Capítulo 23

188 22 19
                                    

Gabriel brilló por su ausencia todo el fin de semana.

Luego de verlo el sábado por la mañana en su casa, desapareció de la faz de la tierra. Únicamente recibí una llamada de su secretaria informándome que, debido a compromisos familiares, no podría recibirme en nuestra cita habitual.

No me sorprendió en lo absoluto recibir la noticia. Ya había empezado a sospecharlo luego de la conversación que le escuché tener con su padre. Lo que sí me sacó de balance por completo, fue su falta de comunicación conmigo. Fue la falta de atención que tuvo al no ser él quien me llamara para cancelar.

El domingo tampoco tuve noticias suyas, así que, para el lunes por la mañana, cuando recibí un mensaje de texto de su número personal, decidí no contestarle. Hice caso omiso al teléfono para dedicarme a la escritura de un proyecto que ha venido rondándome la cabeza desde hace meses.

Para la tarde del martes, tuve alrededor de cinco mensajes suyos que tampoco respondí.

El miércoles (ayer) lo pasé en casa de mis padres. Para mi buena fortuna, Natasha y Fabián no estaban ahí, así que pude disfrutar de una tarde de mimos paternales sin sentir ganas de asesinar a nadie; y cuando llegué a casa por la noche, me di cuenta de que tenía dos llamadas perdidas de su número personal y una de su oficina. Tampoco me molesté en devolverle esas llamadas.

Esta mañana, cuando desperté y revisé el teléfono, me di cuenta de que me envió un mensaje muy temprano. En este mensaje, me preguntaba si todo estaba bien.

Tampoco contesté.

A estas alturas del partido, ni siquiera sé por qué estoy evitándolo. No es como si las cosas entre nosotros hubieran ido mal la última vez que nos encontramos; pero, de igual modo, me siento reticente a su cercanía. Renuente a su presencia a mi alrededor.

Victoria dice que se debe a las omisiones que ha tenido conmigo. Que, inconscientemente, estoy molesta con él por no ser capaz de ser honesto. Yo se lo atribuyo a otra cosa.

Creo, más bien, que lo que sucede es que aún no he logrado decidir qué es lo que quiero hacer.

Qué demonios voy a hacer con lo que siento por él.

Se siente como si estuviese parada justo a la mitad del camino entre él y sus objetivos. Como si fuese un obstáculo que no esperaba. Uno al que ha decidido aferrarse, a pesar de que ambos sabemos que es imposible que lo haga durante mucho tiempo.

En algún momento va a tener que elegir. Va a tener que escoger entre lo que quiere y lo que

tiene qué hacer y, cuando eso ocurra, sé que seré yo quien lleve todas las de perder.

Cierro los ojos y dejo escapar un suspiro largo, al tiempo que me dejo caer de espaldas sobre mi cama.

La vibración del teléfono en mi mano me hace pegar un salto debido a la impresión e, inmediatamente, miro la pantalla iluminada.

En ella, el ícono que indica que he recibido un mensaje de texto, brilla; y, justo debajo de él, se encuentra el nombre de Gabriel Agreste.

Mi estómago cae en picada.

A pesar de eso, me obligo a incorporarme en una posición sentada y abro el mensaje para leer:

Me ha quedado más que claro, desde hace días, que estás evitándome. No se necesita tener más de media neurona para darse cuenta. Sin embargo, espero que podamos vernos hoy, en mi oficina, como todos los jueves, para hablar.

Si has cambiado de opinión respecto a mí, si la situación en la que me encuentro es demasiado para ti, lo entiendo. Lo único que quiero, es que seas honesta conmigo y me lo digas. No estoy enfadado. No pretendo ponerte en una situación incómoda. Sólo quiero hablarlo, ¿vale?

El Magnate -MLBDonde viven las historias. Descúbrelo ahora