Hacía mucho tiempo que no me sentía así de miserable. Que la chica asustadiza e insegura a la que decidí encerrar en una caja en lo más profundo de mi ser no estaba así de cerca de la superficie.
La última vez que supe de ella, intentó quitarse la vida. La última vez que le permití salir de su prisión, me llenó el alma de oscuridad, culpabilidad y desprecio hacia mí misma, hasta que ya no pude más. Hasta que sucumbí ante el dolor y decidí que era una buena idea intentar tragarme un frasco de pastillas para dormir y terminar con todo.
Hacía una eternidad desde la última vez que me sentí así de inestable. Estoy muy cerca del borde y eso me aterra.
Cierro los ojos.
La sensación insidiosa y pesada provocada por lo que pasó hace apenas media hora me ahoga. Me llena de una ansiedad angustiante y tira de mí hacia el interior de ese vórtice oscuro que ha estado amenazando con tragarme viva desde hace más de dos años.
Sé que soy patética. Que soy una idiota por sentirme de esta manera y estar al borde de una crisis emocional solo por haber visto a Gabriel Agreste con su prometida (o lo que sea que ella sea.) Y de todos modos no puedo arrancarme las ganas que tengo de desaparecer. De llegar a casa y dormir hasta que todo haya terminado. Hasta que los sentimientos (todos ellos. Incluso esos dulces que ha estado provocándome) se extingan.
Trago duro y presiono las palmas contra los ojos.
«No voy a llorar. No voy a llorar. No voy a llorar...».
No en un autobús. No por lo que acaba de ocurrir. Me niego rotundamente a quebrarme por esto. Me rehúso a derramar una sola lágrima por ese hombre, porque no me ha roto el corazón (no todavía), y no voy a quedarme a esperar a que lo haga.
Una punzada de dolor me atraviesa el pecho al recordar el gesto en el rostro del magnate y el nudo en mi garganta se aprieta otro poco. Una palabrota baila en la punta de mi lengua, pero la reprimo lo mejor que puedo y dejo escapar un suspiro largo.
No puedo creer que esté sintiéndome de este modo por él. No puedo creer que esto esté afectándome de esta manera cuando he pasado por cosas peores. Cuando he vivido cosas que me han hecho pedazos.
Aparto las manos de mi cara y tomo una inspiración profunda, antes de dejar ir el aire con lentitud. Cuando noto que la quemazón en mi garganta no se va, vuelvo a intentarlo. Vuelvo a respirar profundo para tratar de relajarme y deshacerme de la sensación de malestar que me invade.
«No deberías sentirte de esta manera. No cuando perdiste a Simón como lo hiciste»
Me reprimo a mí misma y, como si algo dentro de mí se hubiese accionado, la imagen del único chico al que he amado se dibuja en mi memoria hasta asentarse en mi cabeza y aferrarse a ella.
Uno a uno, los recuerdos empiezan a filtrarse en mi sistema. Un puñado de imágenes se afianzan en mí hasta abrumarme y hacerme sentir culpable. Hasta hacerme sentir como una traidora por involucrarme del modo en el que lo estoy haciendo con Gabriel Agreste y permitirme a mí misma sentir esto por él.
«¡Para!» (La voz en mi cabeza me reprime.) «No caigas en ese lugar. No puedes permitirte volver ahí. Sabes que haces esto solo para lastimarte. Sabes que solo tratas de castigarte a ti misma, así que detente ya».
Pero no puedo hacerlo. No puedo parar. La oscuridad que llevo dentro es más fuerte que yo y la lucha constante que tengo a diario conmigo misma, está siendo ganada por esa parte de mí que siempre me lleva a tomar las decisiones más idiotas. Esa que me lleva al límite y amenaza con acabar conmigo.
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El Magnate -MLB
RomanceGabriel Agreste cree que un hombre puede ser feliz con cualquier mujer mientras que no la ame. Nathalie Sancoeur le demostrará lo contrario. Reservado, arrogante, manipulador y egocéntrico. El encanto de Gabriel Agreste, no es su cuantiosa fortuna...