hecha a Theodore que no pueda cumplir.

GODDES OF THUNDER, finnick odairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora