Este no es el fin.

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Abrió la puerta de manera abrupta sin considerar el decoro, ingresando a la oficina y atrayendo una mirada asesina de Darío, el secretario y mano derecha del hombre que la tenía cautiva.

—¿Cuántas veces tengo que recordarte esto? Debes tocar y esperar a que se te permita entrar —le recordó apretando los dientes, mientras la miraba como si deseara arrancarle la cabeza en ese mismo momento.

—¿En serio? Perdón, tengo muy mala memoria. Lo recordaré para la próxima. Además ¿Por qué te enfadas, si a tu amo no pareció molestarle? —soltó, inclinando la cabeza hacia donde estaba sentado el dueño de aquel lugar.

—¿Lo ves? Sigue en el mismo sitio en el que lo dejé, como una marmota.

—Karina —la llamó Darío a modo de advertencia.

—Sí, ese es mi nombre y, si no te importa, esto pesa —le soltó de mala gana, señalando la bandeja de plata que llevaba en la mano.

Él resopló, pero no dijo nada más, apartándose a un lado para que ella pudiera pasar. Ella se acercó y luego dejó caer la bandeja con estruendo en la mesa. La cara de Darío se desencajó y Karina reprimió una sonrisa.

—Tu comida —espetó.

—¡Karina! —gritó, más alterado que nunca.

—Está bien, no importa —habló por fin el hombre que estaba sentado cómodamente en un sillón de cuero, alzando la cabeza de lo que fuera que estuviera haciendo.

—Pero señor, ella...

—Está bien, solo está pasando por una fase rebelde, los niños suelen pasar por algo así.

—¿Los niños? ¿Ahora soy una niña? Pues no lo era tanto cuando me follabas anoche—Espetó con firmeza, y tuvo que esforzarse por no reír al observar la expresión del secretario.

Darío tenía la boca tan abierta que parecía a punto de desgarrarse y caer al suelo. Sin embargo, la persona que intentaba provocar permaneció imperturbable, como si nada hubiera sucedido. De hecho, se enderezó en su costoso sillón de cuero, inclinó la cabeza y esbozó una sonrisa maliciosa antes de continuar.

—¿Es eso una queja? —preguntó con determinación.

—¿Incluso si me quejara cambiaría las cosas? Seguirás usando mi cuerpo como te dé la gana—respondió, intentando ocultar su molestia.

—Es bueno saber que has aprendido por fin, después de casi un año.

"No me has dejado de otra." Piensa internamente.

 —tampoco queda nada de la niña llorona y miedosa que conocí —comentó mirándola sin pudor de arriba abajo.

—Nunca lo fui, solo pretendí que lo era —le llevó la contraria, mintiendo descaradamente para luego darse la vuelta, dispuesta a marcharse de allí.


Pero se detuvo en seco nuevamente, antes siquiera de volver a abrir la puerta. Se giró hacia el hombre, quien claramente estuvo mirando su trasero, pero ni siquiera hizo el amago de disimularlo. "Maldito psicópata pervertido." Ella deseó insultarlo y decirle todo lo que llevaba dentro, pero prefirió guardárselo. A pesar de verse sereno como ahora, sabía que podía ser muy despiadado, lo había vivido en carne propia. Por lo tanto, optó por preguntar una vez más lo que tanto deseaba obtener.

—¿Cuándo podré salir de aquí?

El hombre no respondió de inmediato. La media sonrisa que tenía en su rostro desapareció, y ella palideció un poco por el temor de haberlo enfadado. Aunque hacía mucho que no la golpeaba de forma violenta, no deseaba tentar a la suerte.

"Maldición, debí haberme callado. Esta boca mía será mi perdición." reflexionó en su interior. Sin embargo, a pesar de sus pensamientos sombríos, el hombre volvió a esbozar una sonrisa.

—Ya lo sabes, una vez que tú corazón sea completamente mío— respondió con calma, pero su respuesta no fue bien recibida por la mujer, quien arremetió contra él.

—¡Te he dicho que eso nunca sucederá!

—¿Estás segura?— inquirió con seguridad.

—Estoy completamente segura. Puedes tener mi cuerpo, pero nunca, bajo ninguna circunstancia, tendrás mi corazón—afirmó con determinación.

—Lo mismo dijiste de tu cuerpo, y ahora cada poro de tu piel me anhela—añadió con una sonrisa de autosuficiencia.

Ella hizo un esfuerzo por contar mentalmente hasta recobrar la calma. Detestaba profundamente la certeza que él exhibía, así como su aplomo imperturbable. Era plenamente consciente de cómo perturbarlo, pero se abstenía de hacerlo, pues sabía que las repercusiones recaerían sobre ella.

No tenía claro cuándo ni cómo sucedió, pero su cuerpo se acostumbró a él. Lo anhelaba y encontraba satisfacción cada vez que él la poseía. Cada día, tarde y noche que él lo deseaba ella se rendía, dispuesta y rogando por más, algo que a su vez la asqueaba y se odiaba a sí misma por ello.

Sin emitir una sola palabra adicional, abandonó el despacho con un portazo y se encaminó hacia el único refugio donde podía hallar algo de paz, lejos de ese hombre insensible.

Avanzaba con resolución, una mirada que imponía temor en su rostro, pero para su asombro, cada sirviente y subalterno bajo el mando de su carcelero la saludaban con efusión, como si fuera la dueña y señora de la casa. Esto marcaba un contraste absoluto con los meses previos, cuando ni se atrevían a aproximarse a ella por temor a represalias del señor o jefe.

Se preguntaba a sí misma cuándo y cómo habían cambiado tanto las circunstancias mientras se alejaba de esa imponente mansión y se dirigía hacia el invernadero. "¿Acaso fue aquella noche de hace unas semanas el punto de inflexión de todo?" Se volvió a plantear la pregunta mientras cruzaba el vasto jardín, alcanzando finalmente su destino.

Pero para comprender plenamente la magnitud de todo, es esencial retroceder casi un año atrás, al comienzo de cómo y por qué se gestó este tormentoso episodio.

Hasta Que Seas Mía Donde viven las historias. Descúbrelo ahora