Capítulo Noveno

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¿Podía haber algo más reconfortante que unos brazos masculinos te estuvieran envolviendo? Definitivamente no, pensó Jungkook, cuando despertó y sintió los de Seokjin rodeándole. Era la sensación más exquisita que había tenido en mucho tiempo, por lo que decidió seguir durmiendo y acomodarse todavía más. Pero su conciencia estudiantil era más fuerte y sabía que debía ir a clases. Con un puchero, tuvo que quitar los brazos y con ello despertar a su compañero de cama, quien estaba totalmente confundido con la situación. De pronto recordó que la noche anterior no se había dormido solo. Que tenía a un lindo cachorro a su lado al que había tenido que acurrucar ante sus pesadillas.

—Buenos días hyung—se estiró un poco mientras miraba a Jin, quien también hizo lo mismo, estirarse.

—¿Dormiste bien? Anoche estabas llorando un poco. Decías cosas extrañas.

Jungkook se sonrojó. Odiaba cuando tenía esas pesadillas. A lo largo de los años casi ya no las tenía, pero seguramente producto del estrés y trauma del día anterior habían vuelto y Seokjin había sido testigo de ellas.

—No recuerdo nada. Pero gracias por abrazarme. Creo que funcionó porque dormí muy bien.

—Bueno, creo que debemos movernos. Tú debes ir a la universidad y yo tengo un cliente temprano. A propósito de aquello. Vamos a querellarnos por esa explosión. Tu auto está perdido y sufriste lesiones. Te voy a representar, así es que tendrás que ir a mi oficina a firmar unos papeles ¿Está bien?

—Como usted diga hyung. Mamá también quería hacer algo, pero le dije que tú lo harías.

—¿Tu madre que opina de esto?

—¿De esto? —preguntó Jungkook, como si no supiera lo que Seokjin le preguntaba.

—De que seamos amigos. ¿Sabe que casi te atropello?, ¿sabe quién soy?

—Mi madre sabe todo lo mío—le dijo Jungkook un poco avergonzado— ella escarba y escarba y saca hasta mis más oscuros secretos...ella y mi hyung. Son...terribles. Mi padre es el único que no se entromete..., pero ellos son...como dos detectives. Así que sí, sabe quién eres y lo especial que eres para mí.

Seokjin pestañó nervioso ante esta última afirmación. Sabía que el lazo que se había formado con Jungkook ya era ineludible y él tampoco quería romperlo, pero temía que el joven confundiera sus sentimientos. De hecho, él mismo estaba confundido o tal vez preocupado por lo que sentía. Había dormido con él y se habían abrazado en la noche. Era un acto de intimidad demasiado importante para obviarlo. Si alguien los hubiera visto, pensaría que eran pareja. Una pareja gay, él, con un chiquillo de veintidós. Era demasiado y debía empezar a marcar los límites de esa relación.

—Espero que a tu madre no le moleste que te quedes conmigo. Será mejor que busques pronto un lugar. No te quiero echar, pero tal vez tu familia no lo apruebe.

—No quiero que te preocupes por eso. Claro que buscaré un nuevo departamento. No me voy a quedar aquí para siempre, pero no te preocupes por lo que piense mi familia. Ellos confían en mí y saben que, si estoy contigo, es porque confío en ti.

Seokjin lo miró. Jungkook era en muchos aspectos inmaduro e impulsivo, pero también era centrado y seguro de sí mismo y eso le daba tranquilidad y le agradaba mucho.

Una hora después, Jungkook dejaba a Seokjin en su oficina y él partía a la Universidad. Jimin y Tae lo esperaban en el estacionamiento, para saber todos los detalles del día anterior.

Por su parte, Seokjin estaba sentado en su oficina, con su mente un poco perdida. Estaba en esa disyuntiva de si lo que estaba sintiendo estaba bien. Desde que Jisoo había muerto, el sentimiento de culpa que cargaba lo había llevado a un abismo oscuro y deprimente, donde nadie había entrado. Hasta que casi atropella a un jovencito vestido de negro que en cierta forma le cambió la vida o al menos, la desordenó. Jungkook había irrumpido con tanta fuerza que era un torbellino de emociones y sentimientos. Había tantas razones por las que no debería estar sintiendo todas esas cosquillas en su estómago, la edad, el género, la culpa y un largo etcétera. Pero las cosquillas estaban ahí y suponía que no mejorarían, teniéndolo en su casa. Aun así, no iba a darle la espalda ahora que lo necesitaba tanto. Dos golpecitos en la puerta logran sacarlo de su ya larga y repetitiva meditación.

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