Sentía que su corazón iba a salírsele del pecho de lo asustada que se encontraba.
Había guardias por todas partes, observando cada pequeño detalle. Temía que alguno de ellos presenciaran un desliz suyo y que todo se fuera al carajo.
Gracias a la orden impuesta por el príncipe Dustin, tuvieron que viajar al reino más cercano para tomar un barco y comprobar que era la primera vez que llegaban a Arendelle. Todo fue hecho como lo planeado, el paso más difícil estaba por suceder.
—Estás temblando, contrólate —le susurró Astrid desde atrás, cargando las maletas.
—Lo siento, la espera me pone muy ansiosa —musitó, apartando con un soplido el listón que caía frente a su rostro. Claramente su movimiento no había funcionado.
La rubia chistó la lengua, dejó las maletas en el piso e hizo que Elsa se girara a ella. Tomó el sombrero que cubría la melena llamativa de la chica, y acomodó el arreglo floral que lo adornaba, entonces volvió a ponérselo.
—No olvide su etiqueta, joven Elsa —canturreó Astrid en son de burla.
—No puedo evitarlo, me siento como una niña caprichosa, es la primera vez que viajo sola —chilló Elsa, con la voz más aniñada que pudo crear. Abanicándose aire con el ventalle que Anna le había obsequiado.
Habían ensayado durante horas su comportamiento. Era grato saber que al menos los demás podían ver como natural la forma tan exagerada con la que sostenía el clavijo del abanico, después de todo, su personaje era una chica veinteañera que viajaba al exterior por primera vez sin el acompañamiento hostigoso de sus padres.
Finalmente llegó su turno de ser atendidas por los guardias.
—Sus documentos por favor —pidió el hombre uniformado.
—¡Cierto! Si, espere —buscó entre su bolso lleno de "maquillaje" (así les había dicho Anna que se llamaba), gruñendo porque no encontraba lo que necesitaba.
Un carraspeo sonó desde atrás, fue entonces que Astrid extendió la mano al soldado con los papeles.
—Le dije que los guardaría yo —reprendió la rubia. Elsa no hizo más que cubrirse el rostro con aparente vergüenza.
—Lo olvidé —musitó.
—¿Razón de su visita? —inquirió el guardia, sin apartar la vista de las llamativas extranjeras que estaba atendiendo.
La apariencia de cada chica no destacaba mucho, y la ropa que vestían tampoco estaba fuera de lugar, simplemente les resultaba extrañas. Que ambas portaran ojos azules y fueran rubias era una coincidencia muy rara y notoria entre los viajeros, que usualmente eran castaños y de tez dorada.
—Mi señora desea comprar una propiedad en Arendelle como regalo hacia su hija, la joven Elsa —contestó Astrid, señalando uno de los carteles que publicitaba el evento al que se refería.
El soldado asintió, sin emitir sonido. Dio un último vistazo a los documentos y, cuando estaba cerca de estampar el sello de verificado sobre los papeles, el viento silbó tan fuerte que logró derribar el sombrero que Elsa poseía sobre su cabeza.
—¡No! —la platinada no pudo evitar gritar, asustada por tener al descubierto el interesante color de su cabello atado a una coleta baja, con mechones cayendo sobre los lados de su cabeza.
—Listo, vaya por él antes de que lo estropee una carreta —señaló el guardia, entregando los documentos a Astrid.
Con el acceso permitido, Elsa se echó a correr tras el sombrero, levantando un poco las faldas que conformaban su vestido para evitar tropezarse.
Los tacones que se vio obligada a utilizar dificultaban el proceso pero aún así no se rindió.
El viento se detuvo, dejando el tocado frente a los pies de un varón con un calzado pulcro en tonos oscuros.
—Has hecho demasiado esfuerzo por un sombrero, ¿qué es lo que lo hace tan especial? —pronunció el sujeto, recogiendo del suelo el objeto que tanto estuvo persiguiendo.
Cansada del recorrido, la platinada se detuvo a tomar grandes bocanadas de aire. Después de todo, esa cosa ya no iría a ninguna parte.
—Ha sido un regalo de cumpleaños, señor. Por eso he hecho tanto para recuperarlo —respondió con descuido, sin percatarse de a quién estaba replicándole.
Cuando Elsa alzó la mirada, no fue capaz de pronunciar una palabra.
Jamás lo había visto en persona, pero sabía que era él. Tal y como lo había mencionado Matías una vez...
"Su aura es tan pesada que puedes sentir sus ojos clavados en ti, buscando cualquier debilidad que tengas".
Esos orbes dorados y destellantes la observaban con detenimiento, mostrando una pizca del mismo sentimiento que ella estaba experimentando. Miedo.
Rápidamente se recompuso, llevando su fleco detrás de la oreja.
—Gracias —contestó, esbozándole una sonrisa temblorosa.
El príncipe no dijo más, y extendió el sombrero.
—Entonces tómalo, rápido —gruñó.
Sin hacerlo esperar, Elsa obedeció ante su orden. Bajó la cabeza en agradecimiento y se dio la vuelta, esperando regresar con Astrid sin ningún problema.
Mierda, qué carácter tan aterrador. Pensó, mordiéndose la parte interna de la mejilla.
Mientras la joven se iba alejando, Dustin estaba haciendo todo lo posible por contener la furia que se estaba desarrollando dentro de su psique. Maldiciendo con brutalidad la habilidad con la que había nacido, ver el futuro a través de sus sueños.
Y la mujer de aspecto angelical que estuvo haciendo acto de presencia dentro de sus sueños, cumpliendo sus más oscuros fetiches, finalmente se había materializado al mundo real.
Se giró sobre sus talones, caminando de regreso al castillo.
—¿Dónde diablos estabas? Se nos está haciendo tarde, no encontraremos buenos hostales a estas horas —Astrid empezó a reprender en cuanto Elsa se acercó.
—Me vio...
—¿Qué? ¿Quién te vió? —repitió, sin entender las palabras que balbuceaba la platinada.
—El príncipe Dustin.
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Touching the sun | PARTE II
FanficElsa había encontrado un nuevo propósito en su vida en la lejana tierra de Berk. Creía firmemente que su razón de existencia era actuar como el puente que uniera a los valientes vikingos con los majestuosos dragones que habitaban en el mismo sitio. ...