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—¿Encontraste lo que te ordené? —Dustin preguntó, parado sobre el balcón de su habitación

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—¿Encontraste lo que te ordené? —Dustin preguntó, parado sobre el balcón de su habitación. 

El cielo nocturno le propiciaba calma y silencio, lo que necesitaba para pensar en planes futuros.

—Sí, su majestad —respondió el mayordomo—. Matías II, hijo del Teniente Matías I, fue uno de los mejores soldados durante el reinado de príncipe Runeard. Fue asignado como guardaespaldas del príncipe Agdar cuando cumplió los doce años de edad.

—¿Por qué se le permitió trabajar en el castillo si era hijo de un aliado de Runeard? —el pelinegro giró un poco su cabeza, sin apartar la vista de la luna blanca.

—En su momento, Matías II fue seleccionado por el Rey Vidar para esparcir rumores maliciosos en contra de Agdar, a cambio de mantener vivo a su padre, que ya se encontraba enfermo.

—Entiendo... 

—Lamentablemente no tenemos noticias del paradero de Matías II. Creemos que huyó de Arendelle —bajó un poco el volumen de su voz, temiendo que Dustin se desquitara con él por la ineficacia de los soldados. 

Contrario a lo que esperaba, el muchacho se encontraba sereno, aún de pie asomado al balcón.

—Está bien. Ya puedes irte —señaló. El mayordomo salió de la habitación en cuestión de segundos.

Sus ojos dorados observaban las estrellas, mientras intentaba recordar los sueños que había tenido la noche anterior.

Manos acariciando los botones de su camisa, amenazando con arrancarlos de su lugar, y después el dolor agonizante en su pecho.

¿Sería esta una de sus tantas premoniciones?

—Donde quiera que te encuentres, Matías II... Espero que traigas de regreso al traidor de Agdar —susurró Dustin, caminando de vuelta al interior de su alcoba.

Cuatro años después. Berk.

Elsa despertó agitada de su pesadilla. 

Instintivamente se llevó su mano al cuello, palpando cada centímetro de piel en busca del profuso dolor que experimentó en sus sueños. Por supuesto, no había nada.

Exhaló ruidosamente, como una especie de lamento. Era la cuarta vez en la semana que se despertaba así en medio de la noche, y seguramente no volvería a conciliarse con Morfeo, como había pasado con anterioridad. 

Su cabello estaba suelto, por lo que tejió su melena platinada en una trenza simple y de su mesita tomó un listón para sujetarlo.

El castaño que dormía a su lado no tardó en sentir el movimiento de la rubia, y en un suave murmuro le pidió que volviera a tirarse, extendiendo los brazos para recibirla sobre su pecho. Sin pensarlo mucho, Elsa se acurrucó gozosa sobre su amado.

—¿Qué te despertó hoy? —preguntó Hipo, con un tono grave y adormilado. 

—Había alguien... Presionando mi garganta, cortando mi respiración. Se sintió tan... Real —respondió, escondiendo el rostro en el espacio entre el cuello y el hombro del castaño. 

Touching the sun | PARTE IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora