27 | «¿De quién me enamoré?»

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El domingo, al regresar a casa después del ensayo, Harry no estaba ahí. Tampoco en la mañana cuando me levanté para ir a trabajar, ni al mediodía cuando regresé de mi turno, ni siquiera a la noche cuando me fui a la cama, a su cama, nuestra cama. El martes le dije a Jefferson que no me sentía bien, que tenía temperatura alta y le rogué que me permitiera faltar ese día; cosa con la que estuvo de acuerdo y por eso le estoy agradecida. Quería quedarme en casa por si Harry venía, pero tampoco lo hizo, así que comencé a desesperarme.

Las llamadas perdidas se acumularon en mi bandeja, todas fueron dirigidas a él y ninguna tuvo respuesta. El miércoles, ni bien salí de mi turno matutino en el bar, conduje hasta la casa de su madre; Ander me atendió en la puerta, dijo que Vicky no estaba y que Harry había pasado la noche en su casa, pero que se había marchado temprano en la mañana. Esa noche me la pasé llorando, sabía que había hecho algo mal, algo terrible como para que él decidiera alejarse de esa forma y no entendía qué. Todo estaba perfecto, todo se sentía perfecto y estoy segura de que no solo lo era para mí.

El jueves tampoco vine al trabajo, no tenía ánimos, él seguía sin responder y nadie sabía decirme dónde estaba. Todos lo habían visto, pero él no estaba en ninguna parte. Ayer solo me presenté al turno de la noche y Jefferson me advirtió que si continuaba con esa irresponsabilidad iba a echarme, por lo que hoy tuve que mover mi culo de la cama y venir al bar en ambos turnos.

Harry se convirtió en un fantasma, se sentía como si hubiera sido un sueño y tan pronto como llegó la mañana y abrí mis ojos, desapareció. Por eso la sorpresa al salir del bar y encontrarlo recostado en el capó como a diario lo hacía.

—Harry... Mierda, he estado muy preocupada —me acerco a él para abrazarlo y aunque me rodea con sus brazos, el gesto no se siente igual.

—Perdón —dice y se aparta para rodear el auto—. Necesitaba un tiempo para pensar.

Se mete en el auto y yo imito sus movimientos frunciendo el ceño. Algo no va bien, lo sé.

—¿Está todo bien? —pregunto intentando buscar su mirada, pero no hay caso, tiene la vista fija en las calles frente a nosotros.

—Sí, ahora sí —asiente—. Estos días me sirvieron para aclarar mi mente y mis sentimientos.

Lleva su mano a la radio y la enciende. Trago grueso cuando una canción de papá comienza a sonar y siento una corriente nerviosa cuando él voltea a verme.

—Descubrí ese cantante hace poco, ¿lo conoces? —pregunta y en sus labios se forma apenas una sonrisa—. Su nombre es Corbyn Hood.

Yo niego con la cabeza y él asiente alzando las cejas.

—¿Qué has hecho mientras no estuve? —baja un poco el volumen de la música—. Ander me dijo que fuiste a la casa del lago, ¿pasó algo?

—Pasó que no atendías mis llamadas, no regresaste a casa y me preocupé.

—Tranquila, no me morí, sigo siendo el mismo Harry Bianchi de siempre —sus ojos caen sobre mí otra vez—. Tu sigues siendo Dakota Kein, ¿no?

Mi ceño se frunce a la vez que mi corazón comienza a encogerse por la presión que le genera el mal presentimiento que ahora abunda en mi pecho. Harry estaciona el auto en el camino de entrada a nuestra casa y una vez apaga el motor suelta un suspiro.

—¿Sigues siendo Dakota Kein? —vuelve a preguntar—. ¿O prefieres que a partir de ahora te llame Melody Corbyn? ¿Monstruito? ¿Mentirosa? Tengo tantas opciones que no sé con cual quedarme.

Sale del auto y se dirige a la casa sin siquiera mirar por encima de su hombro para asegurarse que voy detrás de él. Al entrar camina directo a la sala y se deja caer en el sofá con tranquilidad.

La melodía que nos une [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora