Capítulo 15

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El tiempo ha ralentizado su marcha. El universo entero ha decidido aminorar su andar apresurado para permitirme procesar la cantidad de sensaciones abrumadoras que me embargan. Para permitirme ser plenamente consciente de lo que está pasando.

El pulso me late con fuerza detrás de las orejas, las manos me tiemblan de manera incontrolable, el aliento me falta y todo (absolutamente todo) ha perdido enfoque. Todo se ha reducido a un montón de «nada» porque Gabriel Agreste está besándome. Porque sus labios (mullidos, suaves y cálidos) se mueven contra los míos en un beso urgente y desesperado.

Un sonido torturado escapa de mi garganta cuando una de las manos del magnate se desliza hasta apoderarse de mi cuello y me presiona con más intensidad contra él. Yo, por acto reflejo a su movimiento ansioso, cierro las manos en el material húmedo del saco que viste, y su lengua busca la mía sin pedir permiso.

Mis oídos zumban, mi corazón late a toda velocidad y mi cuerpo (traicionero y necesitado) grita por más. Grita por su cercanía y su calor. Porque no me había dado cuenta de cuánto deseaba esto hasta ahora. Y porque, a pesar de que sé que esto está mal en todos los sentidos, no puedo (quiero) detenerme.

Esto está bien. Esto está mal. Esto es todo aquello a lo que le temo y todo eso que sé que puede acabar conmigo si no lo detengo; porque sé que él es fuego y que yo soy la leña que se consume bajo el poder abrasador de sus llamas. Un bote que navega a la deriva en medio de una tormenta.

Sé, por sobre todas las cosas, que Gabriel Agreste es el temblor que amenaza con derrumbar los muros que he construido a mi alrededor... Y, de todos modos, no quiero detenerme. Se aparta de mí un poco y murmura algo que no logro entender, antes de volver a besarme. Esta vez, son sus brazos los que me sostienen, envolviéndose en mi cintura y atrayéndome con más fuerza.

La ansiedad, la urgencia, la ferocidad con la que nuestros labios se encuentran es tanta, que todo a mi alrededor da vueltas. Todo se difumina y se desdibuja con la intensidad de nuestro beso. De mis emociones.

«¡Esto no está bien!»

Grita mi subconsciente y tiene razón. Esto está mal en todos los sentidos. Mis manos se colocan sobre su pecho, con toda la intención de apartarlo, pero él me atrae otro poco y termino aquí, atrapada en la prisión de sus brazos, sintiendo la humedad de su ropa contra la mía, y su abdomen firme y duro, contra el mío blando y suave.

«¡Detente! ¡Maldición, Nathalie! ¡Para ya!».

En respuesta, Gabriel gruñe contra mi boca y me besa con más urgencia.

«¡Se está aprovechando de tu vulnerabilidad! ¡Te está besando por lástima! ¡¿Es que no te das cuenta, maldita sea?!».

Trato de apartarme una vez más, pero no consigo tener la fuerza de voluntad suficiente para empujarlo lejos.

«¡Con un carajo, Nathalie Sancoeur! ¡Fue suficiente! ¡Vas a meterte en muchos problemas si continúas haciendo esto! ¡¿Es que acaso no lo entiendes?!»

Grita la voz en mi cabeza y, como impulsada por un resorte, me aparto de él.

Gabriel trata de besarme de nuevo, pero una negativa de mi cabeza lo detiene; así que, en lugar de intentar hacerlo una vez más, une su frente a la mía. Para ese momento, todo dentro de mí es una revolución. Un manojo de sensaciones abrumadoras.

Soy plenamente consciente de la manera en la que su nariz y la mía se tocan. Soy aún más consciente del modo en el que nuestros alientos se mezclan. Mis ojos siguen cerrados. Mis manos siguen aferradas a él y las suyas a mí y, de pronto, el peso de lo que acaba de pasar cae sobre mis hombros y me aplasta contra el suelo.

El Magnate -MLBDonde viven las historias. Descúbrelo ahora