No hablo. No me muevo. Me atrevo a decir que ni siquiera respiro.
Estoy tan aturdida y abrumada, que ni siquiera puedo conectar los puntos y espabilar un poco. Ni siquiera puedo procesar correctamente el que Gabriel Agreste haya hecho acto de presencia en este lugar luciendo salvaje, aterrador e iracundo.
Se siente como si pudiese vomitar en cualquier momento. Como si pudiese salir corriendo de este lugar solo para escapar de ese gesto siniestro y furioso que está tallado en sus facciones, y de la intensidad de su mirada.
Viste un traje negro en su totalidad, pero la corbata ha sido olvidada en algún lado y el primer botón de su camisa se encuentra deshecho. Su cabello (normalmente estilizado a la perfección) luce desordenado; como si hubiese pasado los dedos entre las hebras una y otra vez hasta dejarlo en ese estado; su mirada (por lo regular fría, calculadora y analítica) luce llena de emociones. Llena de enojo. Nublada por el coraje que refleja su gesto.
Luce diez años más viejo. Diez años más joven... Luce tan diferente al hombre al que estoy acostumbrada, que la sola visión de esta fase suya tan extraña me hace querer desmenuzarlo de pies a cabeza. Me hace querer taladrar en su cerebro para saber qué demonios es lo que está pensando ahora mismo y por qué ha decidido venir a aquí en primer lugar.
—¡¿Pero qué carajos...?! —La voz de Alejandro llena mis oídos y algo se acciona en mi cerebro.
Acto seguido, tiro de mi brazo con violencia para deshacerme del agarre del magnate y doy un paso hacia atrás.
Mi boca se abre para decir algo, pero nada viene a mí. Estoy tan aturdida (tan alcoholizada) que no sé qué decir. Que no logro hacer que mi lengua conecte con mi cerebro para espetar el millar de cosas que han comenzado a acumularse en mi cabeza.
Alejandro dice algo, pero no soy capaz de escucharlo. Estoy demasiado ocupada tratando de ordenarme los pensamientos. Tratando de descifrar al hombre que me mira con una intensidad abrumadora a pocos pasos de distancia.
Sin decir una palabra, Gabriel da un paso más cerca y me toma por la muñeca para tirar de mí.
—¡No!
Me las arreglo para articular, en medio de mi confusión; mientras lucho para liberarme de su agarre. Él ni siquiera parece inmutarse, ya que tira de mí con más insistencia, haciéndome dar un par de pasos más cerca de él y más lejos del chico con el que me encontraba en la pista de baile.
—¡Oye! —alguien grita a mis espaldas —¡Oye, enfermo! ¡Suéltala!
Gabriel no responde, pero algo violento y aterrador se dibuja en sus facciones cuando, sin un ápice de delicadeza, deja ir mi muñeca solo para tomarme por el brazo y empezar a andar a paso apresurado en dirección a la salida del lugar.
—¡Suéltame! —escupo, al tiempo que trato de liberarme de su agarre una vez más, pero, esta vez, la manera en la que me sostiene es tan firme y fuerte, que no logro hacer otra cosa más que retorcerme lastimosamente mientras me arrastra fuera de la pista de baile.
La falta de respuesta de mi cuerpo (anestesiado y aletargado por el alcohol) no ayuda demasiado a mi lucha.
—¡Déjame ir! —chillo —¡Gabriel, suéltame ya!
—¡Oye! —La voz de hace unos instantes resuena una vez más a mis espaldas —¡Déjala ir, psicópata!
Gabriel nos ignora por completo. No hace otra cosa más que seguir avanzando conmigo a cuestas. Mis piernas, traicioneras y débiles, no hacen más que tratar de seguirle el paso y dar traspiés débiles y torpes, mientras que el mundo empieza a dar vueltas a mi alrededor, y el alcohol empieza a hacer de las suyas en mi sistema, hasta convertirme en un manojo inestable y tembloroso.
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El Magnate -MLB
RomantizmGabriel Agreste cree que un hombre puede ser feliz con cualquier mujer mientras que no la ame. Nathalie Sancoeur le demostrará lo contrario. Reservado, arrogante, manipulador y egocéntrico. El encanto de Gabriel Agreste, no es su cuantiosa fortuna...