Capítulo 15

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Dan gruñó, llevando su mano hacia la mesita de noche, apagando la alarma. Se removió y hundió la cabeza en la almohada, queriendo dormir cinco minutos más. Había pasado el fin de semana viendo películas hasta tarde y empezaba a arrepentirse, solo logró dormir cuatro horas y tenía que levantarse en diez minutos para ir al gimnasio.

Estuvo bajo la cobija por minutos que se sintieron segundos, disfrutando de la calidez de las sábanas, los primeros días de noviembre estaban siendo anormalmente fríos. Bim no estaba entre sus piernas, debió haber salido en la madrugada por la rendija de la puerta que Dan siempre recordaba dejar abierta.

Cuando se paró de la cama ya iba tarde. Se quejó, apresurándose a vestirse, corriendo a la cocina para tomar un café. En la puerta se puso los zapatos viendo la hora en su teléfono. Tenía diez minutos para llegar. Gritó cuando un tenis estaba atorado en su talón, se sentó sobre el suelo y terminó de ponérselo, amarrando sus agujetas rápidamente. Se incorporó con sus dos pies ataviados en sus cómodos zapatos. Tiró su abrigo sobre un hombro, pensando en ponérselo en el camino, y su bolso en el otro.

—¡Bim, ya me voy! —gritó hacia el apartamento desde la entrada. Había llenado su cuenco de comida cuando terminaba de cepillarse los dientes y no lo vio correr hambreado hasta éste, era extraño pero tal vez seguía dormido—. Nos vemos.

Se despidió, girando el pomo de la puerta antes de sentirse inquieto, algo que no podía identificar rondando en su mente. Tenía una sensación incómoda en el estómago y su respiración era irregular. Algo estaba mal.

—¿Bim? —le llamó cerrando la puerta y se adentró de nueve al apartamento. No era raro que bim decidiera mantener su distancia, el gato era rencoroso y muy ideático, pero había algo extraño. No había revoloteado entre sus piernas cuando estaba en la cocina, ni había corrido por alimento cuando le sirvió.

—¡Bim! ¿Dónde estás? —continuó gritando, asomándose entre los muebles, incluso viendo entre la rendija del refrigerador.

No lo encontraba y la desesperación fue oprimiendo poco a poco su garganta. Le hormigueaban las manos y sentía las lágrimas acumularse en sus ojos, el miedo en el fondo de su estómago como petróleo negro sobre las aguas azules de un mar virgen. El miedo era asqueroso en su lengua y sentía ganas de vomitar.

Trató de recordar. Había cerrado todas las ventanas antes de dormirse, no estaba en sus lugares usuales (ni sobre su cama, ni sobre el sillón, ni en el baño cerca del calentador) y la puerta principal permaneció cerrada con llave todo el tiempo.

—¿Bim? —murmuró a través del nudo en su garganta que le impedía tragar y respirar. Era un susurro que resonó tan fuerte en el apartamento imposiblemente silencioso. Respiró profundo y corrió hacia la cocina por un vaso de agua, bebiendo tan rápido que casi se ahogaba. El miedo y la desesperación diluyéndose ligeramente, permitiéndole tener un pensamiento coherente entre la bruma de ansiedad que le cubría, tóxica como gas.

Bim estaba bien. Tenía que estarlo, no pudo pasarle nada dentro del apartamento, estaban seguros aquí. Sobre los jadeos que salían de su boca pudo escuchar un maullido lastimero, tan bajo que creyó haberlo imaginado. Se detuvo, conteniendo la respiración y esperando, la cabeza vacía y la urgencia por respirar lo mantenían conectado a la tierra, a su apartamento, a Bim, cuando lo volvió a escuchar. ¿Venía de entre las puertas de la cocina? ¿De las paredes? ¿De afuera?

Se giró hacia la cocina, aferrándose sobre la barra, escuchando otro maullido atrás de una de las puertas inferiores, debajo del lavaplatos. Abrió bruscamente la puerta, la figura peluda de bim enrollado sobre sí mismo en la esquina, sus ojos cerrados y su respiración errática. Seguía respirando. Lo acarició esperando que le mirara, pero la única respuesta que obtuvo fueron maullidos dolorosos y piernas temblorosas.

Jinxed JawDonde viven las historias. Descúbrelo ahora