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Max

Me moria por subir a Red Bull, Toro Rosso no me dejaba explotar mi potencial. Tendría que esperar unos años, supongo, pero las ganas no me faltaban. Mis resultados eran mejor de lo esperados por la escudería, y todo me iba genial.

–Me ha dicho un pajarito que una tía ha hablado mal de ti –miré a Daniel desde donde estaba sentado. No me lo puedo creer.

–Te enteras tarde, ¿qué quieres?

–Nada, nada.

–Si vienes a restregarme tu éxito otra vez, adelante. Algún día te comerás el humo de mi tubo de escape –me reí.

–Vaya carácter, Verstappen.

–Así me criaron... –me encogí de hombros.

–¿Cómo era esa chica?

–Castaña, con ojos verdes. Despampanante, a decir verdad. Pero una víbora, por lo que se ve.

–¿Por qué?

–Dijo que yo me la había follado.

–Ostras.

–Nunca hice eso.

–¿Y te habría gustado?

–Tenía trece años la última vez que la vi, y yo que sé, me mataba a pajas.

–Entiendo.

–A mi padre nunca le cayó bien. Siempre pensó que me gustó y que iba a perder el tiempo con ella.

–¿Y el tiempo le ha dado la razón? –se apoyó sobre su mano sonriendo–, porque aunque sea una víbora, como tú dices, has hecho hincapié en que es despampanante.

–Sí. Lo es.

–¿Te atrae?

–Es guapísima.

–Entonces tu padre tenía razón. Te gustaba.

–No me gustaba, pero fue la única que estuvo para mi.

–Max, dime la verdad... ¿Crees en serio que si tanto te quería habría dicho eso de ti? Porque viendo cómo hablas de ella, no sé si fiarme de ti.

–Tengo que serte sincero.

–A ver...

–... Me lo inventé yo para joderla porque sentía que nunca le importé –Ric dejó de sonreír de un momento a otro–. Dejó de venir a verme y quise devolverle el haber sido tan mala amiga.

–Max, por la Santísima Trinidad... –se frotó las sienes–, ¿cómo se te ocurre?

–No lo sé.

–¿No sabes siquiera cómo está?

–No.

–No sé ni cómo puedes dormir tranquilo...

–Durmiendo.

–Max, no me jodas... –frunció el ceño.

–¿Qué?

–Has esparcido rumores solo por que te jodió que dejase de prestarte atención, ¿estás bien de la cabeza? –me dio un toque en la gorra.

Mi cabeza hizo click. En ese momento, entendí por qué el horror que había en su cara.

–Somos amigos, pero me llegas a hacer eso a mí y una paliza de la mafia te parecerían caricias con la hostia que te metería yo.

–Dios.

–Ah, ahora te das cuenta. ¿Te enteras de que ella puede haberse hecho daño por todo el acoso que le has hecho recibir? A ti te sudará la polla, porque en este deporte las cosas van así. Pero ella, aunque no la conozca, es una niña.

𝐦𝐚𝐝 𝐦𝐚𝐱: 𝐥𝐨𝐬 𝐠𝐚𝐧𝐚𝐝𝐨𝐫𝐞𝐬 𝐭𝐚𝐦𝐛𝐢𝐞𝐧 𝐬𝐞 𝐞𝐧𝐚𝐦𝐨𝐫𝐚𝐧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora