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—Creo que eso es todo por hoy, muchas gracias por ayudarme papá —respondió Elsa, levantándose de su asiento para dirigirse a darle un abrazo a Agdar

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—Creo que eso es todo por hoy, muchas gracias por ayudarme papá —respondió Elsa, levantándose de su asiento para dirigirse a darle un abrazo a Agdar.

—No es nada cariño, sabes que puedes contar conmigo para lo que necesites —susurró el hombre, apretando con suavidad el pequeño cuerpo de su hija.

Cuando se sintieron listos, cortaron el abrazo. 

La rubia había invitado a su padre a comer en su nuevo hogar, como forma de agradecimiento por su arduo trabajo. Además, necesitaban despejar sus mentes de revoltosos pensamientos. 

Ambos caminaban a la par del otro, charlando sobre lo que hicieron los días anteriores a ese y lo que planeaban hacer en un futuro, cuando un joven y cansado vikingo llegó para interrumpir su amena conversación.

—Disculpen el atrevimiento, pero Harald la solicita urgentemente en la academia —anunció el chico, notablemente acalambrado por los malabares que seguramente había hecho para saber su ubicación.

—¿No te dijo la razón de esta improvisada reunión? —indagó la rubia, pero el muchacho negó con la cabeza.

—Lo único que me pudo decir fue que se relacionaba con el incidente de hoy —rápidamente Elsa recapituló las actividades cometidas, y recordó a esa persona de tez morena a punto de ser quemado vivo por el Cremallerus Espantosus de los hermanos Torton.

Imaginaba que se trataría de cómo lidiar con el extranjero que cruzó los límites del puerto para entrar sin identificación. De igual forma, ya tenía la respuesta para un merecido castigo.

—Está bien, voy en seguida —resopló con molestia, después se giró para ver a su padre, lamentablemente tendría que cancelar el plan acordado ya que aunque esto la apesadumbraba, era necesario para proteger a la isla, y seguramente lo entendería—. Lo siento, tengo que irme. Pero te lo compensaré, lo prometo.

Antes de que Agdar pudiera mencionar algo, el muchacho volvió a intervenir: —Señorita Elsa, Harald también mandó a llamar a su padre.

Entonces los dos Arendelle se miraron entre sí, desconcertados.

¿Qué tenía que ver su papá con el accidente de hoy? 

[...]

—Espero que tengas una muy buena razón para estropear mis planes de hoy —gruñó Elsa en cuanto cruzó el marco de la oficina de Harald, que igualmente se encontraba dentro de la Academia de Dragones.

La rubia esperaba ser recibida con el humor extraño que el muchacho tenía, sin embargo, el silencio agobiador que percibía en el ambiente le advirtieron que se trataría de algo grave. Y para su sorpresa, el idiota de la vez pasada se encontraba ahí, sentado en uno de los sillones aguardando a su presencia.

—¿Qué hace esta persona en tu despacho? Creí que permanecería en las mazmorras hasta determinar su sentencia, justo como el protocolo lo indica —inquirió la ojiazul, extrañada con el serio comportamiento de su subordinado.

—Verás, esto no tiene que ver con el incidente... —inició Harald, empleando un tono de voz suave y bajo, que no fuera audible para los que se encontraran fuera de la oficina—. Se trata de tu familia —indicó, relamiéndose las comisuras de los labios con nerviosismo.

Entonces, Elsa volteó a ver al sujeto que estaba atento en todo momento a sus movimientos, sobre todo a su apariencia y que de cierta forma lograba incomodarla.

—¿Y él qué hace aquí? Ni siquiera lo conozco, esto no le concierne en lo absoluto.

—El detalle está en que al parecer él sí conoce a tu familia —Harald se levantó de la silla detrás del escritorio, tomó algo de una mochila desgastada, y se lo extendió a la chica de cabello platinado.

Elsa agarró el objeto, y sus ojos se abrieron con sorpresa.

Se trataba de una pintura, donde sus padres estaban retratados sobre el material.

—Cuando estábamos confiscando sus pertenencias él pidió verte, y además encontré esto entre sus cosas. Al parecer ha estado buscando al hombre del retrato.

—¿A mi padre? 

—Lo sabía —por primera vez en todo ese rato, el desconocido hombre de ojos marrones se atrevió a hablar—. Eres la hija del príncipe Agdar, el parecido era gigantesco —se puso de pie, instintivamente Elsa caminó hacia atrás, asustada por lo que pudiera hacerle.

Alguien que perteneciera al pasado de su padre, sin duda alguna, significaría un inminente peligro para la nueva vida que ambos llevaban en Berk. No conocer los propósitos reales de este extranjero le provocaba un miedo irracional.

Jamás se había preocupado de ese tema, durante años creyó que la vida pasada de su padre era irrelevante a ella. Nunca había estado ahí, nunca vio a nadie que le verdaderamente importara esa situación, nunca fue un peligro para su fragmentada familia. Pero ya no era así. Tenía mucho miedo de lo que fuera a pasar con su padre y este nuevo descubrimiento.

Ella fácilmente podría aceptar su propia muerte, pero cuando se trataba de las personas a las que más quería, sus sentimientos cambiaban.

—¿Y cómo lo sabes? —la ojiazul contraatacó, lista para determinar si esta persona representaba una amenaza a su vida, y si así era, acabar con él.

—Soy Matías II, hijo del Teniente Matías, mi padre fue la persona que ayudó al príncipe Agdar a escapar de Arendelle junto a la plebeya embarazada.

Elsa tragó profundo, intentando controlar todas las emociones negativas que se estaban arremolinando detrás de su cabeza. 

Pasaron largos minutos de incertidumbre antes de que alguien se atreviera a cortar el silencio. Y ese fue Agdar queriendo asegurarse de que su hija estaba bien.

—¿Siguen ahí? Tienen tiempo que están hablando y no recibo noticias sobre ustedes —después de adentrarse al despacho, cerró la puerta con sumo cuidado—. Toqué dos veces pero nadie respondió.

El moreno exhaló con nerviosismo cuando lo vio entrar, comenzando a temblar sin poder disimularlo ante los demás. Sintió que su pecho se comprimió con brutalidad, recordando todos los errores que cometió para buscar la salvación de su padre. Y ahora, la persona a la que la Familia Real había buscado destruir se encontraba ahí, imponente como el rey Runeard. 

Sin titubear, Matías rápidamente se colocó de rodillas sobre el suelo en dirección al hombre de ojos claros, con la frente apoyada en la fría superficie y conteniendo las lágrimas que amenazaban con desbordarse de sus ojos.

Había ensayado por mucho tiempo sus palabras de disculpa, seleccionó cuidadosamente lo que estaba apropiado para su carta de redención, pero ahora sentía que nada de lo que pudiera decir sería suficiente para saldar con la pena y el dolor que había causado.

—Príncipe Agdar —susurró, con un nudo atorado en la garganta—. Al fin lo encuentro, alteza. Yo... —fue ahí que rompió en llanto, todos en la sala estaban anonadados. En especial Agdar, el cual tenía años que nadie se refería así ante él.

—La persona que rescaté hoy del ataque del dragón... Proviene de tu antiguo reino, y te estaba buscando —musitó Elsa, entregándole el retrato a su padre.  

Touching the sun | PARTE IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora