En el instante en el que el sonido de la puerta siendo llamada me llena los oídos, algo dentro de mí se enciende y dispara una decena de emociones por todo mi cuerpo. Ansiedad, nerviosismo, emoción... Todo se me amontona en el pecho y me falta el aire.
Sé que la persona que se encuentra del otro lado es Gabriel. Es la única persona a esta hora que podría estar llamando a la puerta y, a pesar de eso, no me muevo de donde me encuentro. No me levanto del sillón en el que me he instalado a esperarlo, porque la sola idea de hablar con él respecto a lo ocurrido con su padre es tan abrumadora, como intimidatoria.
«¡Vamos! ¡Abre la puerta! ¡Acaba con esto de una vez por todas!»
Me urge la vocecilla insidiosa en mi cabeza, pero mis extremidades se niegan a escucharla. Pese a eso, me obligo a obedecerla y a ponerme de pie para abrir.
El pulso me golpea con fuerza detrás de las orejas, mis manos se sienten temblorosas y el ardor que tengo en la boca del estómago (y que es provocado por el nerviosismo) se intensifica cuando alcanzo el pestillo. Me quedo inmóvil para tomar un par de inspiraciones profundas y tratar de calmar la revolución que llevo dentro.
Abro la puerta.
La imagen que me recibe es tan abrumadora como atractiva y no puedo evitar tomarme mi tiempo absorbiéndola.
Gabriel Agreste viste uno de sus trajes caros en color azul marino; lleva una corbata color vino y una camisa blanca. Su cabello (el cual había comenzado a acostumbrarme a mirar desaliñado y deshecho) está perfectamente estilizado, y lleva la barba (esa que ha comenzado a dejarse de unas semanas para acá) recortada y definida a la perfección.
La postura desgarbada de su cuerpo (manos en los bolsillos y hombros ligeramente caídos hacia adelante) es un claro contraste con su vestimenta rígida y elegante y luce tan bien... Tan caliente, que solo puedo quedarme aquí, como idiota admirándolo.
Parece como sacado de una maldita revista. Parece el tipo de hombre al que le rodaría los ojos si lo leyese en algún libro y, no obstante, estoy aquí, hecha un manojo de nervios, mirándole como si se tratase de una escultura digna de toda mi atención.
Sus ojos barren la extensión de mi cuerpo de pies a cabeza. Un estremecimiento me recorre entera, pero trato de no hacerlo notar y mantengo mi expresión en blanco, mientras él, con una sonrisa perezosa deslizándosele en la boca, vuelve a clavar su vista en la mía.
—¿Te he dicho ya que tengo amigos en la rama de la moda, Nath? —dice, con socarronería, y el comentario me hace plenamente consciente de lo que llevo puesto: una sudadera que me va grande, unos vaqueros desgastados y calcetines... que no son par.
—Vete a la mierda —suelto, pero una sonrisa ha empezado a tirar de las comisuras de mis labios. Entonces, cuando Gabriel trata de introducirse en el apartamento, hago ademán de intentar cerrarle la puerta en la cara.
El magnate suelta una protesta en el proceso y, sin darme tiempo de registrar sus movimientos, detiene la madera en su lugar antes de dar un paso dentro de la estancia. Acto seguido, envuelve un brazo alrededor de mi cintura y me empuja hacia el interior del apartamento, apartándome de la entrada.
—¡Suéltame! —exijo, pero en realidad no quiero que lo haga.
Él, sin decir una sola palabra, hunde la cara en el hueco entre mi mandíbula y mi hombro y me besa ahí. Un escalofrío de puro placer me eriza la piel de la zona y un sonido estrangulado se me escapa al instante.
Mis dedos se cierran en el material de su saco y, de pronto, me encuentro sin poder avanzar más porque mis caderas han chocado con uno de los sillones. Después, justo cuando otro estremecimiento provocado por su aliento me recorre, se aleja de ahí y planta sus labios en los míos en un beso largo y profundo.
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El Magnate -MLB
RomanceGabriel Agreste cree que un hombre puede ser feliz con cualquier mujer mientras que no la ame. Nathalie Sancoeur le demostrará lo contrario. Reservado, arrogante, manipulador y egocéntrico. El encanto de Gabriel Agreste, no es su cuantiosa fortuna...