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El médico indicó no utilizar sus manos para actividades rudas (dígase en otras palabras, no masacrar objetos o personas a puñetazos). Acomodó los dedos dislocados y suturó las cortadas más grandes, después le colocó vendas para mantenerlas con soporte.

Si quería obtener respuestas, debía hacerlo rápido, ya que pronto daría inicio a la venta de propiedades y no podía faltar.

Dustin tomó las pinturas del príncipe traidor y caminó fuera de su despacho, atrás le seguía Oliver.

—¡Majestad, no puede irse! —advirtió el secretario, casi trotando para seguir de cerca los pasos del pelinegro.

—Volveré a tiempo, tú encárgate de lo demás —gruñó Dustin, avanzando aún más.

Ni siquiera había anunciado su llegada tocando la puerta, con o sin permiso entraría de todos modos.

Así había sido desde que se volvió un chico fuerte que podía defenderse de sus agresores.

—Buenos días a ti también, querido nieto —masculló Soren con sarcasmo, viendo que la silueta se desplazaba cómodamente en la habitación.

—¿Dónde puedo encontrar cuadros del príncipe Agdar? —tomó asiento frente al escritorio de su abuelo.

—¿Para qué los quieres? —gruñó el anciano, brindándole una mirada cargada de seriedad y molestia.

Sin permitirse ser intimidado, respondió con seguridad: —Quiero averiguar cómo luce.

—Creí haberle dicho a tu padre que te advirtiera sobre esto –se levantó de su lugar, y caminó unos cuantos pasos hasta llegar al estante de libros que decoraba su despacho–. Que desistieras de tu búsqueda. Y tampoco debiste haber llamado a la bruja ese día.

Entonces se dio cuenta que el responsable de desaparecer los cuadros del príncipe había sido su abuelo. E intuía que la razón sería bastante obvia.

—¿Por qué lo haría? Si alguien amenaza con arrebatarme lo que es mío, no voy a dudar en destruirlo —declaró el pelinegro.

—Al parecer ese imbécil no se ha dado el tiempo de explicar lo que habíamos acordado. Pero no importa, aprovecharé este atrevimiento tuyo de venir a interrumpirme —regresó al escritorio, se sentó y le tendió una hoja arrugada.

Dustin lo tomó con desdén, pero en cuanto vio su contenido no pudo evitar abrir sus ojos del asombro.

Era el retrato del príncipe Agdar, y contrario a lo que alguna vez pensó o imaginó, éste era... Hermoso, lucía casi como un ángel.

No pudo evitar comparar la imagen de Agdar con la de su padre. Si bien Soren tenía cierto parentesco con su hermano Runeard, sus descendientes no tomaron las mismas características que el hijo del rey destronado.

Vidar y Dustin parecían protagonizar la parte oscura y podrida de la monarquía, esa a la que todos se opusieron internamente pero que no tenían el valor (o el poder) para sacarlos.

—Por eso lo quitaste del Salón Familiar, eh. Agdar parecía encarnar a un ángel mientras que tu hijo no era más que un pobre diablo —Dustin se atrevió a jugar con la situación, ganándose que Soren le arrebatara la pintura de las manos con enojo.

—Ya te di lo que querías, ahora vete. Y deja de excavar en el pasado, que no encontrarás cosas buenas para tu futuro.

El pelinegro se puso de pie y giró sobre su eje, satisfecho con las respuestas. Estaba cerca de marcharse, no sin antes asestar un último golpe contra su abuelo, que parecía agitarse cuando le recordaban el pasado.

Touching the sun | PARTE IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora