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Los visitantes extranjeros se habían ido a las haciendas y fincas que pondrían a la venta, algunos juzgando con escrutinio cada rincón que sus miradas alcanzaban a observar desde el frente de las casas para determinar si valía la pena (o no) adquirirlas por el precio detallado.

Por desgracia, no podían entrar a la propiedad y ver completamente la estructura, analizar los desperfectos y calcular el gasto de su reparación.

El príncipe de Arendelle quería vender todas las casas sin excepción, obviamente no mostrarían los defectos que tuviesen hasta después de la adquisición.

Para suerte de Elsa y su equipo, nadie lucía interesado en la vieja propiedad del teniente Matías I, pues eran los únicos que se encontraban ahí esperando su turno de ser atendidos.

—¿Será buena idea comprarla? Después de todo, no sabemos cuánto costará reparar los daños —susurró Astrid, no muy convencida de la finca.

La maleza se había apropiado del espacio frontal de la casa, y no era pequeño. Tomaría un arduo día de trabajo despejar la zona. Sin contar que gracias a esto, tampoco podían echarle un vistazo a la estructura del lugar.

—Lo que importa es lo que hay dentro, será lo más valioso que tendremos —contestó Elsa, pensando en los planos que Matías les había proporcionado de su casa.

Noches antes, habían dado comienzo al plan que habían creado en Berk. Todos coincidieron en que el mejor lugar para asentarse era la antigua casa de Matías, donde llevarían a cabo sus reuniones. Puesto que el lugar incluía un sótano con acceso secreto. Nadie fuera de la familia tenía conocimiento de este hecho, el lugar perfecto para futuros planes con los aristócratas a favor de Runeard.

El pelirrojo chistó con la lengua, burlándose de la vikinga.

—De cualquier forma, nadie va a quererla, los rumores que difundí aterraron a los extranjeros —susurró Harald, inflando el pecho con orgullo.

Como era de esperarse, el pelirrojo nunca entendió cuándo tenía que callarse. Así que Astrid le recordó la discreción que debía tener con un zape en la nuca.

Una campana sonó a lo lejos, indicando a los posibles compradores que era tiempo de acercarse.

Si había más de una persona interesada en una misma propiedad, ésta sería subastada y vendida a quien diera más dinero por ella.

Las que no tenían interesados, serían rematadas a mitad de precio. Justo como pasaría con la casa de Matías gracias a una jugada maestra que el equipo había planeado bajo el telón.

En el trayecto, Elsa iba discutiendo con su compañera vikinga lo pesado que sentía el sombrero sobre su cabeza, aquel que Anna insistió enormemente en que usara (porque hacía juego con el vestido azul que había comprado), hasta que sintió una presencia cerca de ellos.

—Es él —murmuró la rubia, sacando un abanico de su bolso para dárselo a Elsa.

—Eh... Buenas tardes, uh... –por alguna extraña razón, el castaño de gafas grandes lucía nervioso, esto sólo provocaba ansiedad en Elsa, que temía que en cualquier momento todo se saliera de control. Últimamente había estado muy paranoica respecto a sus planes–. ¿Van a participar en la subasta? —fue lo único que Oliver pudo mascullar con coherencia.

Quería darse de golpes contra la pared, avergonzado de su estrepitoso primer acercamiento.

Están esperando a un funcionario de la realeza para la compra de la propiedad, era claro que participarían.

—Así es, mi familia va a regalarme una finca, y me había gustado ésta de acá –señaló la vieja propiedad de Matías, éste tornó su semblante más serio. Seguramente recordando la forma en que el príncipe había desechado la idea de seguir investigando al traidor.

Los presentes notaron de inmediato la tensión, pero prefirieron ignorar este hecho. Elsa continuó con la plática–. Pero... —la platinada hizo un ruido en la boca, arrugando sus labios en forma de puchero como forma de distracción.

—¿Pero? —repitió Oliver, incitando a la muchacha a seguir con la oración.

—Los rumores son... escabrosos, por no decir menos —susurró Elsa, cuidando que nadie fuera de ellos cuatro escuchara sus palabras.

El castaño juntó sus cejas en confusión.

—¿De qué rumor hablan? —preguntó el pequeño secretario, olvidando por completo su nerviosismo.

No tenía una vida muy activa fuera del palacio, pero los empleados del castillo eran los primeros en enterarse de este tipo de noticias. Y ningún rumor nuevo había corrido por los pasillos del palacio. Mucho menos referente a la casa del guardia fugitivo.

—Mi joven maestra se refiere a uno que estuvo sonando mucho en el hostal donde nos hospedamos. Decían que el lugar había sido utilizado para ceremonias prohibidas, y nuestra nación no apoya ese tipo de acciones —esta vez el turno de hablar fue de Astrid.

Para su suerte, el muchacho no indagó más.

—Pueden estar seguras que nada de eso ha ocurrido por aquí —aclaró, haciendo énfasis con el movimiento de sus manos.

—¿Entonces por qué la abandonaron? —inquirió Elsa, tirando de sus labios una media sonrisa acompañada de un tono de acusación.

Oliver no supo responder, y antes de que pudiera balbucear algo, la repentina movilización de personas y guardias los alertaron de un hecho.

El heredero de Arendelle había arribado al pueblo, era hora de aperturar la feria.

Y el equipo de Berk no podían estar más ansiosos.

Después de esa noche, la vida de todos ahí cambiaría por completo.

Touching the sun | PARTE IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora