El resto de la reunión con Gabriel fue una completa tortura.
Estar ahí, en su oficina, fingiendo que nada importaba y que lo que dijo no abrió una brecha profunda en mí, fue un martirio total. Un completo calvario.
Con eso y todo, me las arreglé para no lucir amedrentada o afectada en lo absoluto.
No fui capaz de ponerle atención a la mitad de las cosas que dijo, pero traté de mostrarme atenta y fría mientras él, con aire ausente, relataba cosas de su vida que se me antojaron rebuscadas y sin relevancia.
Me obligué a tomar nota de lo que consideré medianamente importante y, luego, cuando por fin se llegó la hora de marcharme, me obligué a despedirme de la manera más formal y profesional que pude encontrar.
Salí de su oficina con la frente en alto. Con el corazón hecho un manojo de sentimientos, pero con el orgullo alzado como una barrera impenetrable entre Gabriel y yo.
No recuerdo mucho de mi trayecto a casa. Estuve tan absorta en mis pensamientos todo el camino, que ni siquiera sé cómo le hice para llegar hasta la parada del autobús que se encuentra cerca del edificio de Grupo Agreste. Tampoco recuerdo mucho de cómo fue que llegué a la estación del tren ligero en la que suelo abordar para ir a casa. He estado tan ensimismada, que siento que me muevo de manera mecánica. Casi por inercia o por costumbre; mientras que mi mente corre a mil por hora en un universo en el que el magnate es el centro de todo.
Estoy decepcionada. Herida en un modo en el que nunca creí que alguien como Gabriel Agreste podría herirme y, aún con todo eso, me siento... tranquila.
Por extraño que suene, me siento aliviada ahora. Liberada de toda esa ansiedad que me había acompañado las últimas dos semanas.
Me siento miserable. Dolida. Abrumada por todo lo que descubrí sobre él... Y, al mismo tiempo, se siente como si hubiesen arrancado un bloque de concreto fuera de mis hombros. Como si toda la tensión acumulada los últimos días, se hubiese fugado al descubrir la verdad.
Francamente, no sé por qué me sorprendió tanto descubrirlo. Ya había visto venir (desde hace mucho tiempo) la clase de hombre que era. Fue culpa mía el haber creído que era un hombre blando debajo de esa armadura de rectitud que siempre lleva puesta. Fue mi imaginación inquieta la que me hizo creer que le habían roto el corazón y que por ese motivo se comportaba como un idiota.
Supongo que la necesidad que tenía de creer en él me cegó por completo. Supongo que esa actitud suya de preocupación hacia mí, me hizo idealizarlo de una manera errónea.
Un suspiro se me escapa.
La voz en los intercomunicadores del tren llega a mí y aguzo el oído justo a tiempo para escucharla anunciar el nombre de la estación en la que tengo que bajarme. Solo eso es suficiente para sacarme del estado de aturdimiento en el que me encuentro y, de inmediato, me levanto del asiento para acercarme a las puertas y bajar.
Recorro las calles que separan el apeadero del edificio en el que vivo en cuestión de minutos y, cuando menos lo espero, ya me encuentro aquí, afuera del departamento, con las llaves en la mano y el corazón adormecido.
Tomo una inspiración profunda y cierro los ojos unos segundos. Me repito a mí misma una y otra vez que debo dejar de actuar como si me hubiese ocurrido algo horrible, porque no fue así. Porque se supone que él ni siquiera me gusta.
«Pero es que si te gusta».
Aprieto los ojos y me obligo a inhalar profundo una vez más. Entonces, luego de controlar un poco el torrente de emociones encontradas que me embarga, abro la puerta.
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El Magnate -MLB
RomanceGabriel Agreste cree que un hombre puede ser feliz con cualquier mujer mientras que no la ame. Nathalie Sancoeur le demostrará lo contrario. Reservado, arrogante, manipulador y egocéntrico. El encanto de Gabriel Agreste, no es su cuantiosa fortuna...