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Toda mi semana fue un completo calvario. Y, como si fuera poco, nunca en mi vida me había sentido tan paranoico.

En mi necesario intento de imponer la mayor distancia posible entre Hanbin y yo, me he sentido como la peor de las mierdas.

Sé que él no está contento con la actitud desinteresada que he estado mostrando en los últimos días, y también sé que él sospecha que algo no anda bien. Pero le he repetido —mentido— tantas veces que estoy fantástico, que espero que finalmente me crea pronto.

Pero es difícil cuando, día tras día, no dejo de rechazarlo... Aunque tuve a mi favor que la agenda del hombre que me gusta haya estado totalmente apretada durante los cinco días laborales, por lo que casi no contó con tiempo de estar en la oficina.

Sin embargo, eso no quita que Wooshik esté arruinando lo poco que Hanbin y yo construimos en estos meses. Y eso me enferma.

Nahyun está tan emocionada con los preparativos de la boda y no puedo evitar pensar que, si algún día me caso, voy a pedirle a ella que organice absolutamente todo. No hay nadie mejor para tal tarea.

Su organización, persistencia y prolijidad solo me hace sentir que he fracasado como Leo.

Sin embargo, la gracia —que parece ser una caricia a mi mente imparable— que me causa ver a mi compañera en acción se esfuma velozmente cuando escucho que Hanbin, desde su despacho, me llama.

Durante un instante, mis piernas se rehúsan a moverme; pero mi sistema reacciona cuando vuelve a pronunciar el ronco « niño » por segunda vez.

— Permiso —me anuncio, una vez que atravieso la puerta de su oficina—. ¿Qué se le ofrece?

Hanbin hace un gesto con la mano, indicándome que debo cerrar la entrada.

Carajo.

— ¿Viste las fotos de Vanity Fair? —Pregunta con una nota de socarronería.

— Sí, vi el archivo que enviaron esta mañana.

— ¿Y qué te pareció?

— Me pareció... —Me muerdo la lengua, porque de lo contrario, voy a gritar a todo pulmón que es el ser más atractivo y caliente de todo el universo—. Me pareció muy artístico. Me gustó.

El hombre frunce el entrecejo, en una muestra clara de confusión.

— ¿Solo eso?

— Me encantó —confieso, agachando un poco mi cabeza—. Tu cara es perfecta. Harán una gran fortuna gracias a tu belleza.

Una sonrisa pequeña y llena de egocentrismo se apodera de sus labios, los cuales relame antes de volver a hablar.

— Bien. Ahora, te llamé porque necesito cuatro cosas —comienza a decir y utiliza sus largos dedos para enumerar—. La primera: café. La segunda: quiero que vayas a la oficina de correo a retirar un paquete a mi nombre y lo traigas. La tercera: llama a mi modelo favorita y arregla una reunión para mañana por la tarde.

Recoger paquete y llamar a Han Jin. Copiado. Termino de anotar en mi pequeña libreta y alzo la mirada hacia él.

— ¿Y la cuarta?

Mi jefe ladea un poco la cabeza, mientras que una mueca pícara tira de sus comisuras labiales.

— Un beso.

Involuntariamente lo miro con una expresión seria y no puedo evitar sentirme encantado con la fingida inocencia que está pintada en su rostro.

— ¿No estás ocupado? —Pregunto con cautela.

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