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Elsa había pensado mucho sobre lo que habló con Matías la noche anterior

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Elsa había pensado mucho sobre lo que habló con Matías la noche anterior.

Podía considerar que su naturaleza era tranquila y cariñosa, pero cuando se trataba de dar pelea, llegaba incluso a desconocer la brutalidad que emanaba su aparente y débil cuerpo. 

Las primeras veces que tuvo que asesinar a una persona, lloró y vomitó hasta la inconsciencia. Un mercenario que se dedicaba a esclavizar dragones para utilizarlos contra pequeñas aldeas desprovistas de poder. Sin duda sus crímenes eran atroces, pero aún así dudó de arrebatarle la vida. De no haber sido por Astrid que intervino antes de que el hombre clavara su daga en su pecho, probablemente Elsa habría muerto.

Después de ello Hipo la hizo jurar que haría lo necesario para mantenerse a salvo y ayudar a quienes la necesitaran, sin importar el costo.

Y así lo estuvo haciendo, con cada problema, con cada piedra en el camino, ella se las había arreglado para proteger a todos. 

Pero ahora, ya no era suficiente con proteger a Berk y a los dragones, también le estaban pidiendo hacerlo por Arendelle, el antiguo reino de sus padres.

¿Sería capaz de hacerlo sin quebrarse en el intento?

[...]

La luna se posó en su punto más alto, y para esas alturas, Elsa daba vueltas sobre su cama, queriendo librarse de la despiadada pesadilla que estaba teniendo.

"—¡¿Pero qué hiciste?! —gritaron con voz desgarradora.

La mujer de cabellos negros abofeteó la pequeña figura de una chica, que sobrepuso su mano en su mejilla golpeada, derramando lágrimas de sus ojos azules.

—¡¿Te das cuenta de lo que acabas de hacer?! ¡Condenaste al reino por tus acciones! —finalmente, la voz de la misteriosa mujer se quebró, atrayendo con un abrazo a la muchacha frente a ella—. Condenaste a tu bebé... —musitó, con suma tristeza marcada en sus facciones.

—Lo siento mamá, pero el príncipe tenía que saberlo. Tenía que saber que espero a un bebé —fue ahí cuando Elsa se dio cuenta sobre quién trataba su pesadilla.

Su presencia estaba ahí como mera espectadora, no podía influir en nada sobre ese sueño.

—¡Te dije todo lo que escuché en el palacio, los rumores que el príncipe Soren está creando sobre Agdar, y aún así te atreviste a contárselo! ¡¿No piensas en su futuro como rey?!

—¡Agdar no quiere ser rey! —Idunna contestó en un rugido.

Su madre pareció plasmarse en su lugar, intentando procesar lo que había escuchado.

Suspiró, dejando notar que no era la primera vez que discutían sobre ese tema.

—Estás condenando a ese bebé vivir bajo la amargura y las carencias —dijo la pelinegra, en un último por provocar preocupación a la castaña.

—No. Mi hija está destinada a la grandeza —respondió Idunna, formándose en su rostro una cálida sonrisa.

Finalmente, volteó a ver a la platinada, quien hasta ese momento creía que nadie podía observarla en sus sueños.

Entonces abrió los ojos. 

Había pasado tanto tiempo que vio a su madre, y en sueños anteriores jamás logró ver su cara, francamente porque no la recordaba. Pero esa noche, ese sueño era la excepción.

Y así fue como decidió que ayudaría a Arendelle a librarse de sus manzanas podridas. Lo haría por su madre, porque lo había abandonado todo por salvar aquella semillita germinada en su vientre, porque decidió morir antes de regresar a su pueblo y que le arrebataran a la bebé, porque después de todo, ella creía en Elsa desde antes de que naciera.

Y también pensó en su padre, en lo angustiado y destrozado que debió haberse sentido cuando se marchó de su reino, el sentimiento de impotencia y traición que quizás llegó a saborear luego de realizar su vida sin importarle a quienes había dejado atrás. Seguramente toda la información que Matías le había transmitido sacudió las tristezas y penas que olvidó en el pasado a flote, inundando sus pensamientos y vaciando la poca felicidad que había guardado.

Tenía que darles un cierre, ambos lo merecían. Arendelle también merecía conocer la verdad, la razón de su huida. Merecían volver a vivir en paz.

[...]

—¡¿Qué?! —toda la sala masculló al unísono ante la desvariada afirmación que la rubia había dicho frente a ellos.

—¿Ir al pueblo donde su rey estuvo a nada de asesinar a tu madre? ¿Regresar para exponer tu integridad? ¿Es en serio? —preguntó Astrid, quien no tuvo ni una pizca de discreción para señalar los hechos, importándole un carajo que estuviera la figura de Matías al fondo escuchando toda la conversación con una mueca de incomodidad.

—Quiero derrocar la monarquía que mi tío Soren plantó en el país de mi padre. Quiero quitarlos del poder y regresarle la gloria a Arendelle, también quiero... Que la familia de mi madre sepa de su vida... —una pequeña aura de nostalgia y melancolía atravesó la habitación, que rápidamente fue borrada por la platinada—. Y por eso necesito volver a mis raíces —quiso explicar Elsa.

—Creo que estás precipitándote, Elsa. Ni siquiera sabemos la situación del reino, tampoco podrás hacerlo tu sola —señaló Harald, moviendo las manos con exageración, como solía hacerlo cuando se encontraba nervioso.

—Tiene razón, debes crear un plan detallado y exacto si quieres deshacerte de todos ellos, no sólo son los príncipes y reyes, de seguro hay otras personas que estuvieron detrás del golpe de estado, será mucho trabajo para una sola persona. ¿Estás segura de que quieres hacer esto? —Patapez explicó, queriendo que la futura jefa entrara en razón.

—Por eso les pido su ayuda.

La oficina se sumió en un profundo silencio.

Touching the sun | PARTE IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora