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Que me prohíban usar la palabra carajo si no he intentado ignorar todo lo que ocurrió esta mañana en mi apartamento.

La verdad es que llevo horas tratando de no pensar en las confusas declaraciones de mi jefe, pero por alguna extraña razón, mi mente sigue dándole muchísimas vueltas al asunto. La curiosidad y —lo juro— una pizca de preocupación hacen que quiera saber a qué se refería Hanbin.

Me encuentro esperando a que la veterinaria termine de revisar a Gwanshim, pero mis pensamientos están en otra parte. Sigo meditando, esforzándome por dar con una teoría sensata. Entonces, recuerdo que Yunbi me dijo aquella noche que Hanbin sufre de muchísimo estrés... Quizás él toma algún medicamento para eso.

No lo sé. Y aunque sé que no es de mi incumbencia, me muero por saber.

La puerta del consultorio se abre y la profesional aparece en mi campo de visión con una mueca amable y, también, con Gwanshim avanzando a su par. El pequeño mueve su cola animadamente cuando nos reencontramos y me apresuro a alzarlo para besarle la cabeza.

— Bueno, todo con este pequeñín está en orden. Su condición sigue estable pero, claro está, debe seguir tomando su medicación.

— ¿Condición? —Frunzo el ceño—. Lo siento, pero...

— ¿Su dueño no te lo dijo?

— Su dueño no es un hombre de muchas palabras —digo, con la intención de sonar agraciado—. Pensé que esta visita se trataba de un chequeo.

— Lo es —asiente—. Pero Gwanshim nació con una condición, se le llama colapso traqueal. Básicamente, la tráquea presenta un estrechamiento que puede dificultar el pase del aire... Pero no es nada grave, siempre y cuando tome una pastilla día por medio y evite realizar actividades físicas con frecuencia.

— Oh... Pero... ¿Cómo? Quiero decir, seguramente ya lo sabe, pero este perrito tiene una familia muy adinerada.

Una pequeña risa se le escapa a la veterinaria, probablemente por mi ignorancia.

— Este problema suele ser hereditario, cielo. Lo más probable es que su madre o padre lo hayan tenido también. No te preocupes, no es algo realmente grave. Sé que sus amos lo cuidan muy bien.

Para cuando me doy cuenta, veo que el perrito peludo y adorable está con sus ojitos cerrados en mis brazos. No puedo evitar sonreír.

Luego de que la gentil veterinaria me da la pequeña carpeta con el informe que debo entregarle a Hanbin, Gwanshim y yo nos despedimos de ella y abandonamos la clínica para animales.

Cuando salimos al ruidoso exterior, mis ojos encuentran a Mingi de pie junto al vehículo. Se da vuelta rápidamente ya que se encuentra comiendo a gusto un gigantesco sándwich y noto que se apresura a masticar para hablarme.

— Lo lamento, señor Zhang. Es que tenía hambre —dice, y noto que el calor se ha subido a su rostro—. Perdóneme.

Todo mi ser se emociona por el simple hecho de que él se refirió a mí como señor. ¡Al fin alguien me respeta!

— Por qué te disculpas? —Pregunto, ceñudo—. No me molesta que comas, yo no soy Hanbin.

Una risita se le escapa al segundo chofer.

— ¿Todo en orden con el pequeño gran heredero? —Inicia una amena conversación al preguntar y se dispone a terminar su bocadillo.

— Sí. Pero creo que tiene sueño —contesto con gracia.

Una vez que Mingi termina de alimentarse, ambos nos subimos al vehículo para emprender el viaje de regreso al edificio, tal como Hanbin me ordenó.

El segundo chofer y yo somos una gran dupla, debo admitir. Me siento en confianza con él, y probablemente la razón sea que tenemos la misma edad. Al parecer, Hanbin decidió darle una oportunidad para crecer cuando lo contrató... Tal como a mí.

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