◇El libro de leyendas - Los primogénitos originales◇

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Todo comenzó en los albores de la historia, en una época en la que la inteligencia aún no había florecido y la vida en las tierras baldías daba sus primeros pasos. El dragón, el mismísimo primogénito de la creación, engendró a seis descendientes, cada uno nacido con un color distinto, los cuales fueron: el rojo bermellón que representó la fuerza y el ardor de una voluntad inquebrantable, el azul tal cual un zafiro representando la calma y la sabiduría, el verde de tono esmeralda que representó la infinita vivacidad y alegría, el amarillo terroso que se fundió en un ser de gran corazón e impenetrable armadura, el blanco y el negro fueron opuestos, pero no vivían sin su otro hermano, eran un par que se complementó. Cada uno de ellos personificaba un elemento de la naturaleza.

El Leviatán, hijo del mar y del destino, derramó su sangre en los vastos océanos, dando vida a las primeras bestias marinas que surcaron los mares con majestuosidad.

La mariposa Itzpa, hija del invierno y la muerte, creó muñecas de nieve a partir de las cuales surgieron las primeras bestias heladas, seres gélidos que ansiaban cubrir el mundo bajo un manto de hielo.

El Fénix, hija del fuego y la reencarnación, dejó caer sus plumas resplandecientes, de las cuales nacieron las primeras bestias de fuego puro, destinadas a habitar en volcanes y ardientes desiertos.

Yggdrasil, hija de la tierra y la vida, dio sus frutos, de los cuales emergieron las primeras bestias del bosque, seres curiosos en constante crecimiento y evolución.

Inspirados por la creatividad de sus hermanos menores, las cuatro hermanas lunas, Plata, Azul, Rojo y Verde, decidieron seguir su ejemplo. En una noche oscura, fusionaron sus esencias en un acto de magia única, y de esta conjunción nació el primer hijo de la luna, un lobo colosal de pelaje tan oscuro como el firmamento sin estrellas, con ojos de plata más grandes que la noche misma. Su nombre era Tamiat, y su dominio se extendía sobre las noches, controlando la gravedad, la oscuridad, el sonido y las ilusiones a su voluntad. No obstante, su mayor debilidad residía en la luz del día, que lo despojaba de su fuerza por lo que siempre, antes del amanecer debía esconderse.

El sol, testigo de todo, también deseó crear su propia contraparte. En un día radiante sin nubes en el horizonte, una gota de esencia de la estrella más brillante cayó sobre una flor de cinco pétalos dorados que estaba en la cima de una pequeña colina. De esa flor nació un espléndido gato dorado de cinco colas, del tamaño de un árbol y tan brillante y enérgico como se esperaría. Nació la primera hija del sol, Amaterasu fue llamada, cuya debilidad máxima residía en la noche.

Con los cinco grandes primordiales viviendo en paz durante milenios, ambos más pequeños gozaron de las libertades que sus progenitores les habían otorgado, las dos bestias celestiales se aventuraron por el mundo, de día y de noche.

El hijo de la luna acechaba y cazaba en las noches como una colosal criatura sedienta de batallas, ansioso por desafiar a cualquier ser que se aventurara bajo el brillo de sus madres. Sin embargo, siempre se retiraba a las más profundas cuevas al llegar el día.

La hija del sol, en cambio, era juguetona, traviesa y aventurera, no buscaba la muerte y exploraba el mundo bajo el cálido resplandor de su padre. Ágil, fuerte y veloz como un haz de luz, recorría prados, campos y desiertos extensos en cuestión de instantes, sin mostrar signos de fatiga. Cada batalla que libraba, la ganaba con destreza. Pero, como todas las cosas, cada diversión tenía su fin. Una vez que la noche se acercaba y el sol se despedía en el horizonte, la gran gata dorada debía perseguirlo. Cuando la oscuridad rodeara su cuerpo por completo, se volvería inofensiva y quedaría a merced de su contraparte nocturna.

Tamiat buscaba la oscuridad durante el día, y Amaterasu perseguía al sol cuando la noche llegaba. Ese era el ciclo que ambas criaturas habían mantenido durante milenios.

Cuando se aproximaba el fin de la vida del hijo de la luna, debía nombrar un heredero para que su legado y sus habilidades perduraran. Mientras una sola gota de sangre de luna corriera por una criatura, nacería un hijo de la noche por generación. A lo largo de las eras, el legado de Tamiat se transmitiría ininterrumpidamente, y siempre nacería un lobo con las mismas características y habilidades que él.

Cuando llegaba la hora de la hija del sol, el sol mismo se encargaba de seleccionar a la próxima portadora de su legado. Más tarde, cuando todas las razas antiguas hubieran surgido, el sol había creado un ciclo, un orden de bestias celestiales: bestia, dragón, gigante, hada, ángel y demonio. La hija del sol nacería en una de esas razas siguiendo ese orden, y su legado se mantendría eterno.

En la Era de los Ángeles, el legado renacería en un ángel de la luz llamada Ariel, quien marcaría un antes y un después en el equilibrio de poder y se convertiría en la esperanza de su raza en tiempos de guerra.

Finalmente, en la Era de los Demonios, el legado del sol encontraría a su nueva portadora en una demonio llamada Lucifira. En aquel momento, nacería la princesa demoníaca más poderosa de la historia, quien ganaría resistencia a la noche al ser una entidad originalmente de oscuridad, volviéndose inmune a su debilidad natural, la luz.

Así, el legado de Tamiat y Amaterasu se convirtió en una parte fundamental de la historia del mundo, una narración de luz y oscuridad, esperanza y equilibrio.

La leyenda de los hijos celestiales.

Historias de un mundo fantástico por: Elievet Diamond. - gina 5

—¿Papá, qué clase de criaturas eran los primordiales? —preguntó Amali. Rui se encogió de hombros y respondió.

—Ni idea —Él sonrió un poco, divertido. —. Tal vez fueron como los típicos hermanos: uno curioso y creativo, otro un gruñon callado, una hermana divertida y responsable, otra tímida y también una hermana bromista, y sus dos hermanitos pequeños que no se llevaban bien. Me gusta imaginarlos así. —contó, con nostalgia.

—¡Ooh! ¡Como una gran familia feliz, verdad? —exclamó Amali, emocionada imaginando todo el escenario. Rui rió con un ímpetu no disimulado está vez.

—Sí, sí. Una feliz y rara familia, con un lagarto, una serpiente, un ave, una mariposa, un árbol, un perro y un gato como integrantes. —dijo con alegría. Su hija lo miró, curiosa.

Ella, de repente, asintió comprendiendo algo y le habló a su padre con ojos brillantes.

—¡Papá, quiero hermanitos!

Y Rui se congeló en su lugar.

Resplandor: la historia de una niña celestial.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora