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7/12/2001

Diana

–¡No! ¡Devuelvemelo!

Perseguía a Max por todo el jardín, intentando recuperar mi coche de Michael Schumacher, que él mismo Michael me había regalado.

–¿O qué? –se reía él. Siempre hacía lo mismo, me quitaba los juguetes–. ¿Vas a llorar otra vez?

Y encima siempre ponía la excusa de que como él era mayor que yo –por unos meses– tenía todo el derecho de hacerlo.

–Me voy a chivar a tu madre.

–Hazlo –me sacó la lengua.

¡Lo odiaba!

–¡SOPHIE! –fui llorando a abrazarla, ella siempre era buena conmigo y me ayudaba con el demonio que tenía por hijo.

–Ay, tesoro… –me cogió en brazos.

–Max me ha quitado el coche que me regaló Michael.

–¿Cómo? Pero si él tiene uno igual… –suspiró–. Ahora vengo –me dio un beso en la frente y me dejó en el sillón en el que ella siempre se sentaba. A mi y a Max nos parecía un trono, y siempre nos peleábamos por ese sitio. Asentí.

Ella volvió con mi coche en una mano y Max en otra, este con las mejillas rojas de vergüenza y algunas lágrimas en los ojos y cara de enfado.

–Toma –Sophie me entregó el coche–. Max –lo amenazó con la mirada.

–Perdón… –dijo a regañadientes.

Sonreí con alegría y cogí el coche más feliz que una perdiz. Max me miraba mal, se sentó en una esquina con otros coches que tenía y simplemente dejó de prestarme atención. Lo odiaba. Lo odiaba con toda mi alma. Encima, la semana siguiente era mi cumpleaños, y estaba convencida de que él me lo arruinaría. Iba a cumplir cinco años y había invitado a mis dos mejores amigas. Si no fuera porque me obligaban a invitarlo, no vendría. Mi padre y el suyo eran mejores amigos, y se pensaban que nosotros nos peleábamos como amigos, pero no. Nunca nos habíamos caído bien.

–¡Mamaaaa! ¡Tengo hambre! –olía a galletas.

Entre trabetas, empujones y pisotones fuimos a la cocina, llegué yo primero. Le saqué la lengua, y Max frunció el ceño con todo su odio.

–¿De qué son?

–De chocolate y chispas de chocolate blanco. Esperad a que se enfríen.

–Valeee.

Ambos nos sentamos en la mesa de la cocina a esperar. Max me mira, y yo le saco la lengua otra vez.

–Pero si ahora no te he hecho nada.

–Me da igual, me apetecía.

–Eres mala –me arrancó el coletero de la trenza que me había hecho mi madre.

–¡MAMÁÁÁÁ!

Ella apareció por la puerta tan pronto como chillé tan fuerte.

–¡¿Qué?! ¡¿Qué pasa?!

–Me ha quitado el coletero.

–Max Emilian Verstappen, devuélvele el coletero a Diana –apareció su madre junto con la mía después. Aquel enfurecido me la devolvió de mala manera y yo sonreí–. A ver cuándo te comportas… verás cuando tu padre se entere de esto –la cara de Max cambió por completo.

Yo sabía lo malo que podía ser su padre, a veces le gritaba de unas maneras muy feas, y a veces sentía lástima.

–No, papá no… –sus ojos se llenaron de lágrimas.

Mi madre miró a Sophie pidiendo un poco de clemencia, pero ella se mantenía firme. Yo, con todo mi buen corazón, me senté a su lado y le acaricié la espalda. Él me miró, no dijo nada, simplemente se dejó, sabiendo lo que le esperaba.

–Creo que tienes que irte… –miró a su madre.

–Vale.

Sophie se despidió de mí y de mi madre, y mi mamá, agarrándome de la mano se fue seria al coche.

–Mami, ¿por qué Max tiene miedo de su papá? –nunca me explicaba el por qué. Simplemente me daba una idea diferente.

–Porque su padre se convierte en monstruo cuando se enfada y su mamá lo tiene que proteger.

–Oh.

–Estará bien, no te preocupes –arrancó, directas a casa.

Max

Lo poco que recuerdo de ese día, es estar en mi habitación y oír los fuertes pasos de mi padre por el pasillo hasta mi cuarto. Estaba serio, mirándome como si quisiera atravesarme de pecho a espalda.

–¿Qué has hecho? ¿Qué te he dicho yo de cómo se trata a las chicas?

–N-no volverá a pasar.

–Más te vale, porque como volvamos a ver a Diana llorar, te quedas sin karting el año que viene.

–... Vale.

–Que no vuelva a pasar, o habrá consecuencias que no te van a gustar nada –desapareció de mi cuarto.

Cada vez que ese hombre aparecía por mi zona de la casa, mis piernas empezaban a temblar y mi sentido del peligro se activaba. Me daba miedo. Algo que un padre no debería transmitir.

☆☆☆

24/12/2001

Era nochebuena y mis padres habían hecho una cena con ellos como hacen todos los años. Diana iba con un vestido que le acababan de comprar, porque no lo tenía, y una diadema de purpurina dorada. No le quedaba mal, pero la forma en la que se reía con mi padre y jugaban juntos me cabreaba. Sentía celos. ¿Por qué yo no puedo?

–Ey, Max. Ven –me dijo el padre de Diana sacándome de mi trance, a lo que yo fui–. Papá Noel ha traído unas cosas para ti…

Me brillaron los ojos. Nunca olvidaré ese momento. Era una caja cuadrada, que al rasgar el papel y abrir reveló un casco nuevo de Karting. El mío estaba hecho un estropicio, y me venía genial. Llevaba pidiendo uno desde que me enteré de que podría federarme en cuanto cumpliera los siete.

–¿Te gusta?

–¡SIIIII! –lo abracé con todas mis fuerzas. Él me lo devolvió y me acarició la cabeza.

–Me alegro, campeón. Lo hemos pedido de parte mía, y de mi mujer.

–Lo usaré en dos años, cuando pueda entrar en la federación –casi saltaba de alegría.

–Me alegro mucho.

–Recuerda que tendrás que ganartelo –la voz de mi padre sonó incluso siniestra, pero con el ambiente navideño y alegre que había en la casa nadie se dio cuenta. Excepto yo.

Fue el turno de Diana mi madre le dio un regalo. Yo no sabía que era, insistí en saberlo en cuanto supe que lo trajeron, pero no me dijeron nada. Era un muñeco. Según ponía, bebe llorón. A ella le encantaba jugar a papás y mamás, pero jugaba sola porque eso es para niños que no saben lo que es un coche. Mi padre la miró con ilusión, una ilusión que no compartía conmigo, y después, le dio otro regalo. Era un collar. Un collar plateado. Era muy bonito. Yo no quería un collar, ni nada de lo que había pedido ella. Lo que yo quería era un padre como el que estaba viendo con ella. La odiaba. La odiaba por el simple hecho de que ella tenía suerte y yo me comía toda la porquería y el veneno de mi padre con tan solo cinco años. Y ahí, me di cuenta de que tendría que esforzarme.

𝐦𝐚𝐝 𝐦𝐚𝐱: 𝐥𝐨𝐬 𝐠𝐚𝐧𝐚𝐝𝐨𝐫𝐞𝐬 𝐭𝐚𝐦𝐛𝐢𝐞𝐧 𝐬𝐞 𝐞𝐧𝐚𝐦𝐨𝐫𝐚𝐧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora