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Soy plenamente consciente de los largos brazos que me rodean y del bulto que está apoyado contra mí. Pero me encuentro tan cómodo ahora mismo, que no se me pasa por la mente la idea de moverme.

Siento la cálida respiración de Hanbin colisionando suavemente contra mi nuca, pero sé que él también está despierto. Al parecer —al igual que yo— no quiere espabilarse todavía.

De repente, el sonido del infernal teléfono de Hanbin consigue que la habitación pierda la calma en la que estaba sumida. Una maldición se le escapa en forma de susurro al hombre que me abraza, pero no se molesta en contestar.

La llamada se pierde.

Pero el aparato comienza a sonar de nuevo.

La palabrota que Hanbin espeta es más ruidosa ahora y me suelta con cuidado. Se gira sobre el colchón para, por fin, poder atender su móvil.

— ¿Qué pasa, Nahyun? Sabes que no me gusta que me molesten los fines de semana.

Inmediatamente le doy un golpecito en la pierna a modo de advertencia. Nadie debe tratar así a Nahyun, ni siquiera su jefe.

— Pues dile a ese imbécil de mi parte que puede meterse sus diseños por el culo. Si quiere mantener su estúpido empleo, que haga las cosas tal y como se las ordeno —casi grita al aparato y me obligo a respirar profundamente luego de abrir los ojos—. Si me llamas otra vez, espero que sea tu vida la que esté en juego.

Y sin decir nada más, da por finalizada la comunicación.

Una parte de mí me dice que, por educación, debo preguntar si todo está en orden. Pero por otro lado, mi cerebro trata de convencerme al recordarme que hoy es mi día libre. No necesito preocuparme por el trabajo.

Estoy esperando que Hanbin vuelva a retomar nuestra cómoda posición, pero, en lugar de eso, escucho que él comienza a rebuscar algo en el cajón de su mesita de noche.

La alarma se dispara en mi cuerpo cuando escucho un sonido vagamente familiar. Me giro hacia él, y observo a Hanbin destapando un pequeño frasco de plástico y anaranjado, que desborda de píldoras. Se lleva una a la boca y empuja el medicamento con un sorbo de agua.

Inevitablemente, mi mente revive la primera vez que él durmió en mi casa. Con exactitud, cuando despertó exaltado y dijo que quería su medicina.

Cuando tiene la intención de voltearse, nuestras miradas se chocan. Él traga saliva una vez que se da cuenta de lo que he visto.

— ¿Qué es eso? —Pregunto con cautela y con el mayor respeto posible—. Quiero decir, si te apetece contarme...

Me doy cuenta que la vacilación se apodera de su adormilado rostro y el silencio lo inunda todo. Se relame los labios una vez más e intuyo que en este preciso instante está tomando la decisión de si decirme o no.

— Citalopram —finalmente contesta, y detecto un filo tímido en su voz—. Me ayuda a controlar mi depresión.

Mi gesto se vuelve desconcertado mientras pienso en lo que acaba de decir. Hanbin frunce el ceño.

— Por favor, no te preocupes —agrega, y me acaricia la barbilla.

Un suspiro profundo brota de mis labios y trato de hacerle caso a su «no te preocupes».

— Si sientes que la medicación te ayuda, es suficiente para mí. Pero ten cuidado.

— Lo hace —me asegura antes de regalarme un beso—. Y lo haré, vida; siempre tengo cuidado cuando se trata de mi salud.

Hanbin planta otro pequeño beso en mis labios para luego volver a acomodarse en la posición en la que estaba, y ambos nos acurrucamos aún más cerca. Pero puedo jurar que ya no vamos a dormir más, a pesar de que las horas de sueño no fueron demasiadas.

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