Capítulo 27

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No me atrevo a moverme. Ni siquiera me atrevo a abrir la boca para responderle a Gael Agreste porque estoy tan desconcertada y ansiosa, que no soy capaz de conectar la cabeza con la lengua. De hecho, ahora mismo solo puedo mirarlo fijamente mientras me siento acorralada por él y su abrumadora presencia.

Aprieto los puños.

Un centenar de escenarios fatalistas me vienen a la mente y me inundan los pensamientos en cuestión de segundos y, de pronto, me quedo aquí, quieta. Cautelosa y recelosa del hombre que me mira como si supiese algo que yo no.

—¿Nathalie? —La voz del señor Bob me inunda los oídos y me saca de mis cavilaciones, pero de todos modos tengo que parpadear unas cuantas veces para enfocarme de nuevo en el aquí y el ahora.

Me aclaro la garganta.

—Lo siento —musito, al tiempo que sacudo la cabeza y esbozo una sonrisa temblorosa y débil. —Es que esto me ha tomado por sorpresa. Yo... —Niego con la cabeza, incapaz de conectar del todo el cerebro con la lengua.

La sonrisa de Gael Agreste se pinta de desprecio y socarronería, pero me las arreglo para no hacerle notar que he notado eso en su gesto.

Mi jefe, quien parece no haberse percatado de nada, se limita a hacer un gesto en dirección a la silla vacía que se encuentra frente a su escritorio; justo junto al padre de Gabriel.

—Toma asiento, por favor —repite, con aire afable y apremiante al mismo tiempo, y eso es todo lo que necesito para saber que está tan nervioso como yo —Precisamente, le hablaba al señor Agreste sobre el avance que me enviaste hace unos días. Le hablaba, también, de lo bien logradas que son tus redacciones y de lo satisfechos que estamos contigo formando parte del proyecto. —El señor Roth continúa, pero, llegados a ese punto, dejo de escucharlo.

Ahora solo puedo pensar, es en las pocas ganas que tengo de acercarme a esa silla y en lo poco que deseo acortar la distancia que me separa del padre de Gabriel; pero, pese a todo, me obligo a cerrar la puerta detrás de mí y a avanzar hacia el escritorio.

Las piernas me hormiguean con cada paso que doy y, sin más, lo único que puedo escuchar, es el rugido atronador de mi corazón. El sonido doloroso que mi tráquea hace al pasar saliva con ansiedad.

Gael Agreste se pone de pie y tengo que reprimir el impulso que tengo de retroceder.

Incluso, tengo que reprimir el impulso que tengo de detenerme en seco.

Mi mirada (la cual tengo la certeza de que luce aterrorizada y cautelosa) está fija en la del hombre de cabello entrecano y aspecto imponente que se regodea con el pánico que, estoy segura, sabe que le tengo.

Una media sonrisa torcida (aterradoramente similar a la de Gabriel, pero más cruel y maliciosa) se le dibuja en los labios, al tiempo que estira una mano en mi dirección a manera de saludo.

Una punzada de coraje me atraviesa el pecho cuando noto cómo su gesto se baña de desafío. Eso me da un poco de valor. Hace que la máscara de seguridad (esa que su hijo ha conseguido suavizar poco a poco) empiece a tejerse sobre mi rostro.

Aprieto la mandíbula.

La posibilidad de no estrechar su mano, así como él lo hizo conmigo hace casi una semana, es tan tentadora que la considero por un momento, pero decido no tentar a mi suerte y me digo a mí misma que yo sí tengo educación. No voy a rebajarme a su nivel porque soy mejor que eso.

Así pues, luego de otros instantes de inmovilidad, estiro mi mano y aprieto la suya con firmeza.

Un escalofrío me recorre entera cuando la sonrisa de Gael Agreste se torna satisfecha, pero me las arreglo para esbozar una cargada de arrogancia a manera de respuesta.

El Magnate -MLBDonde viven las historias. Descúbrelo ahora