Capítulo 7

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El edificio que se erguía ante Dan era descomunal. No era solo el tamaño lo que causaba una impresión en los transeúntes, era la clara representación de riqueza que exudaba. Tal vez el tipo de cristal era más brillante, o la pintura más vibrante, o tal vez solo eran los automóviles que desfilaban por la calle principal, esperando acceso al estacionamiento exclusivo.

Dan se sentía fuera de lugar. Había cambiado su ropa rápidamente y preparado su maleta, llevaba consigo geles de todo tipo y máquinas portátiles para estimular con golpes o electricidad. Cuando su abuela estuvo internada, Dan decidió tomar cualquier trabajo que se presentara, así terminó haciendo terapia a domicilio durante un tiempo. Le había tocado ir a competencias escolares en colegios, ayudando a los pequeños deportistas; a una competencia privada de tiro al arco; a terapias semanales en una villa exclusiva donde atendía a una pareja cuyas rodillas dolían; y una vez a una casa tan gigantesca a tratar a una mujer con un dolor de cuello de muerte. Dan había conocido la opulencia, nunca personalmente, solo de saludo y de lejos.

Aun así, no podía evitar la incomodidad que le llenaba con cada paso que daba. De pronto, sus zapatos estaban demasiados sucios, su camiseta olía al pollo que tuvo en el almuerzo, su bolsa estaba deshilachada y gastada, su pelo desordenado y su piel tan pálida. Detestaba lo insignificante que todo le hacía parecer.

Creyó que todo estaba en su mente, las trabajadoras tras la recepción le miraron con una cortesía ensayada y una sonrisa amable, un hombre sentado en los prístinos sillones blancos estaba sumergido en una llamada telefónica y se le oía colérico.

Había un candelabro que se balanceaba sobre su cabeza. Dan no podía afirmar que se estuviera balanceando, pero le era imposible que algo tan pesado se sostuviera y no cayera. Por un momento deseó que lo aplastara dicha construcción de cristal. Si tuviera suerte eso era lo que hubiera pasado, sin embargo, tuvo que continuar su camino hasta el mostrador.

La muchacha cuyo peinado estaba tan apretado, descansando en su nuca, le saludó con una siempre presente sonrisa. El uniforme blanco que portaba impoluto contrastaba con su tez morena, sobre su pecho se podía leer su nombre. "Leonor". Le pareció apropiado.

—Buenas noches, bienvenido a The Loft —canturreó, como una grabadora programada— ¿En qué puedo ayudarle?

—Buenas noches, vengo a ver al señor Joo Jaekyung —dijo inseguro. No había preguntado si necesitaba una clave de acceso o un permiso para entrar, simplemente había colgado después de afirmar que estaría aquí. No quería llamar a Jaekyung, temiendo molestarlo.

La morena le miró escéptica. Dan respiró profundo, lo último que necesitaba es que le tomaran por un acosador. No llevaba consigo ninguna identificación que le acreditara como el fisioterapeuta del Team Black (ahora que lo pensaba, no tenía ninguna; no se creía en posición de exigir una) y llamar al entrenador Nam Wook, cuyo nombre estaba seguro debía ser conocido, no estaba entre sus opciones. Tragó y miró directamente a la muchacha, que tecleó algo en la computadora frente a ella.

Observó a su alrededor, huyendo de la vergüenza paralizante que le empezaba a consumir. ¿Qué haría si le corrían del lugar? ¿O si llamaban a la policía? No podían hacer eso, ¿o sí? Decidió distraerse en las alfombras persas beige que se extendían en el área de espera, y en las plantas de colores tan vibrantes erguidas sobre macetas aún más vibrantes, y en lo blanco que lucía el alto techo, y en los cuadros de formas extrañas sobre las paredes, y estaba cerca de quedarse sin cosas por observar, lo único que restaba eran las personas, cuando la recepcionista frente a él le habló.

—Disculpe, ¿cuál es su nombre?

—Kim Dan —respondió seguro girando la cabeza, mirándola a los ojos. Si no le creían, sabía que tenía su identificación vigente en su bolso.

Jinxed JawDonde viven las historias. Descúbrelo ahora