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Con el otoño trayendo la brisa fría del bosque, cenar frente a la fogata se había convertido en el pasatiempo favorito del equipo, que amenamente degustaban de su comida en silencio la mayoría de las veces.

Harald también había podido acceder a las fronteras de Arendelle sin ningún problema, y con ello el plan iba tomando forma. Era cuestión de jugar bien sus piezas para obtener el éxito.

Elsa se había mantenido callada después del horroroso encuentro con el príncipe Dustin. No había sido nada fuera de lo normal, pero la pesadez con la que esos ojos la observaron seguía abrumándola.

Todos percibieron su incomodidad, por lo que Harald, siendo el indiscreto y a veces imprudente integrante del equipo, tomó esto como una invitación para iniciar una charla. Quería averiguar qué tanto sucedía dentro de la cabeza de la esposa del jefe.

Después de todo, le había prometido a Hiccup cuidar de ella. Y eso involucraba el kit completo.

—¿Es tan feo como dicen? —preguntó, prestando atención a los movimientos que seguramente la mujer haría, si se trataba de un tema delicado.

Contrario a lo que pensó, estaba más distraída de lo normal. Perdida entre sus pensamientos.

—¿Eh? —repitió la platinada, no habiendo escuchado la primera vez.

—Que si el príncipe Dustin es tan feo como lo cuentan las personas —parloteó con descuido.

Astrid lo reprendió con los ojos, sabiendo qué quería lograr. Pero este ni siquiera se inmutó.

Después de tomar un puesto dentro de la organización de la tribu, se había vuelto más rebelde, le sorprendía que antes no hubiera estropeado el plan que maquinaron cuando sospechaban que Elsa era una amenaza para Berk.

—¿Por qué? —inquirió Elsa, viendo lo que restaba de comida en su plato y pensando si seguía teniendo hambre o botarlo a un lado de los arbustos.

—Porque tienes una expresión de horrorizada, no luces como una hermosa, culta y refinada princesa —Matías rápidamente supo que Harald estaba tergiversando las palabras que le había dicho a Elsa. Y antes de que pudiera abrir siquiera la boca, la vikinga que los acompañaba atacó por él.

—¿A qué quieres llegar con esto? —gruñó Astrid, que comenzaba a fastidiarse.

—Por favor, todos notamos lo mal que la pasó Elsa la última vez que fuimos a la boutique, y ahora mismo tiene esa misma expresión. ¿No debemos estar atentos a los sentimientos de la líder de este equipo? No queremos que ella sufra en silencio estando nosotros aquí, ¿O sí?

El ambiente se volvió tan silencioso, que nadie se atrevía a cortar el hilo tenso que se había instalado sobre ellos.

—Me siento bien, en verdad. Es solo que... –comenzó Elsa, sintiendo que hablar sobre sus emociones era vergonzoso pero necesario. Además, discutirlo tal vez le haría ver el escenario desde otra perspectiva–. Me sentí realmente incómoda cuando Dustin me miró... Es extraño, no me había pasado jamás. No así. —aclaró al final, puesto que siempre había recibido miradas señalantes e indiscretas cuando era la niña con cabello platinado y de un padre extranjero.

—No es personal, así es él —expresó Matías, recordando sus días de sirviente cuando estaba estaba en el castillo–. Tiene los mismos ojos de su padre el rey Vidar, intrigantes y venenosos, cuando recién había entrado al palacio, mis compañeros decían que no debía mirarlo directamente, o me haría piedra por la intensidad de su furia —comentó, esbozando una sonrisa floja por la anécdota.

—Jamás he oído hablar de la reina, ¿no debería haber una? Después de todo hay un príncipe heredero —masculló Astrid, guardando los tazones en donde había comido.

—Sí debería, pero la Familia Real cambió las reglas del juego cuando Vidar, en sus años de juventud, se mezcló con mujeres cortesanas de burdeles famosos y embarazó a una.

—¿Cortesanas? —susurró Elsa, interesada por lo que acababa de oír.

Cualquiera que desconociera el término, creería que se trataría de una mujer que servía a la monarquía. Y vaya que no estaba lejos de la realidad.

—Mujeres hermosas y cultas que venden su compañía a aristócratas de alto nivel. Algunas podían darse el lujo de obtener ganancias enormes y ni siquiera ser tocadas un cabello, las menos favoritas debían ganarse la vida a como diera lugar.

La platinada chistó la lengua con algo de angustia. Lo que esas mujeres pasaron debía ser difícil.

—¿Por qué cambiaron las reglas? —preguntó el pelirrojo.

—Una cortesana no es merecedora de ser la madre de un príncipe. Tener descendencia fuera del matrimonio de por sí es mal visto en Arendelle, y el prejuicio social se incrementa el triple cuando se trata de integrantes de la Realeza. El peso de las acciones de Vidar cayeron sobre el Rey Soren y sus aliados. Para evitar la decepción de las personas escondieron a la mujer cortesana y la resguardaron durante el tiempo de gestación. Al llegar el día del parto, la despojaron del niño y se la llevaron lejos. No podía regresar al burdel porque le restaba prestigio. Nadie sabe dónde quedó esa pobre mujer —finalizó, con la cabeza gacha observando sus zapatos.

—Entonces creció sin una madre. Qué ironía —bufó Elsa, levantándose del tronco de madera en el que había descansado todo ese rato.

—Así es. Por ello mismo jamás se ha involucrado con una mujer fuera de lo estrictamente necesario.

—Pues claro, nadie quiere ser tan estúpido como su padre y cometer los mismos errores del pasado. Y más luego de ser seguramente señalado y humillado por el origen de su madre, qué tortura —Harald volvió a parlotear sin cuidado, siendo sorprendido con un golpe en la nuca de parte de la vikinga.

—¡Oye! ¿Y eso por qué? —gimoteó, sobándose con fuerza.

—Por idiota. Vete a dormir o te daré uno más fuerte —solo así Astrid obligó al pelirrojo a alejarse de la fogata, donde el moreno y la platinada aún permanecían cerca del calor del fuego.

—Ni siquiera los príncipes se salvan del sufrimiento, ¿no es verdad? —murmuró Elsa, pensando en su padre con absoluta melancolía.

—El destino es caprichoso, a veces cruel. Lo único que está en nuestras manos es levantarnos cada vez que nos arroje al suelo —Matías miró hacia el cielo, donde la luna reposaba encima de sus cabezas. Blanca y brillante—. Ya es mi hora de dormir, deberías ir a dormir también. Mañana será un día largo.

Claro, el festival está cada vez más cerca. Pensó ella. Aún había tareas qué resolver antes de hacer la compra, no podían desperdiciar tiempo que no tenían.

Suspiró, sacando con pesadez el aire que sus pulmones aguardaban. Estar lejos de su hogar estaba absorbiendo por completo su energía, tan vital y necesaria para sus planes.

De camino a su tienda de campaña, rememoró los recuerdos de ese día. Concretamente cuando se topó con el príncipe Dustin.

Jamás pensaría que una persona así podría haber nacido producto de una irresponsabilidad tan grande como la de Vidar, quien parecía ser el reflejo perfecto de la insensatez hecha persona.

Era por ello que nunca fue considerado para gobernar, fue una lástima que las cosas sucedieran de esa forma. Estaba segura que su padre lo habría hecho mil veces mejor.

¿Pero a costa de qué?

Touching the sun | PARTE IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora