Caline dice algo, pero no logro escucharla a través del barullo en el que está envuelto el bar en el que nos encontramos. Ella parece notar que no he sido capaz de oír lo que ha dicho y, acto seguido, se inclina hacia mí una vez más y lo intenta de nuevo.
—¡No te oigo una mierda! —grito en su dirección cuando, por segunda vez, no soy capaz de escuchar nada.
Mi amiga rueda los ojos al cielo y sacude la cabeza en una negativa, pero no hace nada por intentar volver a hablarme. Se limita a acomodarse en su asiento para mirar en dirección de Armand, el bajista de la banda que toca al fondo del establecimiento en el que nos encontramos.
Hace mucho tiempo que mi mejor amiga está enamorada de él. Tanto, que ya ni siquiera recuerdo haberla escuchado hablar de nadie más.
Una pequeña sonrisa se desliza en mis labios cuando recuerdo aquella ocasión en la que me hizo recorrer casi todos los bares de Berna (Capital de Suiza) solo para averiguar el bar en el que su banda tocaba, y se ensancha un poco más cuando recuerdo que, una vez que lo encontramos, no hizo nada por acercase a hablarle. Al contrario, se escondió dentro del baño y no salió de ahí hasta que le aseguré una y mil veces que él y sus amigos se habían marchado.
Ha progresado mucho desde entonces. Ahora, él sabe de su existencia y la invita seguido a verlo tocar. Tengo entendido que tienen conversaciones largas por redes sociales y si no fuese porque ella me ha prohibido hablarle, ya habría averiguado si el tipo está interesado en ella también. No me cabe la menor duda de que es así. El chico no deja de enviarle textos a todas horas y hacer más que obvio su interés por mi amiga. Sin embargo, y aún con todas las señales que se lanzan el uno al otro, ninguno de los dos ha intentado dar el siguiente paso.
Caline es muy dada a la timidez cuando de chicos se trata y él, aparentemente, también es un tanto inseguro al respecto. Yo, a pesar de que me he visto tentada muchas veces a meter mi cuchara donde no me llaman, he tratado de respetar el ritmo que llevan. Solo espero que pronto se dignen a llevarlo al siguiente nivel.
La canción de Croos Red que la banda interpretaba termina, y aprovecho para llamar la atención de mi amiga, quien no deja de mirar a Armand con gesto soñador. Ella no parece notarme al principio, pero, cuando lo hace, se inclina hacia mí para hablarme (gritarme) al oído.
—¿Estás bien? —Mientras pregunta, se aparta para echarme una ojeada. Mi ceño se frunce en confusión.
—¿Por qué lo preguntas? —grito de vuelta.
—Te noto... extraña —dice, con gesto preocupado.
Mi rostro rompe en una sonrisa solo porque no puedo creer lo bien que me conoce. Lo bien que puede intuir que algo no va como debería, aun cuando ese algo sea tan insignificante como un rechazo por parte de un hombre que ni siquiera me agrada.
—No pasa nada —digo, al tiempo que le guiño un ojo. Caline no luce convencida.
—¿Estás segura? —pregunta. —¿Pasó algo con aquel hombre que te atormenta cada que lo miras?
—¿Con Gabriel? —bufo, mientras ruedo los ojos al cielo. —Para nada. Te digo que estoy bien.
—¿De cuándo a acá le llamas por su nombre de pila? —Una ceja es alzada, en un gesto inquisidor. —Además, te conozco —me acusa. —Sabes que no puedes mentirme sin que lo note. —Un gesto cargado de fingido fastidio se apodera de mi rostro.
—Le llamo por su nombre porque... bueno... no es tan viejo —me excuso. Sé, de antemano, que acabo de dar la justificación más pobre de todas; así que, para evitar que ella insista en el tema, añado. —Respecto a lo otro, deja de agobiarte. Ya te dije que todo está bien. —Mi amiga no luce satisfecha con mi respuesta.
ESTÁS LEYENDO
El Magnate -MLB
RomanceGabriel Agreste cree que un hombre puede ser feliz con cualquier mujer mientras que no la ame. Nathalie Sancoeur le demostrará lo contrario. Reservado, arrogante, manipulador y egocéntrico. El encanto de Gabriel Agreste, no es su cuantiosa fortuna...