Capítulo 32

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Decir que estoy nerviosa hasta la mierda, es poco en comparación al estado de histeria que rozo con la punta de los dedos. Decir que las náuseas provocadas por la ansiedad me han perturbado las últimas horas, no se compara a lo cerca que he estado de vomitarme encima en el transcurso del día.

Esta mañana, luego de recibir una llamada de Gabriel confirmándome su asistencia a la comida familiar que está llevándose a cabo aquí, en casa de mi hermana, la tortura comenzó.

He pasado todo el día agobiada. Angustiada ante la idea de imaginarme a Gabriel Agreste en convivencia con mi familia —con Fabián.

No he tenido el valor de recordarle a Gabriel acerca de la relación fraternal que existe entre Fabián e Simón. Ya le había dicho antes acerca del lazo de sangre que hay entre ellos, pero las cosas han cambiado mucho desde entonces.

En ese momento, tener algo con Gabriel, era algo meramente platónico. Algo que nunca imaginé que sería tan tangible como hoy. Ni siquiera me pasaba por la cabeza la posibilidad de estar así con un hombre como él. Ahora, sin embargo, no deja de aterrorizarme la idea de recordarle sobre este hecho, y hacerlo sentir incómodo con la idea de mí, en convivencia constante con mi pasado. Con quien fue mi primer amor.

—¿A qué hora llega tu novio? —La voz de Nathasha me llena los oídos y espabilo un poco.

Tanto ella como mi madre han pasado la última hora cocinando y, a pesar de que me he acomedido a poner la mesa y a preparar variadas salsas, no puedo evitar sentirme como una holgazana en esta cocina. Sobre todo, porque entre las dos han cocinado alrededor de cinco cazuelas pequeñas de guisados varios.

—Por favor, no vayas a llamarle así cuando esté aquí —digo, con genuino horror pintándome la voz.

—¿Por qué no? ¿No es tu novio, acaso?

—Solo estamos saliendo. —Mi madre me dedica una mirada reprobatoria desde su lugar junto a la estufa.

—Espero que ese «solo estamos saliendo» no quiera decir que es tu amigo con derecho. —La amenaza en su tono es tan palpable y me hace tanta gracia, que una sonrisa nerviosa (y aterrorizada) se desliza en mis labios casi de inmediato —¡Y no te rías! Hablo muy en serio, Nathalie.

—¡No me estoy riendo! —Me quejo, pero no he dejado de sonreír como imbécil.

—¡Claro que lo haces! —Mi mamá exclama. —Y quiero que sepas que no le veo la gracia.

—Lo que trato de decir —digo, con todo el tacto que puedo imprimir en la voz, al tiempo que reprimo una carcajada ansiosa. —es que llevamos muy poco tiempo, ya sabes, juntos. Es por eso que llamarlo mi novio se siente como... demasiado. Al menos por ahora.

—¿Pero es tu novio? —Nathasha pregunta, pero suena más como una afirmación que como un cuestionamiento. Yo asiento y, de inmediato, la expresión de mi madre se relaja.

Lo cierto es que no sé qué nombre ponerle a lo que tengo con Gabriel. Nunca hemos hablado de etiquetas. De nombres o títulos.

Sé que hay algo entre nosotros. Que lo que siento por él sobrepasa mi entendimiento y que, por cobardía, no he sido capaz de llamarlo de alguna manera.

Sé que lo echo de menos cuando no está a mi alrededor; que le pienso todo el tiempo y que me hace feliz estar en su compañía. Sé que me procura, ve por mí y hace todas esas cosas que hacen los novios, pero no me atrevo a llamarlo de esa forma. No me atrevo a ponerle esa etiqueta que lo reclama como mío (por ponerle de alguna manera), porque se siente incorrecto hacerlo. Porque, por mucho que desee que lo sea, jamás voy a atreverme a referirme a él como «mi novio», si no lo escucho de su boca primero.

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⏰ Última actualización: Apr 03 ⏰

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