Capítulo 31

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Durante unos instantes, no soy capaz de moverme. No soy capaz de procesar lo que acabo de escuchar. Ni siquiera puedo respirar como es debido.

La confusión es lo primero que me invade. A ella, le sigue el enojo, el coraje y la frustración.

La ira incontenible provocada por la mera realización de lo que está ocurriendo.

Un nudo de impotencia se instala en mi garganta y, de pronto, me encuentro aquí, de pie a medio camino entre la sala y el pasillo que da a la habitación de mis padres, muy quieta, tratando de asimilarlo todo.

Gael Agreste está detrás de lo que está ocurriéndole a Fabián (a los restaurantes de su familia); y yo, presa de la ira que ha empezado a hervir en mi interior, aprieto la mandíbula para no gritarle que es un hijo de puta y que espero que se pudra en el infierno por atreverse a involucrar en mi familia (así se trate de una persona como Fabián) en todo esto.

Una parte de mí, esa que es impulsiva y descuidada, me pide que lo haga. Me pide que lo confronte y le haga saber lo que pienso; pero, en esta ocasión, mi sentido común es más fuerte.

Así pues, me obligo a tragarme la rabia que está provocándome un dolor intenso en el estómago.

«¡No puedes permitir que se salga con la suya!»

Grita mi subconsciente, presa de la ira cegadora.

«¡Tienes que hacerle saber que no va a amedrentarte! ¡Tienes que hacerle saber que no vas a caer en sus juegos, y tienes que hablar con Gabriel a la voz de ya!».

Tiene razón.

Tengo que ponerle un punto final a todo esto, es por eso por lo que, pese a que quiero colgarle, me obligo a avanzar en dirección al piso superior de la casa, para que nadie pueda escucharme hablar.

—Deme un segundo —pido, en un siseo ronco, al tiempo que subo las escaleras.

Gael dice algo respecto a no tener intención alguna de hablar conmigo, pero no finaliza la llamada.

Así, pues, con el teléfono en la mano, me abro paso hasta la planta alta y una vez ahí, me introduzco en mi antigua habitación y cierro la puerta para luego echar el pestillo.

Llegados a este punto, mi pulso se ha acelerado lo suficiente como para hacerme sentir inestable; y el enojo se ha afianzado con tanta fuerza en mis huesos, que ya ni siquiera soy capaz de sentirme tan asustada como hace unos instantes. Ni siquiera puedo sentirme perturbada por el hecho de que Gael Agreste está del otro lado de la línea. Es por eso por lo que, presa de toda esa furiosa valentía, espeto:

—No sé qué diablos pretende conseguir con todo esto —mi voz suena inestable y temblorosa, pero no es gracias al miedo. Es gracias a la ira incontenible que hierve en mi torrente sanguíneo. —pero de una vez le digo que no va a funcionar. No voy a darle lo que quiere solo porque trata de jugar a la intimidación.

Una risa retumba en el auricular y otro escalofrío me recorre de pies a cabeza.

—Creo que no lo has entendido, Nathalie. —Gael suena genuinamente entretenido. Tanto que podría apostar todo lo que tengo a que todavía está sonriendo. —Yo no estoy jugando a nada contigo. Lo mío es muy en serio. Ya te lo he dicho: o te alejas de mi hijo o atente a las consecuencias. Lo que le ha pasado a tu cuñado es solo el principio. ¿Sabías que engaña a tu hermana? ¿Cómo crees que se sentiría si se enterara de eso ahora mismo?

Aprieto la mandíbula y otra clase de enojo me asalta. Este, va direccionado hacia Fabián.

—Lo que haga mi cuñado me tiene sin cuidado —escupo —y, si realmente está engañando a mi hermana, espero que ella sea lo suficientemente inteligente como para mandarlo a la mierda. Lo que pase en su relación, no es de mi incumbencia y tampoco es de la suya.

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