¿Soy una carga?

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El estruendo del relámpago la arrancó del sueño unas horas después. Permaneció inmóvil en la cama, escuchando el repiqueteo de las gotas de lluvia. A pesar de disfrutar habitualmente de la lluvia por su efecto relajante, aquella noche se despertaba por tercera vez.

Extendió la mano hacia la mesita de noche para consultar la hora en su móvil: eran las cuatro de la madrugada. Tras dejar el dispositivo en su lugar, intentó volver a conciliar el sueño sin éxito, retorciéndose en la cama.

Finalmente, optó por levantarse y se incorporó. Consideró la posibilidad de tomar un vaso de leche caliente, una costumbre reconfortante de su Nana antes de dormir.

Caminó por el oscuro pasillo, sumido en un silencio abrumador que confería a la casa un aire siniestro en ausencia de la actividad diurna. "Cuando no hay gente de un lado para otro, esta casa parece sacada de una película de fantasmas."

Mientras descendía las escaleras, una luz proveniente de una habitación atrajo su atención. "Es el despacho de papá." Movida por la curiosidad, Karina se acercó sigilosamente, experimentando una sensación de déjà vu que la envolvía en melancolía y nostalgia.

"No creo que le esté poniendo los cuernos a mamá." reflexionó. Aunque de algo estaba segura: el amor palpable entre sus padres.

El despacho, entreabierto, reveló a sus padres abrazados. Su padre, de espaldas, ocultaba su rostro, mientras que la madre, parcialmente oculta, dejaba entrever sollozos. "¿Estaba llorando?"

—No aguanto más, cada día se vuelve más difícil, siento que ya no puedo soportarlo.—decía su madre.

—Hemos trabajado duro, solo queda un año y esta situación  y carga se habrá superado.

"¿Con carga se refiere a mí? "¿Soy una carga para ellos? "

—No podemos desperdiciar todo el esfuerzo.—Siguió el padre.

—¿Desperdiciar? ¡Está embarazada, Byron! Si hubiéramos...

Pero las palabras de su madre se desvanecen entre lágrimas.

—Abortará mañana y la enviaré a estar con Camila, así evitamos escándalos y que lo descubran —sentencia su padre, tomando por sorpresa a la joven.

"¿Enviarme al extranjero? ¿En serio están considerándolo?"

—Si eso sucede, podríamos empeorar las cosas. ¿Y si él...?

—Shhh, no pasará nada. Nadie lo sabrá. Ya lo dije, abortará.

—Oh, Dios mío, ¿Qué hicimos para merecer esto?

—Es nuestra culpa, sin duda. Si desde un principio no hubiéramos...

Karina no pudo soportar escuchar más y se alejó rápidamente, sintiéndose traicionada.


PRESENTE:


—¿Dónde estoy? —se preguntó al mirar a su alrededor, desorientada por la precipitación de sus acciones.

La lluvia caía de manera más suave, pero no facilitaba ubicarse. "¿Por qué siempre actúo sin pensar?", se reprochó, vestida solo con un pijama rosa muy corto empapado que ahora se adhería a su cuerpo.

Las calles estaban desiertas, iluminadas solo por los faroles. Siguió caminando en busca de referencia. "No creo haber corrido tan lejos de casa."

Su hogar se encontraba alejado, en una urbanización exclusiva conectada a un pequeño bosque.

Recordaba haber corrido hacia la ciudad. Siguió, pasando por las calles, protegiéndose de la lluvia, hasta que escuchó ruidos no muy lejanos. Descartó la idea de que fuera su imaginación y continuó, pero los sonidos persistieron.

Eran gritos, y su cuerpo se puso en alerta. Miró a su alrededor, pero no vio a nadie. Consideró huir, pero los gritos la detuvieron. No podía distinguir si era un hombre o una mujer debido a la lluvia.

Dudó, sintió la urgencia de escapar, pero también la pesada conciencia y las preguntas en su mente. "¿Por qué grita así? ¿Qué está pasando? ¿Y si necesita ayuda? ¿Podré vivir sabiendo que dejé a alguien morir?"

Armándose de valor, se encaminó hacia los gritos. Cuanto más se acercaba, más claras eran las súplicas de una mujer en desesperación. Aceleró el paso hasta llegar a un callejón. Un error irreparable.

El callejón, apenas iluminado por un foco, dejaba al descubierto la atrocidad ante sus ojos. Dos hombres de unos cuarenta años, desaliñados y con pantalones caídos, sometían brutalmente a una mujer rubia. Uno la penetraba mientras el otro la inmovilizaba, y la víctima luchaba desesperadamente por su libertad.

La escena la sorprendió tanto que un grito escapó de sus labios, aunque se apresuró a taparse la boca, sabiendo que los hombres la habían notado.

"Tengo que salir de aquí", pensó, echándose a correr con rapidez.

—¡Mierda, ve tras ella! —gritó uno de los hombres, pero Karina no se detuvo a identificar cuál.

Continuó corriendo calle arriba en busca de ayuda, pero las calles seguían desiertas. "Cálmate, todo estará bien", se repetía para darse ánimos mientras buscaba desesperadamente ayuda.

Su corazón latía desbocado, la respiración agitada delataba el esfuerzo, las rodillas temblaban y los pies dolían por la carrera. "No te detengas, no te deten..."  De repente, sintió un tirón fuerte en su cabello, perdiendo completamente el equilibrio y cayendo al suelo.

—¿Pero qué tenemos aquí? —habló un hombre, levantándole el mentón para obligarla a mirarlo.

Era uno de los hombres del callejón, con arañazos en el rostro, como si un gato hubiera afilado sus garras en él, y una fea cicatriz que iba desde la ceja hasta la mejilla. Su aspecto infundía miedo, estremeciendo a Karina.

—¡Quita tus manos asquerosas de mi! —gritó apartando su mano de su rostro, recibiendo una bofetada como respuesta.

—¿¡Nunca te dijeron que hay que respetar a los mayores?! —le espetó, agarrándola por la cintura.

—¡Suéltame, maldito loco! —volvió a gritar, pataleando con todas sus fuerzas.

—¡Maldita sea, quédate quieta! —le ordenó mientras la llevaba de vuelta al callejón.

Ella continuó luchando y le propinó un cabezazo con todas sus fuerzas, haciendo que el hombre tambaleara y la soltara. Aprovechó para intentar escapar una vez más, pero recibió una patada en la espalda, cayendo nuevamente.

—¡Maldita puta! ¿¡Dónde crees que vas?! —la increpó, dándole una fuerte patada en el estómago que la hizo retorcerse de dolor.

"¡Oh, no, el bebé!" Fue lo primero que pensó al recibir aquélla dolorosa patada y se llevó la mano a su vientre a modo de protección, pero de poco sevia, pues aquel hombre volvió a propinarle una patada en el estómago, arrebatándole el aire de los pulmones.

—¡Suelta a esa mujer! —escuchó que otro hombre intervenía, pero la lluvia y las lágrimas nublaban sus ojos, impidiéndole identificar quién era.

A pesar del tormento, sus ojos reflejaban desesperación. La lluvia, lejos de aplacar la situación, intensificaba la sensación de impotencia. Aún en medio de la brutalidad, su pensamiento se centraba en el pequeño ser que llevaba en su vientre, una vida vulnerable en medio de la oscuridad.

Hasta Que Seas Mía Donde viven las historias. Descúbrelo ahora