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Cuando miro con cautela a mi jefe mientras conduzco el costoso vehículo, vuelvo a rodar los ojos y no puedo evitar soltar un bufido cargado de molestia.

Quiero mostrarme enojado, pero no es posible cuando él realmente me ha permitido manejar su coche. ¡Nunca estuve al volante de un auto tan lujoso!

Una vez que logramos salir de la caótica Seúl, cargada de tráfico y bocinas resonando en la autopista, comencé a conducir sin rumbo fijo. Ahora mismo nos encontramos en Gyeonggi, la provincia vecina de la capital y donde las playas son el paisaje más relajante, según mi criterio. Al ser un día de semana casi no hay gente disfrutando de las tibias aguas y eso está a nuestro favor, definitivamente.

La ventanilla de Hanbin está completamente abajo y él aprecia la vista natural casi tanto como a su maldito teléfono del trabajo.

— Deje de preocuparse, por el amor al carajo. Su fortuna no va a evaporarse solo porque se tomó un día libre —le recuerdo, pero suena más bien a un regaño.

— Tuve que cancelar una cita con el representante de Adidas por tu culpa.

— ¡Siempre le cancela las citas a la gente de Adidas! —Vocifero y lo miro—. Todo el país sabe que usted prefiere Nike y Fila.

— Eso es estúpido —murmura—. Y mantén la vista al frente, te mataré si chocas mi auto. De hecho, deberías frenar y dejarme conducir a mí. Es lo que corresponde.

— ¿Con esa mano así de lastimada? No, señor.

Hanbin hace burla de mis dichos, haciendo uso de un tono agudo e infantil.

— ¿Le duele? —Pregunto, ignorando su sarcasmo.

— No. Aunque debería cambiarme la venda.

— Sí, y también ducharse —bromeo, y automáticamente siento una mirada asesina sobre mí—. Es broma, es broma.

— Huelo muy bien —se defiende, molesto—. No me he duchado hoy, pero huelo muy bien. De eso estoy seguro.

— ¿Y durmió?

El silencio de Hanbin contesta a la pregunta que he hecho.

— De acuerdo —digo, aclarando mi garganta—. Conozco un motel por aquí, pararemos para que pueda dormir un rato.

— ¿Puedo tomar algunas fotos en la playa antes?

Una risa se me escapa al oírlo.

— No tiene que pedirme permiso, jefe.

Las cejas del hombre se elevan con sorpresa para sí mismo antes de murmurar « es cierto ».

Aparco el Hyundai en el pequeño estacionamiento con el que cuenta el motel que es tan familiar para mí, pues siempre que necesitaba un respiro de la universidad, venía a pasar la noche aquí. Es uno de mis lugares favoritos del país. Las habitaciones son simples y no cuentan con nada extravagante, solo lo básico; un baño, una pequeña cocina, cama y televisión. Pero la vista al mar es increíble y el trato del personal es impecable.

— Ya vengo —me informa Hanbin con su teléfono en manos y colocándose la capucha de su hoodie gris.

— No se pierda —le digo con gracia, y aunque rueda los ojos, sé que ha sonreído debajo del barbijo que lleva.

Veo que el hombre vestido totalmente informal observa a ambos lados de la calle antes de cruzar para dar con la playa y, en ese momento, comienza a tomar fotografías al paisaje con su móvil.

Me pregunto cuándo fue la última vez que él se tomó un respiro de sus responsabilidades y problemas personales.

Voy a la recepción del motel para pedir una habitación y me dan acceso a una del segundo piso. Pago lo debido, agradezco a la amable señora que me ha atendido y salgo de la oficina. Vuelvo a mirar hacia el horizonte solo para reencontrar a Habin justo donde estaba hace cinco minutos, salvo que ahora, las nubes blancas y esponjosas del cielo son el objetivo de su cámara telefónica.

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