Capítulo 14

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Mi cita con Gabriel no ha ido, para nada, como creí que iría.

Para empezar, esta mañana me llamó para cambiar la hora a la que pasaría a recogerme. Dijo que tendría una junta que le sería imposible cancelar o posponer, pero que pasaría por mí a las ocho de la noche para hacer algo de todos modos.

Luego de eso, no hice más que retorcerme en el mar de nerviosismo y ansiedad que creé para mí en el transcurso del día.

Traté de distraerme empezando en forma con la escritura de su biografía, pero no tuve el éxito esperado. Apenas si pude redactar unos cuantos párrafos. Apenas si pude sentarme frente a la pantalla del ordenador durante horas, con el documento en blanco, sin saber muy bien por dónde empezar a trabajar.

Quiero atribuirle mi falta de inspiración al estado nervioso en el que me he encontrado todo el día, pero en realidad sé que se trata de algo más: mi falta de motivación para escribir esta biografía. Por mucho que mis interacciones con Gabriel me parezcan interesantes y emocionantes, sigo siéndole fiel a la idea de que no estoy hecha para transcribir lo que un hombre tiene que decir sobre sí mismo.

No recuerdo la hora en la que me metí en la ducha. Tampoco recuerdo cuándo dejé de cambiarme de ropa una y otra vez, solo para decidirme a utilizar un suéter de puntos color blanco y unos pantalones entallados en color negro; sin embargo, cuando Gabriel Agreste apareció por mi puerta (luciendo insoportablemente atractivo con ese cabello perfectamente estilizado y esa mandíbula angulosa recién afeitada) enfundado en un traje negro, corbata roja y camisa blanca supe que iba muy mal vestida para la ocasión... como siempre.

A pesar de eso, me las arreglé para bromear respecto a su manera elegante de vestir. Me las arreglé para hacer como si no me importase en lo absoluto el hecho de que él siempre luce como si hubiese salido de una revista y yo lo hago como si hubiese salido de un concierto que terminó en desastre.

No sé qué esperaba que ocurriera cuando me preguntó a dónde quería que fuéramos y le respondí que, precisa y exactamente, quería hacer lo que sugirió anoche que hiciéramos (ir por una pizza y comerla dentro de su coche) pero, en definitiva, no era esto.

No esperaba que, de buena gana, encaminara su flamante coche hasta una sucursal de Domino's Pizza, bajara de él (enfundado en ese elegante traje negro) conmigo a su lado y se adentrara en el establecimiento para ordenar una pizza familiar mitad pepperoni, mitad salchicha italiana.

Mucho menos esperaba que, luego de haber recibido la comida, se encaminara hasta el auto, me abriera la puerta del copiloto y se sentara a mi lado a preguntarme si prefería comerla ahí mismo, en el aparcamiento del restaurante, o si quería que buscásemos otro lugar.

Debo admitir que me tomó varios minutos espabilar y hacer como si no notase lo relajado de su comportamiento el día de hoy; pero, una vez controlado el estupor, le dije que quería comer en el parque que se encuentra justo a las afueras de la estación del tren ligero; en parte porque lo encuentro agradable y en parte porque, si las cosas se ponen de un ánimo extraño, puedo hacer mi camino hasta la estación y volver a casa en menos de quince minutos.

Ahora mismo, luego de veinte minutos de camino, nos encontramos aquí, sentados dentro en el interior de su coche (porque, justo cuando íbamos llegando, comenzó a llover) con una caja de pizza entre nosotros y un refresco de cola entre las manos.

—Debo admitir que esto es... diferente —Gabriel habla y el sonido de su voz me saca de golpe de mis cavilaciones.

Mi vista se posa en él y lo miro darle otra mordida a la rebanada de pizza que tiene entre los dedos.

No me pasa desapercibida la mancha de grasa que hay en su camisa debido al trozo de salchicha italiana que se le cayó hace unos minutos y que a él no parece importarle en lo absoluto. Ni la mancha, ni la salsa en la tapicería de su auto.

El Magnate -MLBDonde viven las historias. Descúbrelo ahora