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Sin darse cuenta, los días volaron tan lejos de sus manos, encontrándose de lleno con el difícil momento de empacar sus pertenencias para el viaje

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Sin darse cuenta, los días volaron tan lejos de sus manos, encontrándose de lleno con el difícil momento de empacar sus pertenencias para el viaje.

Su padre sacó de los rincones más improbables la ropa que alguna vez utilizó Idunna, ayudándole así a Elsa a mezclarse mejor con Arendelle, aunque quizás las tendencias fueran otras agradecía de antemano el gesto de Agdar.

Por otro lado, Hiccup y Estoico se encargaron de darle una fuerte cantidad de capital para lograr su cometido. Pese a que la rubia se opuso totalmente a esta idea, después de mucha presión por parte de ambos varones finalmente aceptó la riqueza que se le estaba ofreciendo.

Había concluido con éxito su clase de modales, y al igual que ella, Astrid también fue aleccionada a la etiqueta de la nobleza, ya que a fin de cuentas se haría pasar por la dama que acompañara a Elsa a cualquier evento social o estratégico que ambas tuvieran.

Matías, por su obvia situación de fugitivo, sólo cumpliría tareas realizables dentro de cuatro paredes, escondiendo su presencia para no tener que dar cara al público y ser reconocido por la realeza o sus allegados. De cualquier modo, Harald estaría ahí para apoyar en todo lo que se necesitara.

Todo estaba listo, sólo era cuestión de horas para marcharse. A primera hora de la mañana zarparían al horizonte, guiados por brújulas y el mapa del moreno.

Bajo las sábanas, Elsa descansaba melancólicamente sobre el cuerpo del castaño, quien estaba recargado en el respaldo de su alcoba, acariciando suavemente el cabello platinado de la chica.

Ninguno se atrevía a decir nada, ella no deseaba resquebrajar más el ansioso corazón de su amado, mientras que Hiccup no juntaba el valor para cohibirla del mundo. Nunca lo había hecho, no empezaría en ese momento.

En su interior, una pequeña sensación de cobardía buscaba desarrollarse. Y cada vez que lo presentía, se obligaba a sí misma a despejar tal sentimiento. Pero ahora, en esos segundos que permanecía apacible escuchando los latidos acompasados del ojiverde, se replanteaba repetidamente si eso era lo que estaba bien.

—Hipo... —tartamudeó, teniendo que carraspear para aclarar su garganta—. ¿Qué pasaría si... Regreso de otra forma?

—¿En qué sentido? —respondió él, agudizando su oído para percibir las palabras de esa pequeña y afligida voz.

—Si yo... Ya no sea yo... La persona con la que te casaste —explicó, aún pensante de las últimas palabras que escuchó de Matías cuando concluyó con sus clases.

"El mundo al que iremos podría encandilarte con una belleza superficial, sé que tienes una voluntad fuerte, pero de cualquier modo voy a advertírtelo: no te dejes llevar por las maravillas que la realeza pueda ofrecerte". 

—Entonces, no habría de otra que enamorarme de la nueva tú —bromeó el muchacho, aunque podía probar un atisbo de amargura en su tono de voz.

Elsa no dijo más, no quería estropear sus últimas horas con su esposo con algo que tal vez no iba a suceder.

¿Verdad?

[...]

Astrid acomodaba el asiento sobre su dragón Tormenta, cuando la pareja de futuros líderes llegó a la Academia, cargando las pertenencias de la rubia.

—Buenos días —saludó la vikinga cortésmente, sin embargo no obtuvo la respuesta apropiada. 

Ambos tenían un aspecto demacrado, de pura agonía. Suspiró, tratando de ignorar el aura de tristeza que se había instalado.

Esperaba que algo así pasaría, pero no creyó que podría abrumarla de la manera en que lo estaba haciendo.

El equipo restante no tardó en hacer acto de presencia. Elsa abrochaba con rapidez todas las cintas del asiento encima de Temperance, quien tampoco lucía nada cómoda con todas esas correas y el peso extra que estaba por acarrear.

—Para ser chicas, creí que traerían mucho más equipaje de lo normal —dijo Harald, tonteando con sus cosas.

—No sería prudente llevar tanto, si al final no se adecuará al estilo de Arendelle —determinó Matías, acercándose a Tormenta.

Unos minutos después, comenzaron a llegar personas para despedirse del equipo, tanto compañeros como familiares. 

—No te metas en problemas, mocoso —gruñó el hermano mayor de Harald, y prosiguió a envolver su cabeza en una especie de llave para molestarlo, éste inmediatamente se puso azul por la falta de aire que el vikingo estaba provocando.

—Cuando regrese voy a patear tu trasero, ya verás —chilló el pelirrojo, intentando zafarse del agarre.

Agdar también llegó a la academia, con la mirada sobre el piso y una caja pequeña de madera que sus manos sostenían con cuidado. Elsa se dirigió a él, parado lejos de la multitud. Con lo recluido que se había vuelto en los últimos años, le era difícil mantener su presencia en escenarios donde habían muchas personas.

 —Voy a extrañarte mucho —susurró ella, abriendo los brazos para preguntar a su progenitor por un abrazo.

—También yo —le respondió, envolviéndola con sus brazos, antes de que pudieran romper el contacto, el hombre dijo—: Elsa, quiero que me prometas algo, por favor.

Elsa se alejó un poco para poder verlo, nada extrañada con su petición.

A decir verdad, la forma en que Hipo la hizo prometer algo durante la madrugada había sido la más escandalosa (y no se refería a los ruidos). 

Agitó su cabeza, para borrar tan bizarros recuerdos. 

—¿Qué cosa, papá? 

Finalmente, Agdar le entregó la caja con la que llegó. La platinada quitó la tapa con cuidado, y no pudo evitar soltar un jadeo del asombro cuando vio el objeto en su interior.

—Por favor, haz lo mejor para Arendelle —suplicó el viejo príncipe, con los ojos llenos por las lágrimas que guardaba.

El pecho de Elsa se estrujó con violencia, regresando la tapa a su estado original.

—Lo... Lo intentaré —musitó de vuelta.


Touching the sun | PARTE IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora