Tiemblo de pies a cabeza.
Mi corazón no ha dejado de latir a toda marcha, la revolución que llevo dentro es tan intensa, que no puedo dejar de luchar contra las ganas que tengo de apartarme de Gabriel Agreste y de fundirme en él al mismo tiempo.
Un brazo fuerte y firme se envuelve en mi cintura. Un suspiro es arrancado de mis labios y, justo cuando creo que el beso va a tomar más fuerza, esta disminuye. Se transforma hasta convertir nuestro contacto en uno suave, lento, cadencioso... dulce.
Algo cálido me llena el pecho. Algo indescriptible, intenso y suave al mismo tiempo, me recorre las venas y me llena de una emoción desconocida. Aterradora por sobre todas las cosas.
Dudo unos instantes y trato de apartarme. Cuando lo hago, Gabriel profundiza el beso.
Mis manos (que se aferraban al material del saco que viste) ahora están sosteniéndole la nuca y me odio por eso. Me odio por tener voluntad de papel y no apartarlo de una vez y por todas. Por no poder serle fiel a la entereza de la que tanto profeso.
El sonido de un teléfono celular hace que él rompa el beso de manera abrupta, para luego soltar una maldición en voz baja. Yo aprovecho esos instantes para bajar el rostro, de modo que mi frente descansa sobre su barbilla.
El palpitar violento detrás de mis orejas y el ir y venir de mi respiración dificultosa, es lo único que puedo percibir ahora mismo; y, la vergüenza que me invade al darme cuenta de lo que acaba de pasar, se convierte en lo único en lo que puedo concentrarme.
Me toma unos instantes registrar que es su teléfono el que suena y a él le toma unos segundos más dignarse a apartarse de mí para tomar el aparato de uno de los bolsillos de sus pantalones.
Mi vista se posa en él justo a tiempo para ver el gesto incierto que esboza cuando ve el nombre de la persona que trata de contactarlo; pero, al cabo de unos segundos, desvía la llamada y vuelve a guardar el teléfono en su lugar.
Acto seguido, el aparato empieza a sonar de nuevo.
Otra palabrota escapa de los labios del magnate y, aunque quiero aprovechar ese momento para echarme a correr hacia el apartamento, me las arreglo para apartarme de él unos pasos más e intentar recomponerme.
—Contesta —digo, en voz baja, al tiempo que desvío la mirada y coloco detrás de mis orejas los mechones de cabello que se me han soltado de la coleta.
—No es importante —Gabriel refuta, con la voz enronquecida por las emociones, pero no le creo en lo absoluto. La manera en la que pronuncia las palabras lo delata. Me obligo a mirarlo.
—Ambos sabemos que es importante que respondas —insisto, pero la determinación con la que me encuentro en su gesto me hace saber que no va a contestar esa llamada.
—Arreglar las cosas contigo es más importante que cualquier cosa que Nadia tenga que decirme al teléfono —dice y mi corazón se estruja con fuerza.
—Podemos arreglar las cosas luego —sueno ligeramente inestable, pero, a estas alturas, ni siquiera me interesa pretender que estoy bien. Que no me siento afectada por él y por todo lo que le hace a mis nervios cuando está cerca.
—¿Luego? ¿Cuándo? ¿Cuándo la inseguridad que sientes respecto a mí te haga crearte las historias más atroces? ¿Cuándo la falta de comunicación te haga creer que no me importas en lo absoluto? —dice, al tiempo que su teléfono deja de sonar unos instantes, para volver a hacerlo al cabo de unos segundos. —Necesito que de una vez por todas hablemos de esto, Nath. De nosotros. De lo que va a pasar. —Niega con la cabeza. —Estoy cansado de estar en guerra contigo. De sentir que, luego de dar un paso hacia adelante, damos veinte hacia atrás. Así que: sí. Esto es más importante para mí ahora mismo. Arreglar esto es lo único que me interesa en estos momentos. —No se me pasa por alto el sentimiento que envuelven sus palabras.
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El Magnate -MLB
RomanceGabriel Agreste cree que un hombre puede ser feliz con cualquier mujer mientras que no la ame. Nathalie Sancoeur le demostrará lo contrario. Reservado, arrogante, manipulador y egocéntrico. El encanto de Gabriel Agreste, no es su cuantiosa fortuna...