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El día había sido agotador, sobre todo para Agdar y Matías

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El día había sido agotador, sobre todo para Agdar y Matías.

El padre de Elsa ofreció su casa para hospedar al extranjero el tiempo necesario, después de todo había cruzado una infinidad de kilómetros para poder encontrarlo y contar su verdad. 

—Puedes dormir en esta habitación —dijo Elsa, mostrándole su antiguo dormitorio.

—Muchas gracias —susurró el hombre, un poco cohibido por la situación—. La decoración es linda —halagó, para aligerar el ambiente.

—Sí, yo la hice cuando era adolescente —respondió la rubia, sonriendo al recordar el día que ella y su padre decidieron remodelar la pieza.

—¿Eres la jefa de la aldea? —sin mucho preámbulo, Matías preguntó. Elsa chistó la lengua, negando suavemente con la cabeza.

—No, no soy la jefa. Estoico es el jefe, yo sólo ayudo a Hipo con ciertas tareas. En algún futuro él será el nuevo líder y debemos saber cómo gobernar juntos, por eso nos dividimos los deberes, nos ha funcionado bastante bien para evitar las fatigas mentales —explicó, adentrándose a la habitación para sacar del armario algunas cobijas para mantener caliente al invitado.

—¿Hipo? —repitió. Si algo se había dado cuenta es que los nombres aquí eran extraños.

—Mi esposo, hijo del jefe. No lo has visto porque está ocupado, pero pronto se conocerán —dejó las cosas sobre la cama, posó sus manos sobre sus caderas y vio con incertidumbre al hombre parado sobre el marco de la puerta—. No quise preguntártelo frente a mi padre, pero... ¿Cómo se encuentra Arendelle ahora? O bueno, la última vez que estuviste ahí...

Matías suspiró, acercándose a la cama para sentarse y explicar sus recuerdos.

—Bueno... La mayor parte de las casas en Arendelle fueron destruidas por los enfrentamientos entre el pueblo y los soldados reales. Cuando hay golpes de estado, el caos primero se desata en el interior de la administración y después recae en los súbditos. Los aristócratas supieron mover sus cartas ya que rápidamente se convirtieron en seguidores de Soren y Vidar cuando vieron que el rey Runeard no tenía oportunidad de ganar contra ellos. Al estar de su lado, no sufrieron las consecuencias. Desgraciadamente, las personas normales como yo o como la familia de tu madre, no corrieron con la misma suerte, muchos perdieron a sus familias, sus trabajos y sus casas. Ellos están hundidos en la miseria mientras que los nuevos reyes disfrutan la buena vida sin remordimiento alguno —terminó casi en un susurro, con una vena notablemente marcada en su frente, señal del coraje que estaba conteniendo cuando hablaba de la realeza. 

Pronto, recordó la forma en que su madre había partido de este mundo. Su sueldo siendo un soldado era minúsculo, la comida estaba a precios elevados por la poca disponibilidad de adquisición y los comerciantes no tenían permitido vender productos que no pertenecieran a Arendelle sin la aprobación del rey, que por desgracia era imposible de obtener. Y ni hablar de las medicinas. Lamentablemente no había suficiente para sanarla.

—Debió ser muy duro para ti ver cómo tu pueblo se desmoronaba a pedazos, lo siento mucho —respondió Elsa, cuidando el tono de su voz. No quería que sus emociones decayeran y propiciaran un posible ataque de ansiedad o depresión.

—Sí, lo fue. Pero después de tanto tiempo en la oscuridad, finalmente he encontrado una pizca de esperanza —comentó, levantando sus ojos para verla.

—¿Y cuál es?

—Ustedes.

Elsa no dijo nada, se limitó a respirar con profundidad y pensar en una forma de esquivar esta enorme bala que le habían disparado.

—¿Por qué crees que podríamos salvar a Arendelle? —susurró, cuando no encontró forma de abordar su negativa.

—Pude ver tus cicatrices —instintivamente, la rubia se encogió incómoda de hombros, tratando de cubrir sus brazos acurrucándolos contra su pecho—, has lidiado demasiadas batallas, y aún sigues aquí. Además, tienes lo que otros difícilmente pueden conseguir; un arma letal —contestó, sin prestar cuidado en lo que estaba pensando.

Elsa gruñó, señalando su errada respuesta. —No usamos a los dragones como armas. No podría hacerlo, no después de todo lo que hemos tenido que ver... —tomó asiento alado de Matías, mientras que este lucía genuinamente curioso con lo que acababa de decir.

—¿Qué has visto?

—La maldad humana —la platinada respondió con simpleza, pero con la cabeza gacha, observando sus muslos.

El hombre de tez morena no se precipitó a nada, esperando paciente lo que sea que Elsa decidiese conferirle.

—Cuando encontré el huevo, estaba tan asustada de lo que podría ser en el futuro. Pero conforme pasaba el tiempo, me di cuenta lo hermoso que era esa conexión con Temperance —al hablar de su dragón, sus ojos azules parecían adquirir un brillo enternecedor—. Hice lo inimaginable para demostrarle a Berk que ellos eran seres maravillosos, incluso casi me cuesta la vida hacerlo. Tenía el sincero sentimiento de crear un mundo mejor pero... —suspiró con cansancio, recapitulando todas las personas a las que se enfrentó y aniquiló para acabar con sus pecados—. Estos cuatro años me han enseñado que no es posible lograrlo sin sentirse asqueado por las personas. Por eso ahora solo procuro a mi gente, a Berk y a nuestros dragones. Espero puedas comprender mi egoísmo —dando por terminada la conversación, Elsa se levantó sobre sus talones, dispuesta a marcharse de ahí para darle espacio al invitado de su padre.

Sin embargo, este la detuvo con una frase en particular.

—Eres la promesa de Dios, Elsa. Eres la mano que quita la maldad del mundo, eres el faro de esperanza que el Creador nos ha otorgado. Aunque lo intentes, no podrás huir de tu objetivo —musitó Matías. 

La rubia pudo sentir algo removiéndose en su pecho ante esas palabras.

—Sé que te duele tener que hacerlo recurriendo a la violencia, pero tú lo has visto, son pocas las personas que cambian, las que no, seguirán destruyendo a los demás hasta el último día de sus vidas. Esa clase de gente debe ser exterminada. Y Arendelle lo necesita a toda costa. Por favor reconsidéralo.



Touching the sun | PARTE IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora