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Antes de que el Cremallerus abriera las puertas del infierno, una joven de melena platinada se plantó en medio de tan peligrosa situación, extendiendo su brazo hacia el dragón para ganar su confianza y calmar su acelerado corazón

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Antes de que el Cremallerus abriera las puertas del infierno, una joven de melena platinada se plantó en medio de tan peligrosa situación, extendiendo su brazo hacia el dragón para ganar su confianza y calmar su acelerado corazón.

Matías no podía creer lo que estaba viendo, es más, aún no digería el hecho de que existieran dragones en estas zonas del mundo. Lo que alguna vez consideró como pura fantasía escrita en cuentos de hadas, estaba parado frente a él a punto de carbonizarlo. De no ser por esta extraña mujer, probablemente no habría sobrevivido al mortífero ataque.

—Levántate —gruñeron a sus espaldas. 

Los hombres que lo perseguían finalmente lo atraparon, listos para llevarlo al calabozo por intentar adentrarse a Berk sin identificación o permiso, y peor aún, por provocar una situación de riesgo en una zona concurrida. 

—Lleva a tu dragón a otra parte, sabes que los más grandes no pueden estar a la vista de los extranjeros por su apariencia escandalosa —Elsa reprendió a los gemelos, luego de lograr tranquilizar a la criatura. En cuanto el par salió de su vista entre empujones y reclamos, la rubia se dirigió a los guardias—. Y ustedes, ¿cómo se les pudo escapar esta persona? ¿Quién se haría responsable de esta masacre si hubiera ocurrido? —la forma tan distinguida de hablar, además del respeto con el que las personas se dirigían ante ella, le hacía lucir como parte de la realeza.

 Tantos años sirviendo para la Familia Real habían entrenado a sus ojos y oídos para adivinar el estatus de la persona a la que debía servir el té o sacarlo a patadas del castillo. Y definitivamente, la chica de cabellos plateados representaba la primera opción.

Entonces, ella volteó a verlo. 

Matías estaba anonadado. El parecido era gigantesco.

La noche en que huyó del castillo y regresó al hogar de su infancia, entre las cosas de su padre encontró un antiguo retrato del príncipe Agdar alado de una bella mujer, de cabellos castaños y ojos azules. Ambos vestían de blanco, seguramente la pintura había sido creada para preservar esa fecha importante: el día de su boda.

Al reverso del retrato, había una dedicatoria hacia su padre: 

"Hoy quiero tomar un momento para expresar mi profundo agradecimiento por tu valentía, generosidad y amor incondicional. Tu intervención en un momento crucial de mi vida no solo me salvó, sino que también iluminó mi camino con esperanza y gratitud.

Nunca podré pagarte lo suficiente por tu increíble acto de amabilidad. Siempre llevaré en mi corazón la memoria de tu valentía y generosidad.

Te estaremos eternamente agradecidos.

Agdar & Idunna".

Cada noche que transcurrió desde su partida, había dado cuerpo y alma para encontrar al príncipe Agdar con vida, deseando que con esto su padre pudiera descansar en paz.

¿Al fin su pecado se expiaría?

—Responde —Elsa repitió, con los brazos cruzados sobre su pecho y una notable expresión de enojo. Matías regresó a la realidad, pero olvidó cómo contestar—. ¿Cuál es tu nombre? —volvió a decir y, de nuevo, el hombre no pudo ser capaz de pronunciar una palabra.

—Aún sigue en shock, eso me dice que no es de por aquí —Harald comentó, llegando justo a tiempo para abordar la situación, pues era el encargado de salvaguardar las fronteras de Berk—. No te preocupes Elsa, yo me encargaré de la situación. 

—Quiero un informe sobre esto —gruñó la rubia, apuntando amenazante con su pequeño dedo índice—. Lo dejaré pasar porque es la primera vez, pero no habrá una próxima, de eso me encargaré yo —advirtió, dando vuelta sobre sus talones para finalmente alejarse de la escena.

—Llévenlo a las mazmorras, en unos momentos los alcanzo —ordenó Harald, caminando hacia la academia. 

Elsa... Susurró Matías. En ese momento, pudo atar los cabos sueltos. 

Su nombre significaba Promesa de Dios, ¿sería esta mujer de increíble parecido con la plebeya Idunna la persona que liberaría a Arendelle del Rey Vidar? ¿Podría hacer que su pueblo natal volviera a ver la luz del día? 

No pudo pensar en nada más, puesto que los guardias lo arrastraron a un lugar desconocido sin darle tregua a sus extremidades.

[...]

La chica llegó a su casa (hecha de forma especial, cortesía de Estoico) y botó su bolsa al sofá más cercano. Por más que quisiera dormir y no despertar hasta el siguiente día, tenía que reunirse con su padre para aclarar algunos asuntos referentes a la isla. 

Que Agdar fuera un príncipe en su juventud y le enseñaran acerca de cómo gobernar un país había resultado de maravilla para Elsa. Cada duda que tenía, su padre lograba guiarla hacia una respuesta que favoreciera a todos, o que al menos no representara un desequilibrio para los habitantes de Berk. 

Además, quería pasar tiempo de calidad con él. Desde antes de tomar responsabilidades con Hipo y la isla, se habían distanciado un poco. Francamente no sabía la razón, pero jamás le exigió una explicación. No estaba segura de querer saberla.

Se dio un baño, se sujetó el cabello en una coleta alta y tomó algunos libros del estante que se encontraba a un lado de la sala. Volvió a tomar su bolso y salió de ahí a toda velocidad ya que se le estaba haciendo tarde.

En el camino, se topó con el castaño, que cargaba con planos de sus prototipos. 

—¿Necesitas una mano? —preguntó la rubia, caminando a la par que él.

—Dos, si es posible —bromeó Hipo, sosteniendo con fuerza sus cosas—. ¿Cómo estuvo tu día? Me dijeron que hoy tuviste que rescatar a un extranjero del dragón de los gemelos.

Inconscientemente, Elsa arrugó la nariz, rememorando el coraje que sintió cuando discutía con ellos.

—Definitivamente son un caso perdido. Es la tercera vez que los reprendo por eso, y hoy fue el colmo. 

—Te entiendo, me encargaré de darles un castigo cuando terminemos con esto, mientras tanto tú sólo preocúpate por pasar un buen rato —antes de que su esposa pudiera reaccionar, Hipo ya se había acercado lo suficiente para poder arrancarle un beso de sus labios rosados. 

—¡Oye! —la rubia se quejó, palpando la atrevida mordida que el ojiverde le propició.


Touching the sun | PARTE IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora