Prólogo

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Las hadas le contaban secretos crueles y retorcidos al oído de Olive, algunas otras solo la molestaban, como una mosca aturde al pasar, pero todas le contaban lo mismo una y otra vez, aún sin saber si era cierto o se trataba de otra mentira más, Olive tenía que creer en ese horrendo pasado.

No era la primera vez que Olive creía con facilidad lo que las hadas le susurraban, y tampoco sería la última.

—Cuéntalo otra vez —pidió su pequeña hermana, Amber.

—Se los cuento todas las noches ¿No se aburren? —preguntó su hermana mayor, Aura.

Amber negó, sus mejillas comenzaban a cobrar color tras brincar sobre su cama; Olive ya estaba cansada de la historia, sabía que si se negaba, Amber no dormiría hasta escucharla, por lo que decidía callar y cerrar los ojos para volver a imaginar.

Aura suspiró.

—Se dice que las hadas fueron creadas para alimentar este planeta, pequeñas y ágiles como un colibrí al volar, rápidas e inteligentes a la hora de actuar, y sobre todo poderosas.

A lo mejor Olive ya estaba harta de escuchar esa historia, pero no podía negar cómo le fascinaba el modo en que su hermana la contaba. Aura movía sus manos mientras hablaba, y su voz era un arrullo para el cuerpo.

—Ethan fue el primero al que encontraron —dijo esperando que su hermano mayor entrara a la habitación y les dijera que se durmieran—. En medio del bosque infinito, se encontraba una pequeña cuna con un bebé, lloraba tan fuerte que las hadas no lo pasaron desapercibido cuando lo escucharon.

Amber sonrió.

—Cuentan las hadas que cada tres noches un grupo de ellas pasaban por ese bosque, era su camino habitual a la hora de hacer su trabajo. Cuando encontraron a Ethan no sabían qué hacer con él, nunca habían estado tan cerca de un humano.

La puerta se abre y Ethan se asoma por ella, su cabello rojizo parece tornarse más claro cuando se pone cerca de la luciérnaga.

—Es hora de que duerman —dice.

—¡No! Aún no ha terminado —exclama Amber —. Solo deja que termine.

Ethan parece que dirá que no, pero termina accediendo al ruego de su pequeña hermanita, se acerca a lado de Olive y le pide que le haga espacio para sentarse en su cama.

—Por suerte, las hadas accedieron a cuidar a Ethan, parecía una tarea fácil, si ellas cuidaban al mundo ¿Porque sería más difícil cuidar a un bebé humano? —prosigue Aura.

En ese momento Olive comenzó a imaginarse todo tipo de razones por las que sería mala idea, pero no dijo ninguna de ellas en cuanto su hermana volvió hablar.

—Tres años después me encontraron a mi, exactamente en el mismo lugar, en una cuna similar, y sobre todo con una apariencia casi igual —dijo tomando su cabello cobrizo.

Todos voltearon a verse los unos a los otros, los cuatro eran distintos y cada uno tenía su forma de ser, su manera de distinguirse de los demás, pero algo los caracterizaba, lo mismo que hacía que se parecieran. Todos compartían sus pecas, las mejillas rosadas, pero sobre todo, sus tonos rojizos.

—Dos años después encontraron a Olive —continuó Aura—. Y luego de otros dos años más, te encontraron a ti  —se dirigió a Amber—. Ellas se preguntaban de donde habíamos salido, porque ese lugar, que pasado era el que nos habían robado, ahora estábamos en manos de ellas, pero ninguna de sus preguntas fueron respondidas y hasta el momento sigue siendo así.

—Y es mejor dejarlo así, nos ha ido bien, estamos a salvo aquí y no necesitamos correr peligro en el mundo humano —añadió Ethan.

Su hermano mayor siempre cuidaba de ellas, las amaba con todo su cariño, las procuraba a todo costa de los humanos, de las criaturas oscuras y a veces de las mismas hadas.

Las hadas siempre les habían recordado de donde venían, ya que eran los únicos humanos entre ellas, al principio ellos eran la sensación, ver cómo un humano no podía hacer todo lo que ellas podían, les fascinaba, pero poco a poco fueron acostumbrándose a ellos. Todas conocían a los hermanos Ginger, así les habían apodado luego de ver su peculiaridad.

Olive no podía imaginarse en otro lugar que no fuera en Celestia, había crecido toda su vida ahí, y aunque a veces seguía preguntándose si el mundo humano era mejor, siempre terminaba olvidándose de esos pensamiento en cuanto volvía a asombrarse con otra obra de magia por parte del mundo de las hadas o de ellas mismas.

—A lo mejor un día podemos visitarlo, contigo —exclamó Amber mientras miraba a su hermano mayor.

—A lo mejor —respondió Ethan.

Su hermano Ethan siempre les contaba la crueldad que había en los humanos, el mundo cada vez estaba más lleno de sentimientos no deseados, el peligro abundaba por las calles, y la naturaleza se extinguía poco a poco, por lo que siempre les recordaba lo afortunados que eran por estar entre las hadas y aunque ellas también podían guardar sentimientos poco agradables, eran las que los habían acogido y aceptado, aún sabiendo el riesgo que corrían.
—Bien, hora de dormir. Por la mañana les he dejado sus polvillos en la mesa —dice Ethan mientras se dirige a apagar la luciérnaga.

—Saben horribles —replica Amber.

—Que lastima, pero no existe otra manera de estar del tamaño de las hadas sin esos polvillos —le recuerda Ethan.

A Olive no le molesta tomar los polvillos, piensa. Eso la vuelve más similar a las hadas.

Ethan cierra la puerta y las tres se envuelven en sus colchas en cuanto el aire fresco de la venta entra a la pequeña habitación. Olive que se encuentra más cerca de ella, cada noche se pone a ver hacia afuera, esperando ver alguna señal de que la estrella se ha equivocado con ella. La misma Estrella que le concede a las hadas su luz para nacer.

Sangre Humana (El Legado de las Hadas)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora