Quiero salir de aquí.

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No sabía cuánto tiempo había transcurrido desde que la habían encerrado en esa habitación, pero se sentía desesperada, limitándose a llorar.

Tras quedarse sola nuevamente, minutos después ingresó una mujer de la limpieza, probablemente de unos treinta años. Intentó pedir ayuda, llorando y gritando para que la sacara de allí, pero la mujer la ignoró por completo, como si fuera un mero fantasma.

Después de ocuparse de la limpieza del desastre que había ocurrido al tirar la comida, la mujer se retiró sin decir una palabra, dejándola nuevamente sola. Decidió entonces explorar la habitación y el baño en busca de alguna salida, pero no encontró nada. Lo que más la perturbó fue descubrir un vestidor en una zona de la habitación que aún no había explorado, repleto de ropa para todas las estaciones y de su talla, como si la vestimenta indicara que permanecería en ese lugar durante mucho tiempo.

Este descubrimiento casi desencadenó un terrible ataque de pánico y ansiedad, llevándola a salir apresuradamente e intentar nuevamente alcanzar la puerta, en vano y provocándose más daño en el tobillo.

Mientras buscaba algo en el tocador, se observó una vez más en el espejo, aún sin acostumbrarse a su nueva apariencia. Siempre había deseado volver a usar su cabello natural, pero no en estas circunstancias. Dejando eso a un lado, también se percató de su aspecto.

Presentaba varios rasguños en la mejilla, la parte superior de los codos, las rodillas y bajo los muslos. Antes no había sentido el escozor y la molestia de las heridas, quizás debido a la adrenalina en el cuerpo o al shock del momento.

Ahora estaba sobre la cama, sentada con las piernas unidas al pecho y con las sábanas alrededor de su cuerpo en un intento de protegerse de las cámaras que la observaban, mientras las lágrimas continuaban fluyendo. Se preguntaba una vez más por qué estaba allí y quién le había infligido esto.

Eso la hizo reflexionar sobre el hombre que abrió la puerta. Rayan, el mismo que la ayudó en el hospital y evitó que la violaran. De verdad, no podía creer que él fuera el responsable de esto. "Ya me parecía extraño que apareciera de la nada en el hospital y que conociera mi talla", Karina pensó en ese momento que todo eso era simplemente fruto de una extraña coincidencia. No esperaba que la situación se tornara tan turbia.

"¿Fue él quien me trajo aquí?" ¿Y si es así, por qué y para qué?" Se cuestionó, llevándola a preguntarse desde cuándo lo planeó o cuándo la conoció y observó.

"Quizás aquella noche que supuestamente me ayudó, él me estuviera siguiendo." "¿Y sí sabe que pertenezco a la familia Dachs?" ¿Si es dinero lo que busca, por qué me encierra aquí?" Las preguntas no hacían más que llenar su mente, volviéndola cada vez más inquieta. Pero había dos preguntas cruciales que necesitaba respuesta. "¿Cuánto tiempo voy a estar aquí?" "¿Me quitarán la vida después de obtener lo que quieren?"

Aquello la hizo sollozar aún más fuerte. No deseaba morir, a pesar de haberlo anhelado en muchas ocasiones. Quería vivir. Quería reunirse con sus amigos.

—Oh, dios, Nat y Kai, deben estar muy preocupados —se lamentó.

No sabía cuántas horas habían pasado, pero estaba segura de que habían sido muchas. "Sin duda deben estar muy preocupados." También pensó en su familia y se preguntó si ellos también estarían preocupados.

—Seguramente no, deben estar celebrando porque, finalmente, alguien les quitó esa carga —murmuró con pesar, sumiéndose aún más en la miseria.


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Algo cálido rozó su mejilla, como una caricia; luego su cuerpo quiso alejarse, pero no podía moverse. Escuchó un gruñido salir de sus labios y una suave risa de alguien, seguido de una ligera presión en sus labios, y despertó abruptamente al escuchar un clic.

Miró a su alrededor, sintiéndose desconcertada por lo ocurrido. "¿Qué fue todo eso, un sueño?" Se llevó las manos a la cabeza y tocó su frente nerviosa.

—¿Alguien ha estado aquí?—se preguntó, y la confirmación vino al ver una bandeja de comida en su mesita, con una nota y un pequeño bote redondo de color blanco.

Observó la comida que olía tan deliciosa como se veía. La anterior comida que trajeron y que tiró al suelo era pasta a la carbonara, uno de sus platos favoritos. Esta vez, era sopa, unos sandwiches rellenos, un bol con un surtido de frutas, acompañado de una botella de agua.

A pesar de que su estómago rugía por hambre y la comida se veía apetitosa, se negaba a probar bocado. "¿Y si estaba envenenada?" aunque otra parte de ella dudaba mucho de esto. "No creo que se esfuercen en traerme a un lugar como este y alimentarme para luego matarme. ¿Verdad?"

—Pero nunca se sabe, lo mismo les pasó a Hansel y Gretel. Les llevaron a una casa hecha de dulces para engordarlos y luego comerlos.

" ¿Acaso me están engordando para luego darse un festín conmigo?"

Movió la cabeza de un lado a otro por sus delirios. Estiró la mano hacia la mesita y tomó la nota que descansaba junto al pequeño bote blanco.


«Para las heridas. Úsalo, te aliviará el dolor. Disfruta de la cena. La hice yo mismo y no, no está envenenada.»


"¿Yo mismo quien?" "¿Y por qué demonios habla como si se conocieran de toda la vida?"

 —¿Cree que diciendo eso hará que me sienta mejor?—Soltó frunciendo el ceño.

Examinó la nota con mayor detenimiento, observando minuciosamente la letra, esta era pequeña, elegante y ligeramente cursiva. Volvió a leer la nota e intentó recordar si alguna vez había visto esa escritura, pero nada le venía a la cabeza. Al menos, esas palabras la ayudaron a situarse un poco en el tiempo y a darse cuenta de que era de noche.

—Incluso si dice eso, no pienso tocar nada de lo que me den.

Una pequeña esperanza nació en ella y buscó los cubiertos. "Quizás con algo puntiagudo, pueda abrir esas ventanas o la cadena de mi pie." Pero su ánimo decayó al ver que eran cubiertos de plástico. Se sintió como si quien la hubiera traído aquí se estuviera burlando de ella. Molesta, arrugó la nota y la dejó caer en el cuenco de la sopa.

—¡Vete a la mierda!—gritó, mirando a la cámara, mostrando el dedo del medio.

Luego se cubrió con el edredón, ignorando el incesante dolor de estómago por la falta de alimento.

Pareciera que hubieran previsto cualquier movimiento que ella fuera a hacer en el futuro. Pero estaba dispuesta a no rendirse. "Si no puedo salir por mis propios medios, haré que me saquen ellos." Y con esa determinación, volvió a cerrar los ojos.

Hasta Que Seas Mía Donde viven las historias. Descúbrelo ahora