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Diana

2007

El tiempo al final hizo su efecto y Max y yo acabamos distanciandonos sin saber nada del otro. Hacía dos años que no lo veía y había veces que lo extrañaba. Cuando podían, mis padres me hablaban de él, de cómo estaba. De cómo lo llevaba. Me gustaba saber de él pero no me gustaba no poder verlo, y siempre preguntaba por qué yo no podía ir.

–Jos no quiere distracciones para Max –comentó mi padre.

Simplemente asentí. Creo que fue en esa temporada cuando empecé a sentir rechazo por Max, porque no entendía nada, éramos uña y carne y de repente, desaparece.

–Ya no quiero saber nada.

–Está bien.

–Lo siento mucho, cariño –mi madre me acarició el pelo. Ella sabía que yo no tenía culpa de nada.

Era por culpa de ese obsesivo y odioso hombre al que Max estaba obligado a llamar padre. Sentía un asco enorme hacia él a raíz de enterarme al pasar los años de todo lo que sufría Max.

–No pasa nada. Me dices desde pequeña que la gente a veces pasará por tu vida solo para enseñarte algo y se irá –suspiré y me forcé a no llorar.

–¿Y qué has aprendido? –tomó mi mano.

–Que hay gente muy tonta que se deja influenciar por otras.

Si tan solo hubiera sabido que estaba amenazado, habría corrido a su puerta hasta que me tuvieran que sacar a rastras de allí. Éramos niños de 10 años que no tenían porque sufrir todo aquello.

Max

–¡¡No sirves para nada!! –mi padre volvía a tener un ataque de ira. Esta vez, porque según él el coche no estaba puesto a punto.

–Me has dicho que lo engrasara así, ¿por qué te enfadas? –me miró a los ojos. Nunca me había atrevido a contestarle. Entonces sentí como mi cabeza giraba y mi mejilla ardía de dolor.

No era la primera vez, pero si era la primera que me dolía tanto que no tenía ni ganas de llorar. Estaba en shock. No había mucha gente alrededor, pero yo sentía que me abrumaba. Miré a mi madre que era testigo de lo que acababa de pasar, simplemente me miró y agachó la cabeza. No iba a hacer nada por mi.

No podía hacer nada. Ella también estaba asustada.

–... ¿Por qué? –me puse la mano en la mejilla.

–No hables. Gana –me exigió en un gruñido mientras se agachaba para encararme. Me puse el casco, me subí en el coche y fui a hacer mi trabajo. Me educaban en casa, así que todo mi tiempo lo pasaba corriendo.

Diana

Max y yo antes compartíamos pupitre, y ahora apenas aparecía por clase. Uno de esos días vino, con la cabeza gacha y unas grapas en la ceja. De esas que eran como tiritas. Se sentó en el pupitre que había libre detrás de mí y no dijo ni los buenos días. Su habitual sitio estaba libre y aún así no se había sentado en él, eso me hizo enfadar aún más. A la hora del recreo se acercó a mí, callado y con ojos tristes. Me dolió verlo así pero hice lo posible para que no lo notara.

–¿Qué quieres?

–¿Seguimos siendo amigos? –se arrodilló enfrente de mí, mientras que yo estaba sentada en el césped.

–Creía que no.

–He tenido un tiempo muy duro. Me han dejado venir a clase a recoger mis cosas. He tenido que lloriquear bastante para que me dejen quedarme el día entero... –creí que se reiría, pero no lo hizo.

𝐦𝐚𝐝 𝐦𝐚𝐱: 𝐥𝐨𝐬 𝐠𝐚𝐧𝐚𝐝𝐨𝐫𝐞𝐬 𝐭𝐚𝐦𝐛𝐢𝐞𝐧 𝐬𝐞 𝐞𝐧𝐚𝐦𝐨𝐫𝐚𝐧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora