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Diana

Hablar con Max había sido algo... aliviador. Había aclarado algo, pero me dolía en el alma lo que había hecho. Lo que no iba a ser mala persona. Cuándo se llevó el golpe por protegerme solo quise cuidarlo. Veía ese moretón en su mejilla izquierda y me daban ganas de matar a golpes a Jos Verstappen. Era un ser humano horrible y despreciable. Le cubrían con maquillaje esa marca antes de salir ante cámaras y se escondía cuando el maquillaje empezaba a correrse. Si le pillaban ese golpe iban a explotar las redes con noticias. Y ya bastante teníamos como para lidiar con eso. No quería que le tocasen la cara, le dolía demasiado. Incluso cuando él se pasaba el desmaquillante le dolía.

–Deja que te ayude...

–No puedo, es... agh –me pasó el algodón–, tengo demasiada fuerza.

–Deja.

Cogí el algodón y fui pasándoselo por la zona morada con suavidad. Cerró los ojos ante mi tacto y dejó que yo hiciera todo el trabajo. Parecía tranquilo. Conmigo lo estaba siempre, a pesar de las cagadas que hacía.

–¿Ya está? –preguntó con voz suave. Se estaba durmiendo.

–Sí.

Abrió los ojos, mirándome directamente a los míos. Aún había cariño en ellos. Me enterneció. Porque yo sabía que me quería, y que me quería muchísimo, pero no me llegaba a cuidar como tocaba y era un gilipollas. Pero abriendo los ojos, nos costaba estar lejos del otro. Teníamos el hilo rojo.

–Gracias.

–De nada, niño.

–Tengo veinte años, niño del todo ya no soy... –sonrió divertido.

–Eres un niño para mí. Mi niño.

Sus mejillas se enrojecieron. Reí. Era tierno.

–¿Y ahora de qué te ríes?

–Eres gracioso.

–¿Por qué? –frunció el ceño.

–Por nada, anda. Vámonos que se van a pensar cosas.

–¿Y qué si se piensan cosas? Qué piensen lo que quieran. Tengo derecho a estar con mi amiga aquí tranquilamente. Ya he cumplido con mi deber de salir en cámara.

–No me gustan los rumores.

–Y a mí me gusta estar contigo.

–Y a mí.

–Entonces no hay prisa.

Sonreí y lo abracé. No sé si lo pillé por sorpresa porque no lo veía. Me abrazó también unos segundos después y me sentó encima suya. Apoyó la mejilla derecha en mi hombro y suspiró. Estaba tranquilo. Ojalá pudiéramos estar así siempre y no odiándonos cada dos por tres.

–Te quiero.

–Y yo, tonto.

Nos miramos a los ojos y sentí el mundo detenerse. Como si solo fuéramos él y yo. Nadie más. Estábamos a dos centímetros de distancia, nuestros alientos se mezclaban y nuestras narices se rozaban. No entendía qué pasaba, pero íbamos a besarnos. Espera, ¿acabo de pensar eso? Oh dios mío. Voy a besarme con Max. Su mano se posicionó en mi mejilla, dándome caricias en ella, y su pulgar rozó mis labios acariciándolos. Luego apartó su dedo y se acercó más a mí, dejándome con el roce de sus labios con los míos.

–Max...

–... Lo siento –se apartó un poco.

–No, no... Te iba a decir que qué estamos haciendo.

𝐦𝐚𝐝 𝐦𝐚𝐱: 𝐥𝐨𝐬 𝐠𝐚𝐧𝐚𝐝𝐨𝐫𝐞𝐬 𝐭𝐚𝐦𝐛𝐢𝐞𝐧 𝐬𝐞 𝐞𝐧𝐚𝐦𝐨𝐫𝐚𝐧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora