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Diana

Después de aquella vez, hubieron unas cuantas más. Había veces que no me dejaban quedarme a dormir porque el padre de Max estaba indispuesto, y Max solo se callaba. Yo no entendía de eso, y mi madre siempre me había dicho que no preguntase sobre el tema porque no iba con nosotras. Estábamos a mitad de agosto, y Max tenía algunas marcas de haberse peleado con algo. O más bien, con alguien. Siempre que podía le daba un abrazo intentando hacerlo sentir mejor.

¿Cómo iba a reaccionar una niña de seis años si se entera que el padre le pegaba? Sería traumático, incluso para mí muchos años después.

–Solo son unos golpes de nada, soy fuerte, no me duele –lo minimizaba. Él no quería decir nada. Solo era un niño aterrorizado.

–¿Y si te tocó así?

–¡Au! No toques... –se sobó la zona.

–Jo, perdón.

–Es que es de hace poco. ¿No te duele si te tocas los golpes?

–Sí.

–Pues me pasa lo mismo... No es nada, vamos a jugar –se sentó con cuidado en el suelo de su habitación.

Asentí sin querer pelear con él. Era triste verlo con pupas.

Max y yo nos pasábamos siempre que podíamos las tardes juntos jugando a cualquier cosa. Pero las cosas poco a poco empezaron a cambiar.

–Mi padre quiere inscribirme en un programa para jóvenes pilotos. En el Karting. Como quiere hacer Michael con Mick –Michael Schumacher era amigo de la familia Verstappen, y por lo tanto, también lo conocíamos. Era un muy buen hombre y siempre nos traía regalos. Y Mick era muy majo. Era un poco más pequeño que nosotros, pero nos gustaba estar con él.

–¿No era lo que querías desde siempre? –lo miré.

–Sí... Pero me da miedo. ¿Y si no gano? ¿Y si soy malo y se enfada? –su labio inferior tembló.

–No pasa nada. Lo harás muy bien.

–No quiero que se enfade, me da mucho miedo –se abrazó las rodillas.

–Jo –hice morros sin saber muy bien que responderle.

¿Qué le iba a decir una niña de seis años que no sabía que sufría maltrato por parte de su padre?

–Me van a castigar.

–No es tu culpa.

–¿Vendrás a verme cuando corra?

–Sí.

Me sonrió y dejó de abrazarse las rodillas para abrazarme a mí. Sus brazos me hacían sentir muy bien. Me sentía unida a él de verdad.

★★★

Diciembre 2005

A Max lo inscribieron en el karting un año y medio después. A los siete años, ya corría y ganaba cada carrera que podía. Cuando no lo hacía, lloraba como si se le hubiera muerto alguien. No entendía por qué, no veía tan mal perder. Le decía que no pasaba nada, pero él siempre me decía que no era sólo porque perdía.

Ojalá lo hubiera entendido antes, ojalá hubiera podido protegerlo, ojalá hubiera podido salvarlo.

–Hola –susurró dejando la mochila a un lado de su pupitre. Estábamos en la misma clase, y acababa de llegar una hora tarde.

–Hola, Max.

–¿Por qué has llegado tarde? –lo miró la profesora. Él negó con la cabeza y dijo que había tráfico. Pero su cara no decía lo mismo. Tenía la cara triste, pero preferí no meterme en sus cosas.

En el patio se apartó, quedando con su merienda, sentado. Solo en una esquina, mirando al suelo y sin estar con nadie. Me acerqué a él y me senté a su vera. No me gustaba dejar a las personas solas.

–Solo he perdido una carrera. Una. Es el periodo de prueba... –suspiró.

–No pasa nada, Max.

–Mi padre dice que tengo que ganar las veintiuna.

–Eso es mucho.

–Dice que en su casa no entran fracasados ni perdedores.

–Eso es muy feo.

–Yo no soy nada de eso. Yo soy su hijo –lágrimas se formaron en sus ojos.

Rodeé mis brazos en él y lo abracé con fuerza. Él se dio la vuelta para corresponderme y abrazarme más fuerte.

–Te quiero, Didi.

–Y yo a ti.

Esa fue la primera vez que recibí un beso de un chico. En la mejilla, pero para mí era algo muy importante. Max era una persona que rara vez se atrevía a demostrar afecto con los demás, y conmigo era un caso extraordinario. Yo y él éramos inseparables.

Unos meses más tarde, su padre empezó a sacarlo del colegio para probar piezas del coche de karting. No lo dejaba descansar. Nunca volvió a perder una carrera desde entonces. Llegaba agotado, incluso a veces se dormía en las clases, pero nadie le decía nada por hacerlo. Ellos sabían cosas que yo no. Yo me encargaba de los días que había deberes de pasárselos porque no tenía tiempo. Lo ayudaba a entenderlos y los hacía con él en el patio y lo ayudaba a recuperar el ritmo.

–Tengo mucho sueño... –se apoyó sobre sus manos.

–Tienes ojeras.

–No sé cuánto duermo... Pero creo que es poco tiempo. Sabes que no soy bueno en mates... –intentó bromear, pero lo vi demasiado cansado como para reírse.

–No te preocupes, yo te ayudo.

Y así podía pasarse durante meses, llegaba a ser preocupante verlo tan triste y con esas ojeras. Venía poco a clase, y ya no lo veía tanto como antes. Quería verlo, ir a su casa y saber cómo se encontraba. Pero nunca me dejaban ir. Cada vez nos estábamos distanciando más y más, y lo echaba de menos. Con eso fuimos creciendo.

𝐦𝐚𝐝 𝐦𝐚𝐱: 𝐥𝐨𝐬 𝐠𝐚𝐧𝐚𝐝𝐨𝐫𝐞𝐬 𝐭𝐚𝐦𝐛𝐢𝐞𝐧 𝐬𝐞 𝐞𝐧𝐚𝐦𝐨𝐫𝐚𝐧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora