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Harald viajó hacia el pueblo para comprar provisiones, y en su largo trayecto había puesto suma atención en el entorno en que las personas se desenvolvían normalmente

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Harald viajó hacia el pueblo para comprar provisiones, y en su largo trayecto había puesto suma atención en el entorno en que las personas se desenvolvían normalmente.

Las mujeres de un nivel económico bajo-medio (fueran casadas o no) tenían un estilo de moda simple y práctico, adecuado a la época otoñal en el que se encontraban: prendas con mangas largas de cálidos colores, mallones que solían ser del mismo color que las blusas, y por encima  un vestido de tela gruesa que las protegía del viento, con un corsé que definía su pequeña cintura, había algunas que simplemente ataban un pedazo de tela en su lugar para evitar la incomodidad de estos últimos. 

Al igual los hombres, que solían desempeñar trabajos de carga o alta demanda de fuerza, utilizaban pantalones de piel con camisas de manga larga y chalecos gruesos para acompañar.

Para su desgracia, no pudo presenciar con sus propios ojos el estilo de vida que poseían los aristócratas, así que tendrían que contratar a una modista que perfeccionara sus atuendos de acuerdo al estatus que querían aparentar para las próximas semanas.

Para mantener el anonimato, el pelirrojo prefirió evitar las zonas concurridas y, sobre todo, hizo lo posible por no hablar durante mucho tiempo, pues temía que alguien se percatara de su acento extranjero. Aún no era el momento de atraer la atención del pueblo.

En ese momento, vio un cartel colgado sobre la pared de un pequeño restaurante. 

¡Festival Comercial de Propiedades!

Adquiere tu propia hacienda en Arendelle, del 0X al XX de Octubre. 

Válido para personas locales y extranjeras.

En el cartel habían anexado folletos desprendibles con información más detallada, por lo que se apresuró a tomar uno para enseñárselo a los demás. Sin duda esta era una oportunidad caída del cielo, el cual tenían que aprovechar. 

[...]

—Jamás había visto algo parecido a esto, ¿un festival comercial? ¿A quién se le pudo haber ocurrido? —inquirió Matías, después de haber leído el folleto.

No sabía por qué, pero podía saborear un extraño sentimiento de sospecha y desconfianza en ello.

—¿Y es bueno o es malo? —preguntó Astrid, luego de tragar el bocado de carne que reposaba en su plato.

—No sabría decirlo, creo que es bueno porque todas esas casas destruidas tendrán la posibilidad de volver a como eran antes, inclusive con sus anteriores dueños pero... —segundos más tarde, no encontró las palabras adecuadas para expresar su duda.

Por otro lado, Elsa alcanzó a comprender lo que quería decir.

—Está sucediendo tan de repente, que no crees que esto sea algo orgánico. ¿Verdad? —ladeó un poco la cabeza.

Matías asintió en repetidas ocasiones, manteniendo la vista en el folleto.

—Pero es la ocasión perfecta para comprarla, estaremos rodeados de extranjeros que podremos hacernos pasar por uno de ellos. Nadie sospecharía de nosotros —razonó Harald, viendo que las dos principales cabecillas del plan estaban dudando. 

—Tiene razón, de adquirirla en otro momento toda la atención se centraría en nosotros —argumentó Astrid.

—Entonces deberemos adelantar nuestros planes ya mismo, el festival será en unos días, pronto tendremos que dar la cara para el evento y no podemos lucir así —anunció Elsa, los presentes asintieron la cabeza estando de acuerdo con ella—. Matías, ¿conoces a alguna persona que nos ayude con nuestra imagen? 

—Tengo a alguien en mente, pero no sé si aún se dedique a la confección. 

—No importa, lo averiguaremos en mi primera visita al pueblo.

[...]

El sol estaba a unos cuantos minutos de esconderse en el horizonte, cuando la campanita de la puerta se agitó con fuerza, indicando que habían entrado clientes a la boutique.

Una señorita de cabellos naranjas y grandes pecas estaba detrás del mostrador, cosiendo los últimos detalles de un sombrero, percatándose de inmediato de la presencia de dos damas y un caballero.

—¡Bienvenidos! Estamos cerca de cerrar pero pueden visitarnos mañana a partir de las nueve —saludó cordialmente, hasta que visualizó la forma en la que los extraños estaban vestidos. 

Capuchas que cubrían su espalda y cabeza, armaduras con ralladuras y picos sobresalientes, hachas que colgaban del cinturón de cada uno. Un escalofrío subió por su espalda, llenándola de miedo con rapidez.

—¿Eres Anna de Westergaard? —preguntó la mujer que estaba al frente de todos.

—Ah, ¿quién la busca? —balbuceó la chica, temerosa de lo que pudiera pasar.

—Tus padres fueron muy cercanos al hijo del Teniente Matías, ¿no es así? —después de escuchar ese nombre, sus rodillas le fallaron, cayendo casi de lleno en el piso.

—Querida, ¿ya cerraste la...? —un hombre pelirrojo entró a la escena, socorriendo de inmediato a la mujer—. ¡¿Anna, qué te pasó?!

—Están buscando a Matías —sollozó la chica, entrando en pánico.

—No, no estamos buscándolo —advirtió Elsa, y antes de que todo se saliera de control decidió quitarse la capucha, dejando al descubierto su imagen—. Él los está buscando a ustedes, necesitamos de su ayuda. 

Los rostros de la pareja estaban notablemente contrariados, pero aun así decidieron escuchar lo que los extraños tenían qué decir. Pronto, Harald se encargó de bajar las cortinas de metal para obstaculizar la vista del interior de la boutique, y Astrid aseguró con pestillo la entrada principal. Esto debía permanecer en secreto, salvaguardando la integridad de la pareja que estaba dispuesta a tenderles una mano. 

—¿Él logró escapar? —preguntó Anna, limpiándose los mocos con el pañuelo que su esposo le había extendido—. Sus compañeros dijeron que había desobedecido las órdenes del príncipe Dustin y que lo habían condenado a la horca, ni siquiera nos permitieron celebrarle un funeral decente —explicó la pecosa, soltando más lágrimas por la amarga experiencia.

—Matías salió del pueblo antes de que lo atraparan, ahora está de vuelta pero requerimos esconder nuestra identidad. Él nos sugirió acudir a ustedes para esto —explicó la platinada, sentada en un sofá frente a los casados.

—¿Pero por qué volvió? Aquí van a matarlo si lo ven —musitó Hans.

Elsa no estaba segura de lo que hacía, pero el moreno le había asegurado que la familia era de total confianza, y con eso en mente decidió soltar la bomba que podría colocar al pueblo boca arriba:—Encontró al príncipe Agdar.


Touching the sun | PARTE IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora