- CAPÍTULO 4:

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No era un camino corto pero tampoco llegamos a la jornada cabalgando cuando en frente nuestra se veía nuestro destino. Paramos los caballos a unos tres kilómetros. 

Un pequeño pueblo rodeado por una muralla. Estaba en una especie de pequeña montaña y en la cima por así decirlo se encontraba el castillo. 

- Édoras y el castillo dorado de Meduseld. Morada de Théoden, rey de Rohan. - nos dijo Gandalf. - Victima de una mente perturbada. El lazo con que Saruman ata a Théoden es muy poderoso. Cuidad vuestras palabras. No esperéis ser bienvenidos. - con eso y una patada a su caballo, empezó a galopar de nuevo hacia Édoras y nosotros por detrás le seguimos. 

Unos minutos después llegamos a las murallas del castillo y tras pasarlas empezamos a subir para llegar al castillo. Pero lo que nos encontramos allí nos sorprendió. 

Al pasar todo el mundo se nos quedaba mirando y las personas no parecían tener sentimientos. El pueblo en sí. Todos vestían con ropajes negros y no parecía haber vida, no parecía haberla habido en mucho tiempo la verdad. 

Nos señalaban, susurraban entre ellos y se paraban y dejaban de hacer lo que estaban haciendo para vernos pasar. 

- Más alegría se encuentra en un cementerio - susurró Gimili. 

Llegamos al palacio y al dejar los caballos y subir unas escaleras de entrada un ejercito de unos quince soldados y un hombre en medio, sin armadura nos recibió. Debía ser el líder o algo. Tenía el pelo largo por los hombros, barba y era pelirrojo. 

- No puedo llevaros ante el rey armados, Gandalf el Gris. Por orden de Grima Lengua de serpiente. - Gandalf nos asintió con la cabeza y un soldado se nos acercó a cada uno. Aragorn me había dado una espada, que llevaba en mi vaina, y mi arco y armas que habían recuperado estaban en el caballo. También una espada corta que llevaba metida en el botín.

El soldado, al ver que solo le entregaba la espada levantó una ceja extrañado. 

- ¿Está segura de que eso es todo? - me preguntó. Yo le asentí con la cabeza. El soldado movió su brazo hacia mí pero el de Legolas fue más rápido y le dio un manotazo apartándolo. 

- Ni la toques. - se dirigió furioso. 

- Legolas cálmate. Además, - dije hablando ahora al soldado. - tiene razón. - me agaché y me levanté el pantalón sacándome la espada corta de la bota. Se la estampé en el pecho al guardia y este reaccionó y la cogió. No pensaba darles mi navaja que tenía en el bolsillo pero el guardia no preguntó más. 

Vi cómo Legolas se quitaba sus miles de armas y flechas que llevaba encima y guardadas en el carcaj y cómo Gimili después de un tiempo aceptó dejar su hacha. 

- La vara- dijo el líder refiriéndose a Gandalf. 

- Oh, ¿no querrás privar de su apoyo a un anciano?- dijo Gandalf. Este acabó cediendo y el mago nos guiñó rápidamente un ojo. Yo esbocé una pequeña sonrisa. Maldito viejo.

Antes de entrar, se agarró del brazo de Legolas para seguir con su actuación y entramos en la sala. Era muy amplia y grande, llena de soldados y monjes y al final del todo se encontraba el trono con el rey sentado. De verdad se encontraba muy mal. Tenía un aspecto terrible, de viejo, arrugado, cansado e hipnotizado como si no fuera él. Y a su lado, el supuesto Grima, con piel pálida y pelo negro susurrándole cosas al oído. 

Cerraron las puertas tras nosotros pero seguimos avanzando. En un instante, Grima se puso de pie. 

- La cortesía de su castillo ha disminuido últimamente. Rey Théoden. - gritó Gandalf. 

- ¿Por qué habría que darte la bienvenida, Gandalf cuervo de la tempestad?- le respondió el rey, con voz cansada y apagada. 

- Tardía es la hora en que decide aparecer este conjurador. - dijo Grima avanzando hacía nosotros. - Láthspell te nombro, pues mal huésped son las malas nuevas. 

Siempre Juntos [El Señor De Los Anillos «Legolas»]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora